La Navidad no va de regalos: va de los recuerdos que se quedan para siempre
En La Aventura de Aprender, con Carmen Iglesias, hablamos de tradiciones navideñas en cada casa

La aventura de aprender: La magia de la Navidad
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A Coruña
Ya ha sonado el pistoletazo de salida de la Navidad. Y con él llegan las prisas, el estrés, el tráfico imposible y esa sensación de ir siempre con el tiempo justo. Son días de mucho movimiento y bastante caos, sí, pero también uno de los momentos más especiales del año para crear recuerdos que se quedan grabados en la memoria, sobre todo en la de los más pequeños… y también en la de los adolescentes y adultos que algún día mirarán atrás.
Porque la Navidad, más allá de las compras y las agendas llenas, es un tiempo que deja huella.
Lo que de verdad recordamos de cuando éramos niños
Si hacemos el ejercicio de mirar atrás y pensar en nuestras Navidades de infancia, casi nunca lo primero que aparece en la memoria es un regalo concreto. Abrir regalos nos gusta a todos, claro, pero lo que permanece son esos momentos que se repetían cada año, esas tradiciones familiares que, sin saber muy bien por qué, acabaron formando parte de nuestra historia.
Cada familia tiene las suyas. Diferentes, únicas, a veces improvisadas. Cosas que se hacían “porque siempre se hicieron así” y que hoy siguen teniendo sentido.
Cuando los niños sorprenden con lo que más valoran
Cuando se les pregunta a los niños qué es lo que más les gusta de la Navidad, muchas veces la respuesta no es el último juguete de moda. Hablan de desayunar algo especial el día de Navidad después de abrir los regalos, de ir todos los años a la cabalgata de Reyes con las mismas personas, de volver a casa para merendar juntos o de decorar el árbol en familia.
Son detalles sencillos, cotidianos, que para los adultos pueden pasar desapercibidos en medio del día a día, pero que para ellos tienen un valor enorme. A veces incluso mayor que el de un regalo que ilusiona durante un rato y luego se queda olvidado.
Los regalos pasan, los momentos permanecen
Con el tiempo, los juguetes se rompen o dejan de interesar. Los recuerdos compartidos no. Esos se quedan. Por eso, en medio del ritmo acelerado que solemos llevar, la Navidad es una oportunidad perfecta para parar un poco y darle importancia a lo que de verdad cuenta.
No se trata de hacer grandes planes ni de organizar algo espectacular. Muchas veces, lo más valioso es lo más simple.
Crear tradiciones nuevas también es Navidad
No todas las familias tienen tradiciones muy marcadas, y no pasa nada. La buena noticia es que siempre se pueden crear. Hacer una manualidad navideña, preparar juntos un postre que se repita cada año, intentar un roscón casero, unas magdalenas o cualquier receta que acabe convirtiéndose en “la de siempre”.
Lo importante no es cómo sale, sino que se repita, que perdure y que, con el paso del tiempo, forme parte de esos recuerdos que aparecen sin avisar cuando somos mayores.
Las tradiciones que nacen sin que nos demos cuenta
Muchas costumbres familiares surgen casi sin querer. El día concreto en el que se decora la casa, la música que suena de fondo mientras se pone el árbol, quién se encarga de cada cosa o incluso cuándo empieza oficialmente la Navidad en cada hogar.
Para muchas personas, ese inicio llega el 22 de diciembre, con la Lotería de Navidad sonando de fondo. Escuchar los números, anotar, comentar y asumir, un año más, que no ha tocado nada. Pero el ambiente ya está creado. Y eso también es Navidad.
Parar un poco, aunque sea difícil
No todo el mundo puede desconectar del trabajo durante estas fechas. Aun así, incluso en medio del ajetreo, es importante intentar parar un poco. Aprovechar los días festivos, las vacaciones escolares o simplemente un rato por la tarde para compartir tiempo de calidad.
Sentarse juntos a ver una película, salir a ver las luces, reírse, charlar o simplemente estar. Aunque sean momentos breves, si son de verdad, cuentan.
Estar más presentes, ese es el verdadero regalo
La Navidad no va de hacer más cosas, sino de estar más presentes. De intentar, aunque cueste, dejar el móvil a un lado y compartir tiempo real con quienes tenemos delante.
Porque dentro de unos años, cuando volvamos a mirar atrás, no recordaremos las prisas ni el estrés. Recordaremos esos pequeños momentos que, sin saberlo, construyeron nuestra Navidad.




