San Ignacio despierta a Bizkaia entre marmitako, niebla y devoción popular
El día grande del patrón se celebra con concursos gastronómicos, tradiciones rurales y ascensiones al Gorbea, en una jornada marcada por el ambiente festivo y el respeto a la naturaleza

San Ignacio despierta a Bizkaia entre marmitako, niebla y devoción popular
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El 31 de julio se vive de forma especial en Bizkaia. San Ignacio, patrón del territorio y de la Compañía de Jesús, da nombre a barrios, plazas y fiestas populares que desde primeras horas de la mañana llenan de ambiente localidades como Lemoa, Plentzia, Sestao, Güeñes, Algorta o Trobika, además del propio barrio bilbaíno de San Ignacio.
Desde allí ha arrancado hoy "Hoy por Hoy Bilbao-Bizkaia", reflejando el inicio de una jornada festiva en la que el tradicional concurso de marmitako se convierte en el eje central. Cuadrillas de amigos y familias se agrupan entre cazuelas, cuchillos y cucharones, cocinando con paciencia una receta que es patrimonio emocional del verano vasco. Iñigo Piñeiro, miembro de la cuadrilla ‘Sanifest’, admitía entre risas que aunque llevan trece años participando, el premio sigue resistiéndose: “Tenemos al cocinero fijo, pero el objetivo es disfrutar entre amigos. Ganar, si llega, bienvenido sea”.
La fiesta en el barrio no se limita al marmitako. Pruebas tan singulares como el lanzamiento de fregona ponen el toque más gamberro y creativo a la jornada. La técnica es libre, y la estética, aún más. Para muchos, como una de las participantes comentaba, se trata más de reír y compartir que de competir. En el fondo, es esa mezcla de humor y costumbre lo que mantiene viva la esencia de San Ignacio.
Niebla, historia y fe en la cima del Gorbea
Mientras en las plazas se cocina y se baila, el Gorbea se despertaba envuelto en niebla densa, con el cielo encapotado y un sirimiri constante. Pese a ello, cientos de personas han vuelto a cumplir con la tradición de ascender hasta la cruz que corona el punto más alto de Euskadi, a 1.481 metros de altitud. En las campas de Arraba y en el refugio de Elorrieta, se mezclaban mochilas, bocadillos, termos y conversaciones entre quienes se resguardaban de la humedad.
Una de ellas era Josune, ganadera de yeguas de la zona, que explicaba cómo su familia no suele ser muy aficionada a la montaña, pero este día lo tienen marcado desde siempre. “No somos muy mendizales, pero el día de hoy no lo perdonamos”, decía con naturalidad. Acompañada por amigos, contaba que tras la subida pasarían por el Paso Malo para llegar hasta sus coches en Ipiñaburu, donde seguirían la fiesta con tortillas y buena compañía.
El historiador Iñaki García Uribe recordaba que la subida de San Ignacio al Gorbea es una tradición más reciente de lo que muchos imaginan. Explicaba que a finales del siglo XIX, los jesuitas comenzaron a organizar ejercicios espirituales por la zona, y que desde entonces, poco a poco, la cita fue ganando peso hasta convertirse en un ritual popular muy arraigado en el calendario vasco.
El Gorbea: una montaña que separa mundos
A pesar de su modesta altura, el Gorbea es una montaña de contrastes. Así lo explicaba Joseba Elorrieta, guarda del refugio de Elorrieta, que lleva décadas conociendo sus senderos, cambios de clima y ciclos naturales. En su opinión, el Gorbea tiene algo que muy pocas montañas poseen: una riqueza geográfica, climática y cultural sorprendente en tan poco espacio. Comentaba que el monte separa el clima atlántico del continental, y con ello, dos formas distintas de pastorear, de trabajar la tierra e incluso de entender la montaña.
“Es una divisoria de aguas: lo que cae en un lado va al Cantábrico, y lo que cae al otro, al Mediterráneo”, decía con convicción. Subrayaba que mientras en la vertiente alavesa ya están cosechando trigo con cosechadoras, algo impensable al mirar la vertiente vizcaína. Para él, esa dualidad es parte del magnetismo del Gorbea.
También advertía sobre la necesidad de cuidar el entorno. Relataba cómo, a veces, la gente no es consciente del daño que puede causar, por ejemplo, una botella rota en mitad del monte. “La gente piensa que el cristal no pasa nada, pero los animales meten el morro para comer y se pueden cortar. Esas heridas, si se infectan, pueden matar a una vaca o a una yegua. Con el cristal hay que tener un cuidado exquisito”.




