El Micromentario de Pepe Belmonte: 'Humildad, mamporros, negociaciones y contradicciones'

Murcia

Menudo fin de semana, con buen tiempo, eso sí, pero con la dolorosa derrota por lesión de nuestro Carlos Alcaraz, que quería felicitarnos a todos los murcianos por el día de la Región, pasando a la final de Roland Garros en París.

Al frente tuvo a un ambicioso Djokovic que demostró, una vez más, que es un tipo presumido, soberbio y muy poco caballeroso, al celebrar con tanta efusión cada uno de los puntos que conseguía, sabiendo que ante él había un joven deportista, casi un crío todavía, que se estaba dejando la piel, y que, por vergüenza torera, por no desairar al público, no abandonó la pista aguantando estoicamente, como un héroe homérico, su más que segura derrota.

Toda una lección de humildad ante un serbio que, por su carácter, orgullo y estupidez, nunca ha llegado a ser amigo de dos de los más grandes, Federer y Nadal, que se hacían notar cuando perdían sus encuentros, pero más aún cuando animaban a los perdedores.

Y por si todo ello era poco, mientras tanto, la izquierda de la izquierda, como ahora le llaman, se estaba matando a mamporrazo limpio hasta conseguir llegar a un mal acuerdo de cara a las elecciones de julio.

A su vez, el PP seguía la conocida técnica napoleónica de no entretener al enemigo mientras se equivoca. Al tiempo que insistía en acusar al partido socialista de pro etarra y otras lindezas por el estilo. Y, sin embargo, por lo que se ha sabido, están dispuestos a regalarle la alcaldía de Barcelona, con sus votos, a un independentista del partido del denostado Puigdemont.

Y aquí, en la Región, negocian, con luz y taquígrafos, sin vergüenza alguna, con el partido de la ultraderecha, ese mismo que en Europa no quieren ver ni en pintura, para conseguir algunas de las más importantes alcaldías de Murcia.

Decía León Tolstoi, el autor de Guerra y Paz, que no era ni comunista ni filoetarra, ni independentista ni nada por el estilo, sino uno de los escritores más grandes de la literatura universal de todos los tiempos, que “vivir en contradicción con la razón propia es el estado moral más intolerable”.