Lumpen

El estilita / Radio Coruña

A Coruña
Ocurre a veces que usas una palabra que crees de uso común y resulta que no lo es, y te sientes como si el resto manejara una edición distinta del diccionario. Me pasa cuando empleo la palabra ‘lumpen’. El término hace referencia a lo que hoy denominaríamos ‘persona en riesgo de exclusión social’ y lo acuñó Karl Marx para describir a toda la masa que está por debajo de la clase obrera. Él los odiaba. Los consideraba antirrevolucionarios, que es mucho peor que ser mala persona, según el filósofo alemán. El lumpenproletariado no tiene conciencia de clase y es empleado por la burguesía contra los obreros: mendigos, delincuentes, trabajadores en B y quizá influencers. No sé qué habría pensado Marx de ellos.
La primera vez que escuché a alguien usar la palabra lumpen fue a alguien del BNG, durante las últimas autonómicas. Estaban mirando los sondeos de votos y descubrieron que en el poblado de O Portiño habían votado a Vox. Aquello causó risas de admiración a los nacionalistas, incrédulos de por qué aquel núcleo donde abundaban los furtivos habían decidido votar por la derecha o extrema derecha. O fascista, según a quién se le pregunte. Entonces, uno de ellos soltó una frase lapidaria: “O lumpen sempre alimentou o fascismo”.
No debería haberme sorprendido que alguien cuya bandera luce una estrella roja empleara terminología marxista, pero lo hizo. Sobre todo, porque lo había dicho delante de mí. Entonces me di cuenta de que no sabía que yo era periodista. Me había confundido con un simpatizante, a lo mejor porque llevaba una camisa a cuadros, así que, por pura malicia, me identifiqué como periodista, saqué el bloc de notas y le pregunté qué había querido decir con aquello. Obtuve unos balbuceos muy satisfactorios.
Desde entonces, uso esa palabra de vez en cuando. No cuando escribo, claro, porque no me lo permiten pero sí cuando charlo. Lumpen. Así, con acento alemán (no es fácil cuando no hay erres). Mi trabajo me hace entrar en contacto con este tipo de gente a menudo, por eso la uso. Y como la mayor parte de la gente no sabe lo que significa, no puede ser denigrante, por mucho que todas las palabras alemanas suenen como insultos.
Y allí estaba, delante de un edificio lleno de gente que podía ser considerar lumpen. El 137 de la ronda de Outeiro llevaba mucho tiempo dando problemas en el barrio de Os Mallos. El dueño había encontrado un filón alquilando habitaciones en vez de pisos y lo hacía a gente de escasos recursos. Algunos habían estado en la cárcel y otros en situación de calle. La mayoría tenía problemas de uno u otro tipo: drogas, alcohol, o simplemente una mala actitud. Toda esa gente reunida bajo un mismo techo, a seis o siete por cada vivienda, se traducía en un montón de peleas y gritos y trapicheo. Pero sobre todo gritos.
El caso es que dos semanas antes, un tipo había pinchado en el brazo a su compañero de piso y el Ayuntamiento había decidido ponerse duro y hacer una inspección a fondo con técnicas municipales, Bomberos y Policía Local y había convocado a la prensa para que nos hiciéramos eco de aquella obvia maniobra publicitaria. Los vecinos creían ingenuamente que todo aquel despliegue significaba que iban a tapiar el edificio.
La concejala de Seguridad Ciudadana estaba allí, pero no iba a hacer declaraciones, así que mis compañeros de oficio me preguntaron de qué iba aquello como si los hubiera convocado yo. Les conté lo que sabía: que no eran okupas, sino lumpen. Esperamos pacientemente a que salieran de allí tipos con mascarilla y nos dijeron que ya se había acabado. Todos nos miramos y los demás periodistas comenzaron a marcharse y ahí fue cuando cometí el error. Estaba allí con una compañera de redes y con un fotógrafo y no pensaba marcharme solo porque la concejala había bajado el telón. Les dije “Vamos”, señalando el portal sucio y roto.
El resto de los periodistas se detuvo en seco y me miraron: “¿Vais a entrar?”. Me di cuenta de que tenía que haber esperado a que se marcharan, pero aquello ya no tenía remedio, así que respondí con aplomo, como si fuera evidente: “Claro”. Y sin comerlo ni beberlo, encabecé una marcha escaleras arriba, mientras las cámaras y los móviles grababan las latas de cerveza en el suelo.
Me detuve en el primer piso y llamé a la puerta, como si quisiera informar de la buena nueva. Noté que alguno de mis compañeros se ponía nervioso ante la idea de que abriera un camello cabreado pero, como he dicho, he tenido mucho trato con el lumpenproletariado: y me he dado cuenta de que, en general, solo son violentos entre ellos. Me da la impresión de que agradecen la oportunidad de que les traten como a obreros y yo estaba dispuesto a tratarles incluso como burgueses por unas pocas declaraciones. En la pared de la escalera, se podía leer “Mallos 15007 x dinero baila el perro”. Estaba claro que aquella gente lo tenía claro, lo que hacía aún más inexplicable que se encontraran en esa situación. Quizá no sabían bailar.
Me abrió un marroquí de unos treinta y tantos años y aspecto tranquilo. Traté de explicarle la situación mientras las cámaras nos observaban, asintió y se metió para adentro; al poco rato vino un español, un tipo con barba gris y gorro de lana que salió de una puerta cubierta por una manta. Igual que su compañero de piso resultó ser un tipo amable. Ante mis preguntas (y las de mis compañeras, con las que me turnaba) le sacamos la historia: lo de los alquileres de habitaciones, lo de las peleas, lo del trapicheo (en otros pisos, no en el suyo). Incluso nos dejó entrar en su casa y llegamos al patio interior lleno de basura.
La verdad es que me recordaba a un piso de estudiantes, pero con menos bongs. Le dimos las gracias y nos disculpamos por la intrusión y aquello fue todo. La verdad es que no entendía por qué aquel edificio tenía a todo el mundo revolucionado.




