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“No me morí: volví a nacer”. Dos mujeres, dos mundos y una misma herida: la violencia machista

Tres mujeres asesinadas en dos años, más de un centenar en protección y dos historias que resuenan desde Donostia y Kabul recuerdan en este 25N que la violencia machista sigue siendo una emergencia.

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“No me morí: volví a nacer”. Dos mujeres, dos mundos y una misma herida: la violencia machista

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San Sebastián

En la Casa de las Mujeres de San Sebastián, en la calle Okendo, el 25N se vive este año con dos historias que cruzan geografías y generaciones. Emma, vecina de Donostia; y Hadiya, periodista afgana llegada desde Kabul. Dos mujeres que no comparten idioma, origen ni biografía, pero sí un denominador común: la violencia machista. Porque da igual la edad, da igual el lugar, da igual el mapa. La violencia contra las mujeres sigue siendo un problema estructural que se cobra vidas, silencios y cicatrices —muchas visibles, muchas otras profundamente ocultas— en todo el mundo.

En Gipuzkoa, el impacto es evidente. En los dos últimos años, tres mujeres han sido asesinadas por sus parejas o exparejas: Yolanda fue asfixiada en Zarautz hace apenas un mes; Leonor recibió un disparo en su casa de Pasaia hace un año; Lurdes murió en plena calle en Orio, en un ataque con arma de fuego perpetrado por su ex pareja hace dos años. La amenaza continúa. Hoy, 12 mujeres viven con escolta permanente por riesgo grave; 87 cuentan con contravigilancia; 51 utilizan una aplicación tecnológica de protección; y 74 hombres llevan pulsera de geolocalización.

En ese contexto, la Casa de las Mujeres se ha convertido en un espacio de acompañamiento para quienes enfrentan esa violencia. Atiende a mujeres que llegan solas, derivadas o acompañadas, buscando asesoría jurídica, apoyo psicológico, homologación de títulos o simplemente un lugar donde no sentirse juzgadas. Desde aquí, su equipo lanza este 25N un mensaje directo: la violencia contra las mujeres no se reduce a un dato o a un expediente. Es un problema social que exige escucha, recursos y una implicación colectiva.

“Volví a nacer”: la historia de Emma Larreta

A partir de aquí, el relato se detiene en las protagonistas. La primera es Emma Larreta, que el 2 de abril de 2007 sobrevivió a las 27 puñaladas que le propinó su ex pareja en la tintorería donde trabajaba en San Sebastián. Ella había decidido poner fin a la relación, pero él no aceptó la ruptura. La atacó con una violencia extrema que le causó lesiones severas en los brazos y una discapacidad del 39%.

Emma recuerda cada segundo. No perdió la conciencia. Fue consciente de que se estaba muriendo. Y también, de que tenía que salir de aquel local para no convertirse en una cifra más. Cuando despertó en el hospital, supo que “volvió a nacer”. Pero la salida fue dura: adaptar su cuerpo al dolor, asumir la discapacidad, reencontrarse con una vida cotidiana completamente nueva. Todo eso fue parte de su reconstrucción.

Con el tiempo, transformó su historia en acompañamiento. Su libro, El mapa de mis cicatrices, recoge esa idea: la violencia machista es mucho más que una agresión. Es una memoria que se instala en lo cotidiano. Convive con ella, la estudia, la explica. Durante su hospitalización ya sintió que debía hacer algo con lo ocurrido; hoy guía a otras mujeres, ofrece charlas en centros educativos y explica lo que tantas veces se olvida: que nadie está en una relación violenta porque quiere.

Las mujeres que la escuchan por primera vez suelen decirle que se sienten reconocidas y que “por fin alguien pone palabras al miedo”. Y Emma, desde su “segunda vida”, lo tiene claro: la sociedad debe dejar de juzgar a las víctimas y empezar a acompañarlas con empatía.

Hadiya Amin: huir para seguir viva

La segunda protagonista es Hadiya Amin, periodista afgana cuya vida ha estado marcada por las restricciones, la violencia familiar y el total control del régimen talibán sobre las mujeres. Desde niña, el acceso a la educación estuvo plagado de barreras; años más tarde fue obligada a casarse con un hombre violento que la maltrataba. Tras el regreso de los talibanes, su situación empeoró: perdió su trabajo en la televisión nacional, dejó de tener derechos básicos y tuvo que huir para sobrevivir.

Su familia llegó a volverse contra ella, y en Afganistán su expareja consiguió incluso declararla “fallecida” para eliminar sus derechos legales. Desde Euskadi, trata de que no se olvide lo que viven las mujeres afganas, invisibles bajo un régimen que las prohíbe estudiar, trabajar, salir solas o simplemente existir como ciudadanas.

Anoche conversó sobre todo ello y envió un mensaje a quienes atraviesan violencias similares, aquí o allí: que no se rindan, que busquen apoyo y que no se sientan solas.

Violencia sexual: un año de Hariberria

El reportaje avanza hacia la violencia sexual, con el testimonio de Amaia Pérez, responsable del recurso foral Hariberria. Tras un año de funcionamiento en el barrio donostiarra de Gros, el balance confirma la necesidad del servicio. Hariberria ofrece atención inmediata a mujeres que han sufrido o sospechan haber sufrido violencia sexual, sea reciente o no. La entrada puede ser por llamada, WhatsApp o de forma presencial, y no es obligatorio denunciar para recibir apoyo.

La atención es integral: psicológica, jurídica y social. También realizan sensibilización en centros educativos para combatir la normalización de la violencia sexual y enfrentar el aumento de discursos negacionistas.

Hariberria se encuentra en la calle Nueva, 10 en Gros, su teléfono de contacto es el 900 840 188 y tienen servicio 24h.

La mirada judicial y la dificultad de denunciar

Desde los juzgados de Irun, la carga de trabajo es intensa. El proceso judicial puede extenderse durante años, y mantener la denuncia es difícil para muchas mujeres, especialmente para quienes provienen de contextos donde denunciar está mal visto o directamente prohibido. Entre las víctimas migradas, estas barreras culturales se suman al miedo y a la dependencia económica, lo que dificulta aún más dar el paso.

Entender la desigualdad para comprender la violencia

El reportaje se cierra con una mirada histórica, antropológica y psicológica a la desigualdad entre hombres y mujeres. Ainara Aranberri explica que hace 7.000 años las sociedades eran más complementarias, basadas en la interdependencia para sobrevivir. Fue con la aparición de las primeras ciudades-Estado cuando emergieron sistemas jerárquicos en los que el poder —por razones sociales y culturales— quedó en manos masculinas.

Ese sistema, el patriarcado, se ha mantenido durante siglos gracias al miedo, la violencia simbólica y estructuras sociales difíciles de cuestionar. De ahí, señala Aranberri, surge la hostilidad de ciertos sectores a los avances feministas: sienten que perderán poder o privilegios.

En ese caldo de cultivo prosperan los bulos: que las denuncias falsas son mayoría, que la violencia de género no existe, que el feminismo “odia a los hombres”. La desinformación utiliza mecanismos psicológicos que refuerzan prejuicios, y las redes sociales multiplican su alcance mediante algoritmos que premian el contenido emocional.

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Nerea Rodríguez Iñarra

Nerea Rodríguez Iñarra

Soy periodista por la UPV/EHU con mención en Dirección de Comunicación y Máster en Comunicación Multimedia...

 

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