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A Coruña Opina: Personas sin hogar, una realidad cambiante que exige respuestas coordinadas

El sin hogarismo en A Coruña cambia de rostro: una realidad que evoluciona a gran velocidad

A Coruña Opina: Personas sin hogar

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A Coruña

El 27 de noviembre se conmemora, en distintos lugares del mundo y por parte de diversas organizaciones, el Día de las Personas sin Hogar. Es cierto que el calendario está lleno de “días de”, pero también lo es que muchas realidades quedarían fuera del foco público si no existiera una fecha que obligase a mirarlas de frente. Una de esas realidades es el sin hogarismo, que a menudo parece invisible, pero forma parte del día a día de muchas ciudades, también de A Coruña.

Las personas que duermen en la calle, en alojamientos temporales, en infraviviendas o encadenando sofás de conocidos son vecinos y vecinas a los que casi siempre pasamos de largo sin preguntarnos qué hay detrás de sus historias. Para responder a preguntas como cuántas personas viven así en la ciudad, cómo son atendidas y por qué han terminado en la calle, “A Coruña Opina” reúne a tres voces que trabajan directamente con esta realidad: Paula Prego, técnica del proyecto de atención integral a personas sin hogar de Cruz Roja; Mónica Rioboo, directora del Centro Integrado de Atención Social Padre Rubinos; y Alberto Tabernero, responsable del centro Acouga de Accem.

Una realidad en cambio constante en A Coruña

Lejos de ser un fenómeno nuevo, el sin hogarismo en A Coruña es un problema que se mantiene en el tiempo, pero que evoluciona. Alberto Tabernero describe una realidad dinámica, en la que las entidades sociales perciben cambios acelerados respecto a hace cinco o diez años. El problema no desaparece, pero sí se transforma: cambian los perfiles, las trayectorias y las causas que empujan a las personas a la calle o a situaciones de exclusión residencial.

Hoy ya no se puede hablar de un único “tipo” de persona sin hogar. Como explica Paula Prego, cuando pensábamos en alguien sin hogar solía venir a la cabeza la imagen estereotipada de un hombre de mediana edad con problemas de alcohol. Esa fotografía ya no sirve. Ahora emergen otros rostros y otras historias.

Más jóvenes y más mujeres: la cara nueva del sin hogarismo

Una de las transformaciones más claras es la juvenilización del perfil. El tramo de edad predominante ya no se sitúa solo por encima de los 45 años. Cada vez se detectan más casos en torno a los 30 y 40 años, personas que hasta hace muy poco llevaban una vida más o menos normalizada, con empleo y vivienda, y que en cuestión de meses se ven en situación de calle o dependiendo de recursos sociales.

A esto se suma un dato especialmente preocupante: la feminización del sin hogarismo. Cada vez hay más mujeres que llegan a los recursos, pero su presencia ha estado históricamente invisibilizada. La explicación no es simple: las mujeres suelen agotar muchas más estrategias antes de acudir a un recurso social, aceptando a veces relaciones o situaciones de convivencia que no son deseables, solo para evitar dormir en la calle. Cuando finalmente llegan a un centro, lo hacen a menudo con un nivel de deterioro muchísimo mayor.

Estudios que manejan las entidades apuntan a que mientras un hombre puede necesitar unos pocos incidentes críticos para caer en situación de sin hogarismo, en el caso de las mujeres esa cifra se multiplica. Resisten más tiempo, pero cuando caen, caen desde más alto y con más secuelas.

Migración y exclusión residencial: procesos que se rompen

Otro de los grandes cambios en A Coruña tiene que ver con las personas migrantes. Mónica Rioboo aporta un dato muy significativo: hace tan solo cinco años, el porcentaje de personas migrantes y españolas atendidas en Padre Rubinos estaba prácticamente al 50%. Hoy, solo un 36% de las personas que utilizan sus servicios son españolas de origen.

Detrás de ese giro hay muchas historias de proyectos migratorios truncados. Personas que llegan a España con una ilusión clara y expectativas de incorporarse pronto al mercado laboral y poder enviar dinero a su país. En lugar de eso, se encuentran con barreras administrativas, imposibilidad de regularizar su situación, dificultades para acceder a un empleo estable y, en muchos casos, soledad y falta de red de apoyo. La consecuencia, si no hay un “agarre” sólido en la comunidad de acogida, es que acaban en recursos para personas sin hogar.

En el caso de las mujeres migrantes, el riesgo se dispara: muchas se ven empujadas a situaciones de explotación y, en casos extremos, a la prostitución. No es el escenario que imaginaban cuando dejaron su país, pero se convierte en la única vía de subsistencia ante la falta de alternativas.

Salud mental y fragilidad de las redes familiares

Las entidades coinciden en que el aumento de personas con problemas de salud mental es otro de los elementos clave para entender la realidad actual. Hay casos donde se produce un evidente desgaste de las redes familiares, que no pueden sostener situaciones muy complejas. En otros, lo que falla es el sistema de salud mental, que no llega o no mantiene el acompañamiento necesario a largo plazo.

Además, muchos jóvenes que han pasado por centros de protección de menores acaban derivando en situaciones de sin hogarismo al llegar a la mayoría de edad. Cuando el núcleo familiar es inestable o inexistente y las alternativas de inserción fallan, el salto a la calle es mucho más probable.

La combinación de vivienda cara, empleo precario, problemas de salud mental y debilidad de las redes sociales y familiares dibuja un terreno muy fértil para la exclusión residencial.

Qué hacen Cruz Roja, Padre Rubinos y Accem en A Coruña

Frente a esta realidad cambiante, la respuesta en A Coruña se articula a través de una red de entidades sociales que comparten objetivos pero trabajan desde recursos distintos y complementarios.

Cruz Roja A Coruña aborda un concepto amplio de sin hogarismo: personas que duermen en la calle, que alternan albergues, que viven en infraviviendas o que, aun teniendo un techo, no logran mantener su vivienda de forma estable. Trabaja principalmente a través de dos proyectos: el servicio municipal SEMUS, centrado en la detección y atención directa en calle, y el proyecto NOS, que tiene como pilar el acompañamiento individualizado. Esto incluye desde acudir con la persona a una cita médica hasta mediar con servicios sociales para tramitar ayudas o coordinar recursos de alojamiento.

Accem, a través del centro Acouga, combina varias líneas de intervención. Por un lado, la atención en calle, con equipos que recorren la ciudad para localizar a las personas que están durmiendo al raso, conocer su situación e intentar motivarlas para iniciar procesos de cambio. Por otro, un punto de calor en el que las personas pueden desayunar y encontrar un espacio seguro, que sirve como puerta de entrada a un acompañamiento social más intenso. Además, la entidad gestiona pisos de acogida y dispositivos vinculados a protección internacional.

Padre Rubinos, por su parte, es el gran referente residencial en la ciudad. Su Centro Integrado de Atención Social agrupa varios recursos con distintos niveles de exigencia y estabilidad: un albergue para atenciones inmediatas, un centro de atención continuada para perfiles de mayor inestabilidad, centros de media y larga estancia para personas que necesitan procesos más largos de recuperación, y un grupo de inserción orientado a quienes están en condiciones de reengancharse al mercado laboral. A todo ello se suman el comedor social, enfermería y distintas ayudas económicas y sociales para evitar que personas en riesgo pierdan el alojamiento que todavía mantienen.

Trabajar en red: coordinación entre entidades y con el Ayuntamiento

Si algo destacan las tres entidades es la importancia de la coordinación. Cada organización tiene sus recursos, sus equipos y su manera de trabajar, pero ninguna puede llegar sola a todo. Cruz Roja, por ejemplo, no dispone de recurso residencial propio en la ciudad, por lo que la derivación a Padre Rubinos es fundamental cuando alguien no tiene dónde dormir. Accem y Padre Rubinos, a su vez, derivan a Cruz Roja u otras entidades cuando el acompañamiento social o la atención en calle es clave.

En A Coruña, esta coordinación se refuerza a través de reuniones periódicas lideradas por los Servicios Sociales del Ayuntamiento, en las que se comparten casos especialmente complejos, se analizan cambios en la realidad social y se definen estrategias comunes. De este modo se evita que las personas atendidas tengan la sensación de “empezar de cero” cada vez que se sientan delante de un nuevo profesional, una queja muy repetida entre quienes han pasado por varias entidades.

El trabajo de calle: respeto, tiempos y prevención

Uno de los aspectos menos visibles, pero más decisivos, es el trabajo de calle. La intervención con personas que duermen al raso se plantea desde el respeto absoluto a su autonomía: son adultos y tienen derecho a decidir. Si en un momento dado no quieren iniciar un proceso de cambio, la respuesta no es abandonarles, sino mantener la presencia, conversar, ofrecer una bebida caliente, escuchar.

El acercamiento suele ser gradual, especialmente en personas con trayectorias muy cronificadas. A veces son meses de idas y venidas hasta que se abre una ventana: una mala racha de salud, un día de frío extremo, un momento de agotamiento emocional. Ahí es donde los equipos tratan de facilitar una salida rápida: acompañar a un médico, tramitar un recurso, agilizar una plaza en un centro o activar el dispositivo de frío que se refuerza en invierno.

Para quienes acaban de llegar a la calle, el reto es distinto: muchas veces están desorientados, no conocen los recursos y todavía conservan la energía para hacer muchos trámites en poco tiempo. En estos casos, el acompañamiento tiene que ser más intenso al principio para evitar que la situación se cronifique.

Historias de éxito y una carrera de fondo

Pese a lo duro de la realidad, hay historias de éxito. Personas que, tras años en calle o en recursos, logran acceder a una prestación, obtener el reconocimiento de una discapacidad, encontrar un trabajo, estabilizar su salud mental o mantener una vivienda de forma autónoma. Muchas pasan por el albergue o por un recurso de media estancia y no vuelven. Años después, los profesionales se las encuentran trabajando, haciendo su vida o simplemente viviendo con una pensión que les permite pagar un alquiler.

No siempre el éxito es volver al mercado laboral. A veces, como explican las entidades, el objetivo es más modesto pero igual de importante: reducir daños, estabilizar la salud, lograr que la persona no pase frío ni hambre, que tome su medicación, que no pierda el techo que tiene.

En los casos más cronificados, el trabajo es una auténtica carrera de fondo. Hay personas que rechazan incluso ir al centro de salud o a cualquier administración. Viven en un autoabandono extremo. Pero también ahí la constancia, la presencia y el trabajo en red pueden marcar la diferencia.

Un reto colectivo para A Coruña

El sin hogarismo en A Coruña no es un fenómeno aislado ni sencillo. Es el resultado de la suma de crisis de vivienda, desigualdad, precariedad laboral, desajustes en salud mental, soledades no atendidas y procesos migratorios frustrados. Pero también es un campo donde la ciudad ha demostrado capacidad de respuesta, con entidades como Cruz Roja, Padre Rubinos y Accem, y con un Ayuntamiento que forma parte activa de la red.

Visibilizar esta realidad, especialmente en fechas como el 27 de noviembre, Día de las Personas sin Hogar, no es solo una cuestión simbólica. Es una invitación a entender que detrás de cada persona que duerme en un banco, en un portal o en un recurso social hay una historia compleja, y que la solución nunca pasa por mirar hacia otro lado.

 

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