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El grito del Obradoiro y su gente: ¡Voltaremos!

El equipo santiagués estuvo salvado durante muchos minutos, pero al final Granada ganó y frustró la permanencia

La afición obradoirista acabó desolada tras consumarse el descenso / ADRIAN BAULDE

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Santiago de Compostela

No pudo ser y el baloncesto, el deporte, mostró su lago más amargo al Obradoiro y su principal activo, su afición. Fue una tarde de ver como las sensaciones y las emociones se movían en una montaña rusa, viendo como el equipo comenzaba nervioso y fallón ante el Joventut, para acabar cogiéndole el pulso para gobernarlo a partir del segundo cuarto y administrar rentas que fueron lo suficientemente cómodas para no temer por la victoria que acabó sellada con un 97-71.

A partir del tercer cuarto, si antes ya estaba un ojo puesto en el teléfono móvil para saber cómo iban las cosas en Granada, ya se pusieron los dos. Los decibelios que llegaban desde la grada eran claro indicativo de cómo marchaba el marcador en el Covirán Granada-Gran Canaria. Si la grada rugía, Granada iba por debajo con diferencias en torno a los diez puntos, pero poco a poco se fue mitigando y hubo momentos de un silencio que no se recuerda. El equipo nazarí inició una remontada que fue acercando el indeseable desenlace hasta que se confirmó. Los jugadores del Obra se fueron dando cuenta, Dotson preguntó sin disimulo a los más cercanos a la pista, y por más que hubo un último acercamiento del Gran Canaria, finalmente el Granada ganó su partido y las lágrimas y el desconsuelo se apoderaron de la grada del Fontes do Sar.

Por más vueltas que algunos quieran darle, lo cierto es que la reacción del equipo llegó, pero tarde. La temporada vino "mal cocinada" desde el verano, se cometieron errores por parte de todos, directiva, dirección deportiva, cuerpo técnico y jugadores, y lo único que no falló y sí estuvo a la altura todo el curso fue la afición, que jamás dejó de creer y estar al lado del equipo.

Tocará reformular el proyecto e ir despejando incógnitas cuanto antes para darle forma. A nadie se le escapa que la figura de Raúl López es fundamental al frente del proyecto en el plano económico. De su bolsillo salió el dinero para acometer los fichajes de Timma, Strelnieks y Dotson, y para lo bueno y no tan bueno, es el capitán general del Obra. En lo deportivo, Moncho Fernández tiene un año más de contrato, cierto, pero también lo es que puede desvincularse de manera unilateral por una cláusula existente en el mismo y es algo que tenía prácticamente decidido hace algún tiempo fuese cual fuese el desenlace de la temporada. Sus gestos a la afición tras el partido y ese "ata sempre" que se pudo leer en sus labios, parecen confirmar su despedida tras 14 temporadas al frente del equipo al que ha sostenido haciendo mucho más que lo meramente relativo a su tarea como entrenador. Moncho ha sido la bandera del Obra y el obradoirismo todas esas temporadas, ha hecho alquimia, se ha mordido la lengua en multitud de ocasiones por el bien del equipo y del club, y salvo sorpresa mayúscula, ante el Joventut dirigió su último partido como técnico del Obradoiro. Al menos, en esta maravillosa etapa que toca a su fin. Toca resetear, y volver a empezar.