Opinión

Del lado de los buenos

El estilita / Radio Coruña

A Coruña

“Es usted una buena persona y un periodista honrado”; me dijo aquel ancianito con aspecto adorable. No supe qué decir (lo que no me ocurre a menudo) pero traté de protestar. “Hombre, tampoco vaya usted a creer…”. Pero él meneó la cabeza, convencido de que había descubierto a uno de esos tipos intrépidos que en las películas hacen saltar la liebre. Por mucho que me gustara la idea, no podía convencerme a mí mismo. Para mí, aquel asunto distaba mucho de ser emocionante.

El teléfono había sonado una vez antes de que descolgara rápidamente sin dejar de mirar el correo en la pantalla del ordenador. Al otro lado del aparato sonó una voz de hombre, mayor, en un tono indignado. Recibo a menudo llamadas de este tipo. A menudo soy yo el objeto de esa indignación, pero otras veces es un tercero: la Xunta, el Ayuntamiento, la empresa o el vecino de al lado. Hay mucha gente que considera que sus problemas personales son una injusticia que hay que denunciar, que son víctimas de una conspiración en la que están implicados insospechadas figuras de autoridad, unidas por turbios intereses. No tengo claro qué pretenden ganar publicando la historia. Quizá simplemente saber que a alguien le importa. .

Resultó que su ira no iba dirigida hacia mí. Hacía solo unas horas yo había subido a la web una noticia sobre la regeneración de As Xubias porque la alcaldesa había anunciado que iba a firmar un convenio con un fondo suizo de inversión. Había sido por sorpresa, nadie se había enterado, y yo me sentía bastante tonto allí, con la grabadora, intentando ponerme al corriente sobre la marcha. El fondo suizo había comprado miles de metros cuadrados de suelo en aquella zona de la ría. Hay algo en el término “fondo suizo” que me resulta siniestro. Quizá porque fue uno de estos fondos helvéticos el que compró la planta de aluminio de Alcoa, solo para descapitalizarla. Aquello había acabado con varios arrestos.

Desde entonces, los fondos suizos evocaban en mi mente tipos encorbatados en salas de suelos impecables, que comenzaban la reunión cuando sonaba un reloj de cucú. Conocí al director del fondo para España no despejó mis recelos. Su peinado también me pareció siniestro y aristocrático a un tiempo. Los suizos querían el terreno para construir, claro, pero el Ayuntamiento quería controlar el desarrollo, o al menos aparentar que lo hacía, así que se apresuró a anunciar un convenio y que un arquitecto inglés, un premio Pritzer, un tipo coloradote con nombre de personaje de Dickens, se encargaría del proyecto urbanístico, coordinando a varios estudios de A Coruña. La alcaldesa había explicado que los jardines de un pazo histórico se abrirían al público para formar parte de los equipamientos de la zona.

El señor que hablaba tan indignado al otro lado del auricular era el dueño de aquel pazo. O uno de ellos, por lo menos. Pertenecía a una antigua familia inglesa de industriales y cónsules que habían llegado a Galicia siglos atrás, gente de dinero y de abolengo La declaración de la alcaldesa le había puesto furioso. “Es mi propiedad ¿Cómo sale en los periódicos diciendo que va abrirla al público?”, me preguntó, un tanto retóricamente. Al parecer, no era la primera vez que un alcalde trataba de arrebatarle aquel caserón histórico. Paco Vázquez había planteado el proyecto de crear en el pazo un hotel “de parejitas”, como lo llamaba su propietario, pero no lo había conseguido, y tampoco estaba dispuesto a que le expropiara la alcaldesa. Añadí un par de líneas al artículo con lo que me había contado y colgué.

Al día siguiente volvió a llamar. Estaba vez parecía más animado que indignado y fue entonces cuando me dijo aquello de era una buena persona. Quizá solo quería dorarme la píldora, porque me anunció que se iba a pasar por la redacción para enseñarme algunos documentos. Aquí tampoco hizo caso de mis protestas. Media hora más tarde allí estaba: un hombre más cercano a los noventa que a los ochenta, el pelo totalmente blanco, una gorra y gadas metálicas en una cara redonda y simpática. Parecía, como he dicho, un viejecito adorable. Antes de que me diera cuenta, me había explicado toda la historia de su familia y de su casa.

Estaba inmerso en una guerra legal contra cualquiera que quisiera arrebatarla la propiedad de su familia, y también con la mitad de esta, según parecía. Me llegó a asegurar que su hijo había querido matarle manipulando los cables del coche. Luego alguien había introducido unos perros asesinos en su propiedad y matado a unos corderos que tenía allí. En este trabajo uno acostumbra a escuchar historias muy raras, así que me limité a asentir mientas le acompañaba hacia la puerta. Cuando estaba a punto de marcharse se giró. “Tenga cuidado. Pueden ir a por usted. Su vida puede correr peligro”, me advirtió solemne. Parecía poco probable por mucho que la alcaldesa me dedique a veces miradas asesinas, pero tampoco quise romper la solemnidad del momento. Además, me gustaba estar del lado de los buenos, y no simplemente del de los anunciantes. “No se preocupe-le tranquilicé- Los buenos siempre ganamos”:

 
  • Cadena SER

  •  
Programación
Cadena SER

Hoy por Hoy

Àngels Barceló

Comparte

Compartir desde el minuto: 00:00