El rugby abandera la lucha contra la violencia en el deporte: "Solo les conocía de pegarme con ellos en el campo y me los llevé a casa a dormir"
Acompañamos durante una tarde a jugadores y técnicos del Uni Bilbao en las instalaciones del equipo en El Fango

Bilbao
Un campo de hierba con dos porterías -una en cada fondo, con forma de hache- y dos equipos, formados cada uno por quince integrantes, cuyo objetivo es correr, con el balón, de forma ovalada, en la mano, para depositarlo en el suelo más allá de la línea de fondo. Muy resumidamente, en eso consiste el rugby, un deporte que surgió en Inglaterra en la primera mitad del siglo XIX y que, hoy en día, tiene más de seis millones de jugadores en todo el mundo.
En Bilbao, hablar de rugby es hablar del Universitario Bilbao o, como todo el mundo lo conoce, el Uni Bilbao. Un equipo que surgió en el año 2000 tras la fusión de los dos que quedaban en la ciudad, los que sobrevivían a duras penas de los seis que habían coexistido en la villa en los años 80 del siglo XX.
Todos tienen cabida
Hoy, un cuarto de siglo después, el club cuenta con una estructura que da cabida a cientos de jugadores: tiene equipos en todas las categorías, tanto masculinas como femeninas, desde los seis años; tiene equipos sub 16 y sub 18, senior, de veteranos y un inclusivo.
A todos ellos los ampara una filosofía que sirve de guía. Entre los 6 y los 12 años, todos los jugadores tienen los mismos minutos, sin tener en cuenta su calidad o sus faltas, por ejemplo, a los entrenamientos. Se considera que todavía no son personas autónomas y, por tanto, tampoco responsables de sus faltas.
De los 13 a los 22 años, algo cambia: todos tienen minutos en proporción al tiempo que han entrenado. Aquí cada jugador ya es considerado responsable de su implicación con el proyecto. Y únicamente de los 22 años en adelante se deciden los minutos en función del rendimiento deportivo de cada uno o de cada una.

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El respeto al árbitro
Además, el Uni Bilbao no solo enseña a los chavales a jugar a rugby; en la escuela se trabajan también valores como el respeto: "El respeto al árbitro y al rival es algo que tenemos arraigado en nuestro ADN y que en la escuela lo enseñamos desde edades muy tempranas", señala Aitor Jauregi, su presidente.
Se enseña en la escuela, como explica Mario Barandiarán, su director deportivo, a través del juego: "Los chicos entrenan jugando partidos y el entrenador es el que hace de árbitro. Si uno protesta, lo deja fuera unos minutos. Eso transmite respeto y hace que también, de modo egoísta, funcione. Un jugador que habla al árbitro se dispersa. Está pensando en algo que no es el juego. Y nosotros queremos que se centren en el partido, no en lo que se está pitando".
La actitud del jugador
Todo ello tiene una consecuencia en los jugadores, que interiorizan una forma de comportarse que, para muchos, es llamativa, teniendo en cuenta que hablamos de un deporte de contacto y, en muchas ocasiones, incluso duro. Pero no en lo que se refiere al trato con los árbitros, como relata Mariana Mendibil, capitana del primer equipo femenino: "Yo al árbitro me dirijo siempre de usted. Tengo una amiga que arbitra y, en el campo, me dirijo a ella de usted. Y soy, como capitana, la única que puede hablar con ellos".
Esa forma de tratar a los árbitros es la misma que se aplica a los rivales. Aunque el partido sea duro, tras el pitido final los posibles piques se dejan a un lado. "Yo jugué un partido que no pudo terminar porque hubo una tangana. A esos jugadores del equipo rival, a los que solo conocía de haberme pegado contra ellos, me los encontré un año después en Sanfermines y me los llevé a casa. Lo que pasa en el campo se acaba ahí, te abrazas y se acabó", recuerda Pepe del Villar, uno de los veteranos del equipo masculino.
Reflejo en la grada
Ese abrazo se produce, generalmente, en otro aspecto inherente al rugby, el tercer tiempo. Y es que un partido de rugby tiene dos tiempos que se juegan sobre el césped y un tercero que consiste en invitar al equipo visitante a una merienda y unos refrescos en las instalaciones del club o en algún bar de referencia del conjunto local.
Es algo que se lleva a cabo en todas las categorías, desde los más pequeños hasta el rugby profesional. Y que se extrapola a lo que se vive en la grada, donde es inconcebible que ocurra una pelea entre aficionados. "Nosotros vamos a Inglaterra, donde se supone que la afición es complicada, y la gente se mezcla en la grada y no se evita el alcohol. Ya se sabe que todo el mundo va a disfrutar. Alguien que juega a rugby es directamente un amigo", zanja Pepe.

Verónica Gómez
Periodista de la SER desde 2009, cuando comencé mis prácticas en Radio Pamplona. Tras pasar por las...




