Pastora Soler deslumbra en Cartagena en el arranque de su gira “30 años. Rosas y Espinas”
La artista sevillana repasó durante dos horas y media su trayectoria musical y vital en un espectáculo que recorrerá España en los próximos meses
A lo largo de la historia ha existido una lucha entre partidarios y detractores de las artistas de la copla por reivindicar quién ha sido “la más grande”. Lo que está claro es que si hoy se tuviera que dirimir esta cuestión, Pastora Soler, merecería, sin ningún género de dudas, estar en el pódium.
Ante un abarrotado Auditorio El Batel, que la propia artista eligió por los buenos recuerdos que tiene de este recinto (además de sus múltiples actuaciones en los últimos años, fue la primera en la Sala B de la mano de esta emisora, en Escenario Dial, cuando se inauguró en 2011), durante dos horas y media hizo un recorrido por su vida, arrancando con un bloque de copla en el que no faltó “Capote de grana y oro”, entre otras piezas de sus inicios en la música, siendo una niña, ganadora de concursos y pródiga en festivales.
Le siguió, como toda una declaración de intenciones sobre su versatilidad, que es una de sus principales señas de identidad, una magistral y emocionante interpretación del clásico de Whitney Houston “I have nothing”, cuyos registros vocales solo están al alcance de las elegidas.
Acto seguido relató cómo se rebeló contra lo que su entorno tenía dispuesto para ella (“un novio controlador, la copla como único género, luego los ritmos latinos…”) y en eso llegó la inspiración del compositor y cantante cordobés Manuel Ruiz “Queco” (sí, el artífice del “Aserejé” de Las Ketchup) para dar un giro a su estilo, con éxitos que la convirtieron en discos de oro y platino, y canciones como “Dámela ya” o “Corazón congelado”, que también estuvieron presentes en este recorrido por su música y su vida.
Pero la inconformista y muy exigente (consigo misma, sobre todo) Pastora Soler -cuyo nombre real es Pili Sánchez- necesitaba seguir creciendo, y demostrar al mundo todo aquello de lo que era capaz en el mundo de la música. Ello le supuso luchas con directivos de la industria musical que no la supieron entender y que la invitaron a irse si no seguía la senda que otros habían trazado -sin su permiso- para ella. Y eso hizo, irse.
Y como fruto de aquella ruptura, llegaron canciones como “La mala costumbre”, una de las más reconocidas por el público, como se pudo comprobar en El Batel. La cantó bajando al patio de butacas para sentirla con unos espectadores estremecidos por la intensidad de la interpretación.
Canciones fruto de experiencias vitales, con la claridad de su mensaje: “Tenemos la mala costumbre de querer a medias, de no mostrar lo que sentimos a los que están cerca. Tenemos la mala costumbre de echar en falta lo que amamos. Sólo cuando lo perdemos es cuando añoramos”.
Abrió su alma para compartir las principales emociones de su vida: su relación con su coreógrafo y luego marido (que se inició a través de un SMS con el mensaje, tras un día de duro trabajo: “Te mando un beso tan grande como el mar”), la decisión de que fuera su hermano su manager rompiendo con quienes habían gestionado su carrera desde el principio, el nacimiento de sus hijas, una de ella en un parón de actividad por el estrés (que ella calificó, sin rodeos, de miedo escénico), que a punto estuvo de retirarla definitivamente de los escenarios en 2014…
Y los amigos, que para ella son ya familia: Vanessa Martín, Manuel Carrasco, Alejandro Sanz, con quien volvió a subirse a un escenario cuando ya creía que nunca más lo podría hacer… Todos ellos estuvieron presentes en el show con emotivos mensajes y escenas de complicidad, y para entonar las canciones que surgieron con su colaboración.
La interpretación de “Perdóname” (Vanesa Martín), “Esta vez quiero ser yo” (Manuel Carrasco) y “Si hay Dios” (Alejandro Sanz) fueron momentos culminantes del show.
En el tramo final del concierto, hubo lugar para “Quédate conmigo”, la canción que nos represento en Eurovisión en 2012, así como un reconocimiento al movimiento LGTBI, y para cerrar, su última canción, “30 veces”, cuya letra recorre su vida sobre los escenarios, dejando en el aire esta sentencia:
“Treinta veces gracias por hacerme de este mundo un lugar mejor.
Treinta son los sueños que aún nos quedan escondidos en el corazón.
Treinta son los años que aún nos quedan hasta que al fin se baje el telón.
Treinta quedaron atrás. Y aún nos queda lo mejor”.
Y así transcurrió el primer concierto de la gira con la que Pastora Soler reivindica su condición de grande, algo de lo que su público de Cartagena puede dar fe.