'¿Qué es ser normal?' Adolescentes de Lugo responden dando una gran lección social
Con un ensayo filosófico, jóvenes de 17 años reivindican la necesidad de ser más escuchados y menos juzgados

'¿Qué es ser normal?' Adolescentes de Lugo responden dando una gran lección social
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Lugo
'¿Qué es ser normal?' es la pregunta que el departamento de filosofía del IES Lucus Augusti le ha hecho a los alumnos de primero de bachillerato y las respuestas han sorprendido, y mucho.
Antía Santín fue la ganadora y aprovechó para preguntarse a si misma qué le hace sentir el ser o no ser normal. "Muchas cosas que hacemos y que creemos que están mal porque no son comunes. Y sin embargo son las que realmente nos distinguen porque nos hacer ser especiales", argumenta.
"Para mi, en esta pregunta partimos de un término que no existe", comienza Aila, otra de las alumnas participantes en el concurso. "La normalidad no tiene una definición, va a depender de qué ojos la miren y de cómo la interpreten", dice.
Aila dice haber sido "la rarita de la clase" durante años "por cómo me visto o lo que me gusta" y aprovechó esa experiencia en primera para llevar a análisis la pregunta.
¿Qué define la normalidad? Esta alumna lo cuestionó en su ensayo analizándola teniendo en cuenta diferentes condicionantes como la nacionalidad, la religión o la manera de vestir.
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Saúl se centró "en la norma social". En su ensayo este alumno de 17 años reflexionó sobre si la sociedad nos empuja a hacer lo mismo o si se potencializa las características individuales.
Nerea también siguió la línea de la normalidad entendida como un "constructo social", pero se colocó en los zapatos del excluido. "Creo que nada justifica la violencia, pero menos el no ser considerado normal".
Por último, Noa, escribió a cerca de lo que la sociedad disfraza de normalidad. "Creo que todos tenemos algún tipo de complejo o que algo no nos gusta de nosotros mismos y lo tapamos para evitar salirnos de la normalidad marcada. Sin embargo lo que tapamos es que todos somos raros", comparte.
Menos zona de confort
Con la PAU a la vuelta de la esquina, esta mal llamada generación de cristal, piensa que este tipo de actividades que se salen de "lo normal" les permite encontrarse consigo mismos.
La presión de llegar y cumplir con el currículo estipulado provoca que se pierda la oportunidad de parar y apostar por iniciativas que enriquezcan la formación de los chavales desde una perspectiva diferente.
Pensar y escribir sobre experiencias vividas en primer término, poder sacar de dentro emociones e ideas que no se habían atrevido a verbalizar ayuda a que conozcamos más a nuestros jóvenes.
Les gusta 'TikTok' e 'Instagram', pero también son curiosos e inquietos. Quieren saber, buscan respuestas y quieren ser escuchados.
Van más allá de los estándares académicos reclaman una mayor atención "al mundo de las artes y de la cultura" y observan como salidas viables e igual de meritorias las formaciones en ciclos.
Sin duda, hay un futuro prometedor y esperanzador entre los más jóvenes.
¿Qué es ser normal? por 'el viajero silencioso'
Hace tiempo, en medio de una clase cualquiera, me descubrí mirando por la ventana con la mente en otro lugar. Mientras todos tomaban apuntes o seguían al profesor con atención, me preguntaba por qué no podía simplemente ser como los demás.
¿Por qué me molestaban detalles insignificantes para algunos y, sin embargo, a mí me parecían señales inequívocas de que había algo distinto en mi forma de ver el mundo? ¿Por qué mis sentimientos se desbordaban por cosas que a otros les resultaban triviales?
En ese instante comprendí que algo dentro de mí latía a un compás diferente. Siempre me han dicho que ser normal es sinónimo de seguridad, de adaptarse a las expectativas que nos imponen la familia, los amigos y la sociedad.
Pero, ¿qué pasa cuando esa misma normalidad se convierte en una jaula invisible? Nos enseñan desde muy pequeños a sentarnos rectos, a contestar de la manera correcta, a vestir de forma convencional, a amar según un guion preestablecido.
Esa receta, repetida una y otra vez, busca uniformidad y desprecia las diferencias; premia la conformidad y estigmatiza la disonancia. ¿Quién decide cuál es el patrón a seguir? ¿Nuestros padres, la televisión, los libros o el eco de una historia que se repite sin cuestionamientos?
Con el pasar de los años, comprendí que lo que se etiqueta de “raro” muchas veces no es más que la manifestación de una individualidad que se niega a reprimir su esencia. La presión por encajar, de sentirse “normal”, se traduce en un esfuerzo constante por ocultar parte de uno mismo: reprimir una carcajada espontánea, acallar una opinión divergente, minimizar una pasión que arde con fuerza.
En cada “normal” forzado se esconde la renuncia a aquello que nos hace únicos, a esa chispa que, sin duda, es la fuente de la creatividad, de la autenticidad. Ser normal, en este sentido, se transforma en una suerte de autoexilio interior, una renuncia al derecho de ser libre y sentir intensamente.
No obstante, ser diferente también conlleva su cuota de dolor y soledad. A veces, transitar por un sendero poco transitado implica caminar en solitario, enfrentarse a críticas o a miradas que juzgan sin conocer.
Recuerdo momentos en los que mi propia diferencia me hacía sentir como si hubiese cometido un error irreparable, como si el mundo entero estuviera conspirando para que encajara en moldes que no me pertenecen.
Pero en esos instantes, en medio de la oscuridad, encontraba la fuerza para reivindicar mis cualidades: mi sensibilidad, mi capacidad de asombro, mi incesante sed de comprender la realidad desde otra perspectiva.
Comprendí que la verdadera belleza reside en esa autenticidad desarmada. La educación formal, la cultura dominante y hasta nuestras propias inseguridades se mezclan para forjar un ideal de “normalidad” que, en realidad, es una quimera.
Esa imagen idealizada se desvanece ante la diversidad de emociones y vivencias que cada uno porta. Es irónico pensar que, cuando nos hemos sentido marginados o distintos, en realidad todos compartimos la misma inquietud interna.
La normalidad, tan codiciada y a la vez tan absurda, es solo una construcción social que varía con el tiempo, con la cultura y con la historia de cada comunidad. He llegado a creer que lo fundamental no es conformarse con un molde preestablecido, sino atreverse a cuestionarlo.
¿Para qué queremos ser normales? ¿Acaso para sentirnos protegidos del juicio ajeno o para vivir en la comodidad de la mediocridad? Yo elijo ver en mi diferencia la chispa que ilumina mi camino, la brújula que me guía hacia un futuro donde la autenticidad sea más valiosa que la aceptación pasiva.
Quizás, si aprendemos a valorar la diversidad de pensamientos, sentimientos y formas de ser, descubriremos que cada “raro” es, en realidad, un ser único con un potencial ilimitado. El camino de la autenticidad no es fácil; requiere coraje para romper con los esquemas y la resiliencia para soportar el rechazo.
Sin embargo, considero que en esa lucha reside el verdadero sentido de la libertad. No quiero ser el reflejo de lo que la sociedad espera, sino la voz que desafía lo establecido. En un mundo obsesionado con la uniformidad, permitirse ser distinto es un acto de rebeldía y de profundo amor propio.
Quizás mi reflexión no cambie el mundo, pero si inspira a alguien a no temer a ser él mismo, entonces sabré que mi mensaje ha tenido un impacto. La normalidad se vuelve irrelevante cuando dejamos de intentar encajar en un molde impuesto y abrazamos la complejidad de nuestra existencia.
Así, en cada paso, es posible dejar una huella, una firma que diga: “Aquí estuve, auténtico hasta el final”.Y si eso no es normal… entonces, ojalá nunca lo sea.
Firmado: El viajero silencioso.
Sara Meijide
Redactora de Radio Lugo