Opinión

El epitafio

El estilita / Radio Coruña

El estilita

A Coruña

Era el primer pleno del nuevo mandato y, la verdad, no había acudido con muchas expectativas. Se iban a votar los asuntos de organización, nada que pudiera dar ningún titular, y cuando llegué y me encontré en la zona de prensa con solo dos compañeros de agencias, mi presentimiento pareció confirmarse. Los concejales de los tres grupos (PSOE, PP y BNG), ya estaban dentro. Me senté resignado, y puse en marcha la grabadora. El primero en hablar fue la alcaldesa, claro. Pero luego le tocó el turno al portavoz socialista, José Manuel Lage. No habían transcurrido ni cinco minutos cuando una compañera de agencias, una chica bajita de gas redondas, se volvió hacía mí con los ojos como platos ante lo que estaba diciendo. Yo levanté el pulgar, encantado.

Hasta ese momento, todo había marchado como siempre. El portavoz se limitó a enumerar los asuntos que les traían al pleno. Cuando llegó al tema de la subida de los sueldos de los concejales, para él, era una cuestión de dignidad. “Hubo tentación, en el pasado, de hacer causa de este asunto. Entramos ahora en la normalización. Hubo personas que querían inventar la rueda, pero ya estaba inventada. Estamos en un nuevo tiempo, y lo que se hace es darle normalidad”. Todos entendimos que se refería a la Marea Atlántica, o quizá a Podemos. Dio vueltas sobre el asunto durante un rato largo. “Lo importante es no hacer causa de unos temas que solo fomentan la antipolítica y el populismo. Por suerte, los sarpullidos pasan rápido –ahí fue cuando cruzamos miradas- Sé que me puedo ahorrar estos comentarios pero a mí no me apetece hacerlo. Han sido bastante nocivos para la sociedad. Todos aquellos que creyeron que los salarios tenían que ser tres salarios mínimos, que después no era verdad, creo que tuvieron la respuesta oportuna por parte de la ciudadanía”.

Era cierto. La Marea había pasado de nueve concejales con Xulio Ferreiro, en 2015, a seis en 2019, con Podemos dentro de su equipo municipal. Recuerdo que cuando fue investido alcalde, Ferreiro salió a la plaza para entregar el bastón de mando a la gente que aguardaba fuera, y hubo aplausos, y vítores. Cuatro años más tarde, en la sede de la Marea, Ferreiro tenía los ojos llorosos mientras trataba de explicar a los suyos, y a sí mismo, por qué el pueblo le había abandonado. Estaba sinceramente dolido y parecía incapaz de comprender que había sido el enfado por la crisis, más que la ilusión por el cambio, lo que les había llevado al poder. A la gente se le había pasado uno u otra y eso era todo. Tras la marcha de Ferreiro, el grupo de la Marea se había desintegrado poco a poco, pasando de seis a cuatro. Cuando llegaron de nuevo las elecciones, fueron incapaces de hacer un frente común con Podemos y no habían conseguido ni un concejal y la situación había regresado al punto de partida.

Pero, para bien o para mal, la Marea había sido una parte vital de la política coruñesa durante ocho años. Habían irrumpido con una mezcla de entusiasmo y confianza en sí mismos, en sus ideas y en sus convicciones, que podía resultar irritante. A Lage, desde luego, se le veía escocido. Los socialistas habían tenido que pactado con la Marea para investir a Ferreiro, y luego la Marea había pactado para investir a Inés Rey. Todo con tal de evitar que el PP, el partido más votado en las dos elecciones, consiguiera la Alcaldía. Eran aliados de circunstancias pero para la Marea el PSOE representaba, igual que el PP, la vieja y corrupta política que habían venido a cambiar con una democracia directa. Era una nueva ola de activistas metidos a políticos, un movimiento joven y fresco que no tenía que cargar con ninguna mochila de escándalos y errores, y que, como todos los recién llegados, miraban a sus predecesores con suficiencia, convencidos de que ellos podían hacerlo mejor. Por alguna razón, aquella actitud no había hecho que cayeran simpáticos a políticos de carrera como Lage, que acababa de pronunciar su epitafio.

En cuanto salió del pleno, le perseguí por los pasillos hasta que se detuvo. Le pregunté si se había referido a la Marea: “És una interpretación errónea, porque no es nominal”. Intenté ocultar mi incredulidad, pero nunca he sabido poner cara de póker. “Parecía que hablaba de la Marea”. “Pues no, era para todos”, insistió él. Me lo aclaró: “Desde el año 14 en adelante, hubo mucha gente que empezó a descalificar a las organizaciones políticas, algunas como el PSOE, que tenemos 144 años de historia, y con descalificaciones que yo no olvido”. Asentí, comprensivo, y él continuó. “Lo que digo es que todas las organizaciones populistas que prometían darle la luz gratis a la gente, que prometían la jubilación a los 60 años cayeron, bueno, por su propio peso. Porque hacer populismo trae ese tipo de consecuencias. Nunca trae nada bueno. Sin más”. Y se sintió obligado a puntualizar: “Yo con la Marea tengo una relación personal excelente”. Podía ser. A veces el roce hace el cariño. Pero otras, solo un sarpullido.

 
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