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Preadolescencia: Cómo afrontar la etapa más desconcertante para padres y madres

Carmen Iglesias nos da las claves en La aventura de aprender

La aventura de aprender: La preadolescencia

La aventura de aprender: La preadolescencia

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A Coruña

La preadolescencia llega antes de lo que muchos padres imaginan. Hacia los diez u once años, los niños comienzan a mostrar cambios de humor, variaciones en su conducta y una nueva forma de relacionarse con su entorno. Lo que para las familias aparece como un giro inesperado, para ellos es simplemente el inicio de una etapa marcada por transformaciones profundas.

El impacto de los cambios hormonales

Carmen Iglesias, especialista en conducta infantil, explica que la preadolescencia está guiada por un movimiento hormonal que ellos no saben interpretar ni gestionar. Es habitual que se irriten sin motivo aparente, que sientan que todo es una crítica hacia ellos o que pasen de la risa al llanto en cuestión de minutos.

Estos picos emocionales son comparables a otros procesos hormonales intensos, como el posparto. No tienen una lógica clara pero sí una raíz orgánica. Por eso, aunque a los adultos les cueste comprender sus reacciones, para ellos el malestar es muy real.

La construcción de la identidad y la importancia de la imagen

Uno de los cambios más visibles es el interés repentino por la apariencia. Peinados de moda —como el “tobogán”—, largas horas frente al espejo, labios ligeramente brillantes, accesorios, ropa que les define… Todo forma parte del despertar de su identidad.

Niños y niñas buscan distinguirse y pertenecer al mismo tiempo. Por eso, cualquier comentario sobre su aspecto puede vivirse como una invasión o una crítica profunda.

La necesidad de independencia: el primer gran choque

A medida que buscan definirse, aumenta su deseo de autonomía. Quieren salir con amigos, decidir cómo vestirse, moverse por determinados lugares o tener su propio móvil. El problema surge cuando estas aspiraciones no se corresponden con su madurez o con los límites que las familias consideran adecuados.

Aquí aparecen muchos de los roces más habituales: horarios, normas, dispositivos, permisos… La tensión se incrementa porque ellos sienten que pueden con todo, mientras los padres ven claramente que aún no es momento.

Una comunicación que parece romperse

Otro aspecto que desconcierta especialmente a los adultos es la sensación de desconexión. Hijos que antes hablaban sin parar pasan a contestar con monosílabos, a encerrarse en su habitación o a mostrarse desganados ante cualquier propuesta.

No es desinterés por la familia: es un proceso de interiorización. Necesitan espacio para pensar, para ubicarse, para entender qué les está ocurriendo. Los padres lo perciben como distancia; ellos lo viven como un refugio.

Cómo acompañar esta etapa sin convertirla en una batalla diaria

Ante este escenario, Carmen Iglesias transmite un mensaje claro: paciencia. Calma. Y, sobre todo, una estrategia esencial para la convivencia: elegir las batallas.

Hay cuestiones que no merecen conflicto: un peinado, una sudadera enorme, una moda pasajera. En pocos años desaparecerán sin dejar rastro. Sin embargo, otras sí requieren firmeza: el uso de pantallas, los horarios, los lugares donde quedan, las normas básicas de convivencia.

No se trata de imponer, sino de guiar. Acompañarlos sin invadir, marcar límites sin generar una guerra por cada detalle y comprender que están viviendo una transición intensa que también pasará.

 

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