El micromentario de Pepe Belmonte: 'El lenguaje de las manos'
Columna de opinión del catedrático de Literatura de la UMU para el programa Hoy por hoy Murcia
El micromentario de Pepe Belmonte: 'El lenguaje de las manos'
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Murcia
En la última novela de Jesús Carrasco, el autor de aquel libro que marcó toda una época, titulado Intemperie, encontramos un verdadero elogio de las manos, hasta el punto de que ese es, precisamente, el título que lleva la obra: Elogio de las manos.
En esas páginas, escritas primorosamente -y que yo les recomiendo para este verano-, el autor extremeño reivindica el trabajo manual y destaca el oficio de esas personas que trabajan con sus manos, como si estas fueran la expresión de un cerebro bien organizado.
Hay un pasaje, verdaderamente hermoso, en este Elogio de las manos, en el que el protagonista se da cuenta de que la forma de sus manos son un calco de las manos de su padre, que ya ha muerto: idéntica la forma de rascarse el oído, de cruzar las manos en la espalda mientras camina y piensa. El personaje termina admitiendo que las manos tienen su propia memoria.
Todo ello lo vengo a decir porque siempre me ha llamado mucho la atención la posición de las manos de los políticos en las fotografías, o en las imágenes que nos ofrecen en televisión. Nadie sabe qué hacer con sus manos, como si acabaran de descubrir esos apéndices y no supieran cómo colocarlos.
La mayoría de estos políticos saben, porque disponen de buenos asesores, que la posición que adopten con las manos es fundamental para saber ante qué clase de persona estamos. Y mucho más, si tenemos en cuenta que más del sesenta por ciento de la comunicación humana es no verbal: lo que digan tus manos anula cualquier discurso que termina por convertirse en falso. De ahí que Freud, en sus consultas de psicoanalista, se fijara no en las palabras, sino en el movimiento de las manos de sus pacientes para emitir su diagnóstico.
Verán, pues, que, aunque la gente de la política no sabe qué hacer con sus manos, siempre procuran buscar la posición más neutral, la más ambigua, la menos comprometedora. Jamás los verán -como hizo el presidente Sánchez en cierta ocasión- con las manos en los bolsillos en un acto oficial, lo que viene a significar una actitud negativa hacia la persona que tiene en frente.
Y también es muy raro verlos con las manos en las caderas o detrás, cogidas ambas a altura de la cintura. Ni cerrar los puños, ni rascarse la nariz o la cabeza mientras son apuntados por las cámaras.
Las manos siempre en su sitio, delante para que las puedan observar y calibrar la gente, y la una posada sobre la otra, para ofrecer una sensación de seguridad.
Decía Anaxágoras, que era un filósofo que vivió hacia el siglo V antes de Cristo, que el hombre piensa porque tiene manos.
Pepe Belmonte
Profesor de Literatura Española de la UMU. Crítico Literario de La Verdad y Zenda. Columnista de la...