Sociedad

El alcalde de Caravaca de la Cruz pronuncia el pregón de las fiestas de San Clemente de Lorca

Francisco José García ha pronunciado el pregón recordando la historia y los lazos que unen a ambas ciudades en la Colegiata de San Patricio

El alcalde de Caravaca, Francisco José García, durante la lectura del pregón / Ayuntamiento de Lorca

El alcalde de Caravaca, Francisco José García, durante la lectura del pregón

Lorca

Las Fiestas de San Clemente, declaradas de Interés Turístico Regional, ya han pegado el pistoletazo de salida este sábado 16 de noviembre con la entrada triunfal del infante Alfonso de Castilla en Lorca y la celebración del pregón la Colegiata de San Patricio.

El alcalde de Caravaca de la Cruz, Francisco José García, ha sido el encargado de pronunciar el pregón de este año.

Así ha sido el pregón:

Es una mañana de primavera. Con las primeras luces del alba, una comitiva presidida por el alcaide del castillo de Caravaca y compuesta por una guarnición de soldados, varios caballeros de la Orden de Santiago, con hábitos blancos y armaduras, y dos sacerdotes, atraviesa la puerta de la muralla y emprende camino, a caballo y en silencio. Les siguen, a una distancia prudente, varios súbditos guiando mulos que portan en sus lomos ánforas y vasijas de barro.

Uno de los sacerdotes, el de mayor edad y rango, protege, entre los pliegues de un paño rojo de rico tejido que cubre sus hombros, un objeto pequeño que reluce entre las sombras.

La comitiva desciende la colina, dejando atrás la muralla de la fortaleza iluminada por los primeros rayos de sol, y atraviesa, cabalgando, huertas y praderas hasta llegar a la orilla de un riachuelo cuyas aguas cristalinas nacen en unos manantiales cercanos.

Los caballeros desmontan sus cabalgaduras y ayudan a los sacerdotes, prestando especial cuidado al que sigue portando, entre sus manos, el misterioso objeto.

El clérigo avanza hasta el curso de agua y allí se arrodilla, apoyándose en el alcaide, quien le ayuda a abrir el paño rojo que cubre sus hombros. En ese momento aparece lo que con tanto celo ha guardado en su regazo durante todo el trayecto desde el castillo: una cruz de madera de doble brazo, guarnecida de plata, que sumerge en las aguas con gran cuidado.

Inmediatamente, los siervos se apresuran al arroyo y llenan los recipientes de barro, mientras el sacerdote introduce hasta en tres ocasiones la cruz en las aguas y bendice a todos los presentes, quienes se postran con respeto y veneración.

Con rapidez de movimientos, sin entretenerse ni casi intercambiar palabras, la comitiva se recompone, todos los hombres suben a las monturas e inician el viaje de vuelta, como huyendo de un peligro inminente.

La frontera con el reino nazarí de Granada está próxima, a unas pocas leguas, y son frecuentes las incursiones musulmanas, incendiando casas, robando ganado y, si hace falta, dejando un rastro de sangre. Por eso hay que con diligencia volver al castillo y, cuanto antes, restituir en su capilla a la reliquia de la Cruz de Cristo, cuya fama ya ha traspasado fronteras.

Todo esto ocurre el 3 de mayo de 1384 en Caravaca.

Ese día comienza la historia que hoy, 640 años después, nos ha traído hasta este atril.

SALUDOS

Alcalde de Lorca, amigo Fulgencio.

Corporación municipal.

Director general de Turismo.

Presidente y componentes de la Federación San Clemente.

Representantes de cabilas, aljamas y mesnadas.

Hermano mayor de la Cofradía de la Vera Cruz de Caravaca.

Concejales compañeros del Ayuntamiento de Caravaca.

Amigas y amigos, festeros, lorquinos, buenas tardes.

EL LEJANO 1384: PUNTO DE PARTIDA

Lorca y Caravaca, Caravaca y Lorca. Desde antiguo hemos compartido vecindad y lazos de amistad.

La historia documenta a finales del siglo XIV un acontecimiento que unió para siempre a Lorca y Caravaca. Es el episodio que acabo de narrar, a modo de introducción, el primer eslabón de una cadena que se perpetúa en el tiempo y une para siempre ambas ciudades.

En 1384, el concejo de Lorca se dirigió al de Caravaca solicitando el envío de agua bendecida por la Vera Cruz para rociar con ella los campos y territorios asolados por plagas y sequías. Esta petición demuestra que, un siglo y medio después de la aparición del Lignum Crucis en Caravaca, esta reliquia se había convertido en un fuerte símbolo y baluarte de la fe cristiana cuya devoción traspasaba el ámbito local y su fama llegaba a otras tierras.

Es una certeza histórica que aquella primera bendición de las aguas constituyó, por un lado, el germen del culto de la Vera Cruz unido a la protección de la Naturaleza, en el contexto del medio rural en el que se asentaba la Caravaca medieval que se pierde en la nebulosa de los tiempos.

Sabemos que los fenómenos naturales y sus efectos sobre la población determinaban en gran medida la vida de las gentes en aquellos momentos. Las sequías, plagas, epidemias, tormentas e inundaciones suponían falta de cosechas, hambrunas, enfermedades y muerte. La esperanza de vida era bajísima y muy alta la mortalidad. Por eso las gentes se aferraban a lo sobrenatural pidiendo ayuda, a lo divino como forma de explicar el por qué de sus desgracias o de su fortuna.

Por otro lado, también está demostrado que este acto, en vista de sus milagrosos efectos, comenzó a repetirse periódicamente, haciéndolo coincidir con la fiesta litúrgica del 3 de mayo. Ese día la Iglesia conmemora el hallazgo de la Cruz de Cristo en Jerusalén por la emperatriz Helena, madre de Constantino. Andando el tiempo, se convirtió en el origen y acto central de las fiestas de Caravaca y del acompañamiento de Moros y Cristianos, tan arraigadas en todos los caravaqueños.

Las fiestas de San Clemente, como las de la Vera Cruz de Caravaca, nos remiten a un pasado legendario e histórico, cuando los reinos cristianos luchaban contra los musulmanes en una larga epopeya de irregulares resultados llamada Reconquista, que fue avanzando hasta el final en 1492.

Y en el año 2016, la Federación de San Clemente introdujo en estas celebraciones la escenificación de aquel episodio en el que el agua procedente de Caravaca salvó a las gentes y a las cosechas de Lorca. Es el acto llamado Milagro de la Cruz y tiene lugar cada 22 de noviembre, víspera del día del patrón.

Por eso, en reconocimiento a esta unión de siglos, cuando el presidente de la Federación de San Clemente me trasladó mi designación como pregonero no pude negarme, a pesar de no reunir los méritos y conocimientos de quienes me precedieron en esta tarea de anunciar las fiestas patronales de Lorca. Una pregón que tengo el honor de proclamar en este marco excepcional, la Colegiata de San Patricio, y en presencia de la imagen de San Clemente. Gracias por esta oportunidad de acercar, aún más, a Lorca y a Caravaca.

Hoy, como ayer, la fuerza de los fenómenos naturales condiciona la vida del hombre. Lo que ocurría en el siglo XIV, sigue pasando en el XXI. Sequías, terremotos, epidemias, riadas y avenidas aparecen periódicamente con toda su dureza para irrumpir en nuestras vidas y recordarnos que somos vulnerables. Aquí en Lorca lo sabéis, por desgracia. La riada de la Rambla de Nogalte en 1973 o el devastador terremoto de 2011 son dos ejemplos de ello. Nuestra tierra, benigna y agradable, soleada y apacible, tiene también una voz que ruge de cuando en cuando.

En este momento quiero recordar a las víctimas y a los cientos de miles de afectados en España por el reciente episodio de lluvias torrenciales, especialmente en la vecina Comunidad Valenciana. Siempre estarán en nuestro corazón y en nuestro recuerdo.

EL INFANTE DON ALFONSO

El 23 de noviembre, día de San Clemente, es una fecha señalada y llena de simbolismo en la sucesión de acontecimientos que hoy nos trae aquí. Es como una fecha fundacional para la historia cristiana de Lorca.

Ese día del año 1221 nace en Toledo el infante que llegará a reinar con el nombre de Alfonso X, conocido como ‘el Sabio’, uno de los personajes trascendentales de la historia lorquina, murciana, española y universal.

Otro 23 de noviembre pero del año 1248, el padre de Alfonso X, el rey Fernando III ‘El Santo’, culmina la conquista de Sevilla tras 17 meses de asedio, poniendo fin a cinco siglos de presencia musulmana en la ciudad del Guadalquivir. Y cada año ese día, según dispuso nuestro protagonista Alfonso X en 1254, se celebra en la catedral hispalense una procesión solemne en la que el alcalde de Sevilla porta la espada Lobera, que perteneció al rey San Fernando.

Entre medias de ambas efemérides, la historia sitúa en 1244 y la tradición fija en el día de San Clemente la capitulación del castillo y la ciudad de Lorca ante el infante don Alfonso. Este bastión se había negado firmemente a asumir lo acordado en el Tratado de Alcaraz de 1243, que suponía para los musulmanes la entrega del reino de Murcia a la Corona de Castilla.

Y el rey santo envió al Reino de Murcia a su hijo Alfonso para apaciguar la resistencia y devolver a la fe cristiana estos territorios mediterráneos.

Para recrear este episodio fundacional de su historia, para reivindicar su pasado, Lorca se sumerge cada año, en la plenitud del otoño, en las fiestas clementinas.

Tiene para ello el mejor escenario, el decorado natural de su imponente castillo que domina la ciudad y cuya silueta es fácilmente reconocible desde muchos kilómetros a la redonda.

Este castillo ha configurado el desarrollo de la ciudad, su crecimiento y urbanismo. A su sombra han vivido, han amado, luchado y sufrido generaciones y generaciones de lorquinos que os precedieron.

Lorca, como Caravaca, ha surgido y crecido al amparo de un castillo, bajo sus murallas defensivas que fueron a veces casa y a veces cárcel. Que sirvieron de refugio en momentos de peligro y ascendieron al cielo las glorias de su pasado.

Compartimos Lorca y Caravaca una época de tierras fronterizas con el reino nazarí de Granada, cuando el peligro de ataques e incursiones era permanente. Esta situación de frontera, de incertidumbre y zozobra, de duras condiciones de vida, contribuyó a forjar el carácter recio y lleno de coraje de estas gentes.

Un carácter que se pone de manifiesto en la pasión con la que vivimos nuestras genuinas fiestas. Una pasión bordada con hilos de seda y oro en la arrebatadora escenografía de vuestra Semana Santa o en la fuerza y alegría desbordante de los Caballos del Vino en la mañana caravaqueña del 2 de mayo.

LAZOS DE UNIÓN, CAMINOS DE PEREGRINACIÓN

En 1773, el regidor y fabriquero de la Santa Cruz, Diego Melgares de Aguilar, otorgó poder a Mateo Martínez, vecino de Caravaca, para pedir limosnas en la ciudad de Lorca y su término con destino a la Patrona de Caravaca.

Años más tarde, en octubre de 1801, la vecina de Lorca, Juana María Musso y Alburquerque, mujer de Diego García de Alcaraz, presentó la petición de visitar y adorar la Santa Cruz de Caravaca con la finalidad de cumplir una promesa realizada tras sufrir su marido una aparatosa caída que le fracturó el brazo y la pierna en una “desgraciada ocasión”, como reza textualmente el memorial.

Estos dos ejemplos, junto a otros muchos conservados en los archivos, de siglos anteriores y posteriores, acreditan que la relación entre nuestras ciudades y la devoción por la Vera Cruz, que comenzó en 1384 como hemos narrado, tuvo continuidad en la historia.

Pero más allá, la vinculación también ha sido de índole social y económica, de caravaqueños que marcharon a Lorca y de lorquinos que vinieron a Caravaca en busca de oportunidades de trabajo o para emprender una nueva vida.

Estas relaciones fueron tejiendo estrechos lazos y creando familias que tienen el corazón dividido entre la Ciudad del Sol y la de la Cruz. Cuántas familias transitan la carretera que une ambas ciudades como si se tratase de una calle larga entre ellas, y lo hacen tantos fines de semana, puentes, Navidades, Semanas Santas, fiestas de mayo y veranos, con el coche cargado de equipaje, ilusiones y nervios.

Quiero tener un recuerdo caluroso para los caravaqueños residentes en Lorca, algunos de ellos presentes aquí esta tarde, a los que agradezco su asistencia.

El camino que une Lorca y Caravaca es, además de una carretera a la que siempre aspiramos ver convertida en una más segura y rápida autovía, una vía de peregrinación que, recuperando trazados antiguos, llega hasta la Basílica de la Vera Cruz.

Las vías de peregrinación hasta Caravaca, que parten desde muchos lugares de España, como Navarra, Almería, Jaén o Alicante, son una forma de vertebrar territorios de interior, despoblados y alejados de los grandes centros, y de apostar por su futuro, generando oportunidades de vida sin que pierdan su alma.

En el caso que nos ocupa, entre Lorca y Caravaca discurre el llamado Camino del Argar, que recorre extensos campos de cereal bajo el sol abrasador del verano y sierras de cumbres nevadas en invierno. El trazado atraviesa las tierras altas lorquinas, como Zarcilla de Ramos, Coy, Avilés, La Paca o Don Gonzalo, y pedanías caravaqueñas como La Encarnación y La Almudema, entre los ríos Argos y Quípar.

Y es que el hombre es un ser en movimiento. En su esencia está el caminar y salir en búsqueda de nuevos territorios y de su propia verdad. Y en pleno siglo XXI la peregrinación, sea emprendida por la motivación que sea, (espiritual, deportiva o de ocio) está más viva que nunca. Hay quien, como decía el filósofo francés, solo medita caminando.

A lo largo de los últimos meses han sido muchos los lorquinos que, bien de forma individual o en grupo, han recorrido a pie o en bicicleta estos caminos. También han sido innumerables los colegios, asociaciones, clubes deportivos, cofradías, grupos de amigos y otros colectivos lorquinos a los que hemos recibido con los brazos abiertos en Caravaca.

Entre ellos a un ilustre lorquino que me precedió en el pregón de las fiestas de San Clemente hace dos años: el presidente de la Comunidad Autónoma, don Fernando López Miras, que tantas veces ha visitado Caravaca, también como un peregrino anónimo más a pie, en este tiempo extraordinario llamado Año Jubilar 2024.

LORCA, DE SUELO GRATO Y CASTILLOS ENCUMBRADOS

En Lorca, la historia nos espera al girar cada esquina.

La iglesia de Santa María, construida cerca de la antigua fortaleza, se levantó sobre una anterior mezquita y conserva elementos góticos de aquel primitivo templo del siglo XV, que ha llegado a nuestros días transformado, mutilado y herido tras los avatares del tiempo.

Actualmente, completamente rehabilitada, es la sede de la Federación de San Clemente y el Ciufront, donde el visitante se sumerge en aquella etapa que marcó los primeros compases de la ciudad que hoy conocemos.

Ese edificio, al igual que la sinagoga judía, única en España que ha llegado a nuestros días con su estructura sin alterar y sin haber sido utilizada como iglesia cristiana, son ejemplos de esa convivencia de culturas, o de coexistencia en algunos casos, que caracteriza el pasado lorquino.

En los últimos años se ha revalorizado la importante huella judía. En la segunda mitad del siglo XV la judería de Lorca alcanzó el rango de Aljama, y llegó a ser la segunda más importante del Reino de Murcia. En la actualidad, Lorca forma parte de la Red de Juderías de España, una asociación constituida por ciudades que cuentan, en sus conjuntos medievales, con un patrimonio histórico, artístico y cultural, herencia de las comunidades judías que los habitaron y que lo pone en valor en el presente.

La recuperación de este antiguo templo es solo la punta de lanza de un ingente trabajo desarrollado en los últimos años en Lorca para poner en valor su rico patrimonio. Aunque siempre queden asignaturas pendientes, podéis estar orgullosos de lo conseguido.

En Lorca, la historia nos espera al girar cada esquina.

Como las esquinas de la imponente torre Alfonsina, la más icónica del castillo, herencia del Rey Sabio; como las de esta espléndida colegiata de San Patricio que hoy nos acoge, buen ejemplo del Barroco; o las del noble edificio del Ayuntamiento en la cercana plaza de España, uno de los espacios urbanos más elegantes de la ciudad; o las de las numerosas iglesias, conventos, campanarios, palacios y tantos otros edificios y monumentos que son emblema de la Región de Murcia.

Recorrer vuestra ciudad una tarde de otoño, cuando el suave sol baña de luz dorada sus edificios y regala estampas de una belleza antigua, es descubrir una ciudad encrucijada de caminos y culturas jalonada de rotundos edificios religiosos y civiles.

Una ciudad que, como dice su emblema, es “de suelo grato y castillos encumbrados, espada contra malvados y del Reino segura llave”.

CONVOCATORIA A LA ALEGRÍA

A esta ciudad de Lorca, la de castillos encumbrados, es a la que hoy convoco a la fiesta y a la alegría.

No hay celebración sin regocijo, sin música y algarabía. Sin pólvora y buenos manjares. Y eso nosotros, hijos de la cultura mediterránea, lo sabemos bien.

Por eso, querida Lorca, con tu venia y la de tu historia, convoco al infante don Alfonso, el rey sabio de las Cantigas de Santa María; a su padre, el Rey Santo Fernando III; al monarca Juan II, que de Ciudad te dio título, y al otro don Fernando, el muy Católico Rey que te visitó en plena campaña contra los nazaríes de Granada y aquí juró fueros y aquí rezó entre sus muros. Y convoco a José Rufo y al alcaide Alfonso Fajardo, símbolo de la convivencia entre judíos y cristianos.

Convoco a las cabilas, aljamas y mesnadas, a todos los festeros que, orgullosos de vuestras raíces, salís a las calles para recrear la historia y la leyenda.

En tiempos de relativismo, el reivindicar los valores que asentaron vuestra identidad es un acto de valentía. Y aquí, el tesón y la ilusión de la Federación San Clemente han sido determinantes para el extraordinario despegue de estas fiestas en las últimas décadas y para saber contagiarlas y extenderlas.

Lorquinos, lorquinas, os deseo unos días de reencuentro con la historia.

Con la familia.

Con los amigos.

Con todo aquello que os hace felices.

Y lanzo a repicar las campanas de San Patricio y San Mateo, de Santa María, de Santo Domingo y San Francisco, de la Virgen de las Huertas y del Carmen, de San Diego, San Cristóbal y San José, de San Pedro y Santiago, para que ellas también sean, con su sonido, pregoneras de los días grandes.

¡Viva San Clemente!

¡Viva Lorca!

 
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