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Fe sin erratas

El estilita / Radio Coruña

El estilita

A Coruña

Cuando me dijeron a dónde tenía que ir al día siguiente, contuve a duras penas las ganas de santiguarme: en una iglesia evangelista se iba a celebrar un bautismo y mis jefes querían que lo cubriera, más que nada por la foto. Resulta que esta gente bautiza a los adultos, así que en vez de una pila, utilizan una bañera bautismal para la inmersión completa. Si hubieran instalado un trampolín, habría sido portada. Titular: Salto de fe.

Así que fui al local, que estaba detrás de los Salesianos. Ya de buenas a primeras, la cosa empezó mal, porque el fotógrafo me echó la bronca porque no me había enterado del programa, y él tenía que tragarse toda la ceremonia antes de llegar al bautismo en sí. Yo me disculpé, naturalmente, y reconocí mi ignorancia sobre el tema. La última vez que había acudido a algo así fue cuando fuimos a cristianar a mi sobrino, y aquello fue entrar, mojar y salir. Diez minutos máximo. Recuerdo que el chaval berreaba a pleno pulmón, como si le sometiéramos a un exorcismo, en vez de un bautismo. Se lo comenté al pater, que se rió y me dijo que era normal. En todo caso, está claro que la ceremonia salió bien, porque mi sobrino es muy buen chaval.

En cambio, a los evangelistas les gusta jugársela y esperar a ser adultos para bautizarse. En aquella sala que parecía un minicine con un tío con una guitarra eléctrica poniendo la música, había tres personas, dos mujeres y un hombre, un tipo con coleta, que estaban vestidos con pijama blanco y sandalias, esperando el momento para renacer. Antes le tocó el turno a un orador, un señor mayor de espesas cejas blancas, que habló apasionadamente sobre el cristianismo, y sobre cómo la gente con fe tenía que afrontar la incomprensión de un mundo lleno de descreídos. Le comprendía perfectamente aunque podía alegar que producía el mismo efecto ser una persona descreída y cínica en un mundo en el que todo el mundo busca aferrarse a algo, quizá no la religión, pero sí la política (que me parece igualmente poco de fiar). Pero, por lo que sea, los cínicos no generamos mucha empatía, así que hemos aprendido a pasar sin ella.

Pese a todo, el discurso de aquel señor me emocionaba, hasta el punto de que los ojos se me humedecían. También, hay que decirlo, por culpa del ataque de alergia que sufría, pero eso no podía saberlo el tipo que se me acercó para comentarme, como quien no quiere la cosa, que los fines de semana organizaban partidos de fútbol sala. Se lo agradecí, claro, pero ni el cielo ni el fútbol son lo mío.

Estaba más interesado en lo que ocurría al otro lado de la habitación. Habían puesto el himno en el teleprompter, lo que, junto con lo de la guitarra, me confirmó la idea de que los evangelistas jugaban al modo fácil, tratando de hacer la religión más enrollada, sin el ritual de levantarse, sentarse y arrodillarse que tanto me desconcertaba de pequeño. Por si fuera poco, constataba una alarmante ausencia de sobrepellices y estolas.

Por fin llegó el momento cumbre: los tres postulantes (no sé si se dice así) subieron por turnos al estrado para situarse delante del micrófono y contar, con voz entrecortada por la emoción, cómo habían decidido dar este paso. La conclusión que extraje es que Jesús había estado allí siempre con ellos, como ese amigo buenazo y soso que nunca es el alma de la fiesta, pero que te lleva a casa cuando estás borracho y que, después de muchas resacas emocionales, habían decidido que les convenía más. “¿Aceptas a Jesucristo como tu señor y salvador? A raíz de esta declaración, yo te bautizo”, le decía el sacerdote, para luego sumergirlo de espaldas en la bañera, lo que antiguamente se conocía como un baño de impresión. Aproveché que el guitarrista volvía a rasguear su instrumento para sonarme ruidosamente.

Tuve que esperar un rato para poder hablar con un portavoz de la congregación sobre el tema, un señor de cierta edad. Me comentó que había docenas de iglesias por toda la ciudad. “Les están comiendo la tostada a los católicos, entonces”, comenté. Él me respondió, un poco desconcertado, que no se trataba de eso y me pidió que les tratara bien en el artículo. Yo le dije que sí, claro, que tuviera fe, aunque en mi mundo, la fe siempre va unida a las erratas.

 

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