Amor por la política
A Coruña
Había apostado diez euros con un fotógrafo a que Marea Atlántica sobrevivía. Para mí, ese era el principal aliciente de las municipales, pero había otros. Por ejemplo, era la primera vez que tenía que cubrir paso a paso unas elecciones. Se presentaban más de diez partidos, y los candidatos recorrían la ciudad prometiendo a los votantes más o menos lo mismo que los otros, solo que mejor. Tenían las soluciones para la vivienda, para la movilidad, para el pequeño comercio, para el borde litoral. En resumen, para todos los problemas que importaban a los coruñeses, y también para muchos de los problemas que no les importaban en absoluto. Desde el día 15, cuando se pegaron los carteles, los días se habían convertido en una sucesión de mítines, repartos de propaganda y reuniones, encuestas, comunicados de presa y entrevistas.
A veces, cuando preguntas a un político, consigues que te respondan como una persona normal, pero es más probable que se limiten a repetir la lección que les han enseñado sus jefes de prensa y que han memorizado con cuidado. Igual que yo tengo una lista de preguntas, ellos tienen una lista de respuestas, mensajes que quieren lanzar. Sabes cuándo les has formulado una pregunta que no esperan porque buscan con la mirada a su jefe de prensa, que les hace muecas como si fuera un compañero de tute. “Sí”, “No”, “Pasa a otra cosa”. Cuando se atascan, echan mano de una respuesta preparada, aunque no tenga nada que ver con la respuesta. Una re-pregunta lleva a otra re-respuesta. Entonces lo dejas y pasas a la siguiente. Al acabar, el jefe de prensa habla unos minutos conmigo, me comenta qué opino de cómo marcha la campaña. Yo siempre respondo haciendo algún comentario negativo sobre otro partido. Siempre es bien recibido.
Cuanto más pequeño es el partido, cuantas menos posibilidades tiene de ganar, mejor, porque eso significa que sus candidatos tienen menos experiencia y tienden a convertir la entrevista en una conversación más relajada. La mejor, sin duda, fue la de Vox, pero le tocó a una compañera, de quien hay gente que dice que tiene instinto periodístico. La candidata le aseguró, ante sus insistentes preguntas, que nunca había existido la homofobia. Cuando mi compañera insistió, ella replicó que en la Mercería Otero los hombres habían comprado bragas toda la vida. Después de eso, no supo qué preguntar, y no la culpo.
Tendría que haberla advertido. Ya he tenido varios roces con Vox, y aunque no los considero una amenaza para la democracia mayor que algunos otros partidos, siempre consiguen sorprenderme. La semana anterior, la candidata coruñesa había estado en el Hotel Meliá, en un acto al que acudía el líder de su partido, Santiago Abascal, y había tenido la oportunidad de escuchar cómo aseguraba que, igual que 500 años antes María Pita había conseguido lo imposible al expulsar a los ingleses, ellos conseguirían repetir su hazaña. “Podemos hacerlo y merece la pena”, prometió en su tono más épico. No me quedó claro quiénes eran los ingleses, si el PSOE o si todos los partidos políticos en general, pero no importaba: ella no era más que la telonera. Enseguida subió al escenario Abascal, que recordó el peligro que suponían los socialistas para la democracia. “Hay que estar vigilantes de que no intenten usar las municipales para cambiar de régimen. Sí, sí. Ya pasó una vez”, recordó a sus seguidores. Se refería a las municipales de 1931, el accidentado nacimiento de la Segunda República, pero no sé cuántos de los presentes habían captado la referencia. La mayor parte de la gente no comparte mi fascinación por la historia.
En aquella sala había toda clase de gente: jóvenes y mayores, muchos con pulseras con la bandera, y algunos con rastas por raro que pudiera parecer. Hacía calor en aquella sala y se abanicaban con folletos con la cara de su amado líder mientras, afuera, el viento agitaba las banderas rojas de los manifestantes que, vigilados por la Policía Nacional, protestaban contra aquellos supuestos totalitarios y antidemócratas exhibiendo los símbolos de una ideología que era, esencialmente, totalitaria y antidemócrata mientras un tipo alto y desdentado, con la mirada alucinada y el pelo rosa, de unos cincuenta años, ensayaba una especie de baile beodo delante de las fuerzas de seguridad. Aquel espectáculo habría bastado para volverme cínico, si no lo hubiera sido ya. Si las elecciones son la fiesta de la democracia, yo soy el tipo que sorbe su cerveza tranquilamente en un rincón mientras cuenta los minutos para irse a casa.
Mi compañera, en cambio, es una creyente, una de esas personas que se escandaliza cada vez que descubre que en el mundo hay gente que propaga el mal pensando de forma diferente a elal. Entrevistar a una candidata e Vox fue un choque para ella, aunque luego disfrutó enormemente de la atención que recibió su entrevista. Mis entrevistados eran políticos profesionales, y no daban tanto juego. Pero siempre te pueden sorprender: en una de las últimas entrevistas, el candidato me dijo que nos jugábamos mucho. Yo asentí, pensando en los diez euros del fotógrafo, luego le pregunté si quería añadir algo. “Que te quiero mucho”, respondió. Levanté la cabeza del bloc de notas. Desde luego, era mucho más de lo que me había dicho un político, incluso en campaña. “Se lo agradezco –dije intentando ser político- pero, como comprenderá, debo ser imparcial”.