Madera de noticia
A Coruña
Bajé por la rampa de cemento hasta llegar justo detrás del Materno. Una vez allí, hice un alto y miré a mi alrededor. No había estado allí desde hacía semanas, cuando me habían llamado porque había un montón de coches patrulla de la Policía Nacional junto a la antigua piscifactoría. Resultó que había muerto en su interior una mujer: su pareja se había despertado al lado de su cuerpo, y cuando lo ví estaba sentado en los escalones, llevándose las manos a la cabeza, mientras los agentes esperaban a que acudiera la jueza para levantar el cadáver. Lo que más recuerdo era que había un precioso cisne muy cerca, en el embarcadero, todo blanco y con ese antifaz negro que parece pintado. Me pareció incongruente
Pero estoy divagando. Aquel día técnicamente no tenía que trabajar, pero estaba tratando de buscar a un okupa en la zona que estaba en pleno litigio con Demarcación de Costas y quería probar suerte, pero no sabía por dónde empezar. Escuché un molesto ruido y al asomarme tras unos matorrales, descubrí a un tipo con una motosierra, tallando un tronco en un caballete y envuelto en una nube de serrín. Mi punto de vista es que siempre que encuentres a un desconocido con una motosierra en un lugar solitario, hay que abordarlo, así que me acerqué y saludé.
Mi potencial fuente (o asesino, ese momento no lo tenía claro) resultó ser un tipo esmirriado, casi esquelético. Estaba desnudo de cintura para arriba y tenía el color bronceado de alguien que se pasa la vida al aire libre. En su pecho destacaba un mechón de pelo canoso, y tenía la nariz larga y unos ojos claros en un rostro curtido con una barba de varios días. Me sonrió con simpatía y yo le pregunté por lo que me interesaba. Parecía que conocía el lugar, charlamos un rato y cuando me iba a marchar le pregunté, por casualidad, qué estaba haciendo allí. “Estoy tallado un pez”, me explicó.
Aquello merecía más explicaciones y se las pedí. Parece ser que aquel tipo con pinta de toxicómano rehabilitado era todo un artista, y un artista de éxito. Me contó toda su historia: se había formado como protésico dental, o algo así, pero se había dedicado a los muebles, hasta que un día un cliente entró en el almacén y descubrió un tronco que él había tallado en forma de pez para entretenerse. Quería comprarlo y aunque le dijeron que no estaba acabado, insistió. Así fue como descubrió su nuevo oficio. Desde entonces, se había dedicado a tallar la madera, casi siempre peces, de todo tipo: lenguados, merluzas, bacalaos, rodaballos… Lo que fuera. Se subía a su camioneta, la misma que tenía allí, llena de trastos, y recorría los restaurantes de la costa de Galicia y Portugal ofreciendo su mercancía. Tallando siempre al aire libre, muy a menudo a orillas de mar. Supongo que por la inspiración.
Y le iba muy bien. Me enseñó en su móvil las fotos de su trabajo y era impresionante. Parecían pescados disecados de verdad. Los hacía con cualquier tipo de madera, blanda o dura. “Pero es mejor si ha estado en el mar”, aclaró. La sal desecaba la celulosa, haciéndola ligera. Eso tenía sentido, porque supongo que una madera que acaba en el mar tiene vocación de pez, igual que él tenía vocación de escultor. Le pregunté dónde había aprendido a tallar y él me aseguró que era exactamente lo mismo que tallar un diente. Miré incrédulo al protésico dental metido a tallador de peces. La verdad es que todo aquello era de lo más raro, pero daba igual: nunca he tallado nada en mi vida, pero igual que él sabe cuándo un tronco se puede convertir en un pez, yo sé cuándo algo tiene madera para ser una noticia. Antes de que arrancara de nuevo la motosierra, le pedí el teléfono para dárselo al redactor de cultura.