Opinión

La entrevista

El estilita / Radio Coruña

El estilita

A Coruña

Como me lo han preguntado más de una vez, te voy a contar (solo a ti) lo de mi ‘entrevista’ con el tipo de STL. Supongo que has oído hablar de él: Sánchez es el secretario general de ese sindicato tan polémico. En febrero del año pasado le habían detenido por unas sospechas de corrupción, porque decían que cobraba mordidas por encontrar trabajo a la gente en el servicio de limpieza viaria, pero no era la primera vez que había tenido problemas con la justicia. Se contaban cosas muy raras de él, la mayor parte ilegales. Hacía quince años que se había separado de la CIG y formado su propio sindicato al que había conseguido llevarse a casi todos los trabajadores del servicio de recogida de basura. Desde entonces había conseguido más mayorías absolutas que Felipe González y había usado el poder que le daba llenar las calles de basura para salirse con la suya. A veces, en las protestas que organizaba, ardían contenedores o camiones. Todo el mundo le señalaba pero siempre se salía con la suya. No todo el mundo puede conseguir algo así, hay que reconocerle el mérito.

Es, en suma, un tipo interesante, aunque esté aún menos limpio aún de lo que se espera de alguien que trabaja con basura, o precisamente por eso. Desde que le habían detenido, le había insistido en que me dejara entrevistarle, pero siempre se había negado. “No, que me pones podre”. En verano había empezado otra huelga, pero esta vez no funcionaba. Ahora la gente le culpaba a él y no al Ayuntamiento de que la basura llenara las calles y una de las cabezas pensantes de María Pita se había dado cuenta y habían subido las apuestas. En política, tener un culpable es casi como tener una solución, así que habían declarado la emergencia sanitaria, contratado a otra empresa para recoger la basura y sancionado a todos los basureros que incumplieran su trabajo.

Sánchez sabía que la opinión pública estaba en contra suya y se sentía acorralado. Supongo que por eso me llamó. En realidad, aquel día no trabajaba. Eran las nueve de la mañana del sábado y yo estaba en el gimnasio cuando sonó el teléfono que había dejado a mis pies. “Te voy a dar la entrevista. A ti a y a la TVG, a nadie más. Quiero una doble página”, me espetó. Yo le respondí que no habría ningún problema. Me dijo hora y lugar, colgué, y empecé a golpear el saco con una sonrisa.

A la puerta de STL ya había varios delegados con cara de pocos amigos, pero me hice el tonto y les saludé alegremente. Me dijeron que la tele ya estaba dentro, así que me dispuse a esperar, pero enseguida nos dieron paso. No parecían tener muy claro qué hacer. Subí al primer piso, y allí estaba Sánchez. Tenía la expresión grave y aquellos ojos tristes que le caracterizaban, estaba sentado detrás de la mesa. Era un despacho pequeño y en otras ruedas de prensa nos habíamos tenido que apretujar, pero esta vez no. Había una compañera de TVG, una mujer bajita y de pelo corto cuyo nombre no recuerdo ahora y otra con gafas, pelo largo y achaparrada, a la que no había visto en mi vida y que no sabía para que medio trabajaba. A esas alturas, yo ya no sabía si aquello era una rueda de prensa o la entrevista que me habían prometido, pero no había nadie de los otros periódicos. Esa era la plaza, y había que torear.

Puse la grabadora en la mesa, junto al micrófono de la TVG y Sánchez empezó su discurso. Duró media hora larga, y en ella repitió lo que había dicho en anteriores ocasiones: que la concesionaria incumplía las condiciones del servicio, incumplía el convenio, incumplía el pliego administrativo, el técnico. Básicamente todos. Lo había denunciado en los tribunales, pero los procesos legales son demasiado largos. Lo había denunciado al Ayuntamiento, pero no habían querido recibirles, por eso no había tenido más remedio que ir a la huelga. Estaba seguro de que Sánchez tenía razón en lo de los incumplimientos de la empresa, pero eso daba igual, porque había perdido toda credibilidad. En el techo había humedades y caían pequeños pedazos de pintura blanca sobre la mesa del secretario de STL. Me pareció una bonita analogía; lo que había construido se estaba cayendo a pedazos.

Apreté el botón de mi bolígrafo varias veces, impaciente. Por fin acabó de hablar. Inicié otra grabación y empecé a hacer preguntas. Lo que me interesaba, sobre todo, era lo de su detención, así que le hice la pregunta que llevaba guardando desde hacía más de un año. Sánchez se la esperaba y respondió bien, apelando a su inocencia y recordando que todavía no le habían acusado de nada. Le tocó el turno a la periodista desconocida. “Esa pregunta no me interesa, me parece personal” dijo. Giré la cabeza para mirarla, extrañado. “A mí lo que me interesa es el aspecto sindical”, continuó. Allí había algo raro y se volvió aún más extraño cuando empezó a hacer una pregunta que fue incapaz de aterrizar hasta que Sánchez le cortó para retomar la palabra.

Después de aquello, seguí haciendo preguntas sobre los sospechosos incendios a los contenedores, sobre denuncias de métodos mafiosos, sobre billetes de lotería que nunca habían aparecido, una tras otra, como tiros a puerta, hasta que se me acabaron. Él lo encajó sin parpadear y tengo que reconocer que era mucho mejor fajador que la mayor parte de los políticos que he conocido aunque solo fuera porque sonaba el doble de sincero. Había pasado otra media hora y hacía tiempo que la TVG se había ido, así que estábamos solo él y yo y los demás miembros de STL. Me levanté y apagué la grabadora. Él me alargó la mano y yo se la estreché con fuerza. Había sido una buena pelea, mucho mejor que pegarle a un saco. Si no era una entrevista, era una pena, porque se trataba de una de las mejores que había hecho. Me fui silbando por la calle Barcelona para pasar el resto de mi día libre en la redacción.

 
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