De vuelta y vuelta
A Coruña
Había pasado la medianoche cuando eché un vistazo a la web, por pura curiosidad, como un broker consulta la bolsa. El día anterior había volado por los aires una lavandería en Mesoiro, un petardazo terrible, como lo había descrito un bombero. Había sido un accidente: un chaval había dejado dentro de la ropa que había metido en la secadora un aerosol para recargar mecheros. Podía imaginarme el bote en medio de los vaqueros y camisetas empapados, girando y girando, mientras el calor provocaba que el gas de su interior se expandiera. La presión pasó de terrible a insoportable Cuando estalló, la secadora actuó como un cañón: la portezuela se abrió de par en par y la onda expansiva alcanzó de lleno la fachada, haciendo la cristalera añicos y tirando abajo la cubierta.
Aquello era el equivalente periodístico a los peta-zeta en el campo de la alimentación: era divertido y no tenía sustancia alguna, ni siquiera indicaba ningún tipo de problema, como un accidente en un punto negro, o una muerte por sobredosis. No había ninguna moraleja, ningún punto que debatir, ninguna opinión que recoger. Ni drama social, ni crónica negra, aquello no era ni siquiera una noticia, solo una anécdota. Pero a la gente le encantaba. Tenía las pruebas delante de mis ojos una vez más. Cuando pasó de las 20.000 visitas, no pude evitar echarme a reír.
Desde que tengo acceso a los datos de visitas, los consulto a menudo, tratando de averiguar qué noticias funcionan y cuáles no, qué es lo que la gente quiere leer. Cuando empecé en esto, todavía se podía debatir sobre el tema, pero la tecnología, como tantas otras cosas, lo había cambiado todo. Ahora podía ver exactamente qué impacto tenía cada uno de mis trabajos apretando un botón. Había algunos que tenían exactamente la misma repercusión de meter un mensaje en una botella y arrojarla al océano, mientras que otros tenían miles y miles de visitas. Lo de la lavandería era un claro ejemplo de ello.
Muchos de mis compañeros consideran que hay que darle al lector lo que necesita. Es decir, noticias importantes, que ponen el foco en la actualidad más trascendente: el primero opina que hay que centrarse en complejos problemas urbanísticos, tenso debates plenarios y dramáticos conflictos laborales. A fuerza de leer estos artículos, el lector estará mejor informado y, sobre todo, concienciado. El problema es cómo conseguir que la gente quiera leer esos artículos donde se desmenuza concienzudamente el PGOM para determinar si es verdad lo que dice la oposición sobre si el número de alturas de la tercera torre empezando por la izquierda es el adecuado o, por el contrario, el Ayuntamiento ha sucumbido a la presión de los despiadados promotores inmobiliarios, siempre dispuestos a rebañar el último metro cuadrado de suelo como si fuera un trocito de mantequilla para su tostada.
Yo, desde luego, no tengo ni idea de cómo hacerlo, así que voy a lo fácil. El otro día escribí sobre cómo una hostelera de Alcalde Marchesi se negaba a servir a toxicómanos y mencioné en el titular que uno se había meado en la silla. La semana pasada, sobre un fugitivo de la Interpol al que la Policía Local había detenido porque lo habían cacheado en un control rutinario y había sido tan idiota de conservar su identificación verdadera con la falsa. O la del okupa que se enzarzó en una pelea con su novia por la mañana temprano. Cuando la Policía le registró el pijama, estaba lleno de drogas. O los sacos llenos de bates que se incautaron en Peruleiro, justo antes del último encuentro del Deportivo. O el patinete que también estalló y quemó la habitación de un adolescente.
Todos habían tenido mucho más éxito que la información municipal o de la política y la explosión en la lavandería las había superado a todas juntas. Normalmente, habría confirmado mi teoría de que la información seria debe ir envuelta en noticas más ligeras, igual que mi madre engaña a su espantosa gata, un bicho que no se fía ni de su sombra, para que se tome la medicina. Claro que tampoco tengo muy claro cómo evitar que la gente se saltara el plato nutritivo para ir directamente al postre. Es un problema que no parece tener solución y, por otro lado, lo de la secadora me había convencido de que a algunas cosas es mejor no darle vueltas