“El éxito no es que un niño no llore, sino que se sienta seguro”: Tutti y Miguel, docentes en Los Alcázares

Cartagena

Con la vuelta al cole llegan también las dudas y los nervios, sobre todo para quienes pisan por primera vez una escuela. En este contexto, los docentes Tutti Martínez y Miguel de la Morena, del Centro de Terapias El Hilo en Los Alcázares, defienden un inicio progresivo que respete los ritmos de cada niño.

“Les cuesta a todos: a los papás, a los docentes y a los niños. La diferencia es que los adultos tenemos estrategias, pero ellos no”, explica Miguel. Para los profesionales, la clave no está en la llamada adaptación, sino en un proceso de familiarización: “Los niños no deberían adaptarse, sino familiarizarse. Con los niños se trata de pasar de un espacio seguro, como mamá y papá, a otro todavía desconocido, como la escuela infantil”.

De la Morena advierte que “Una hora separado de mamá puede ser excesivamente largo para un niño, aunque para un adulto parezca poco. No se mide con cronos, el tiempo del reloj, sino con la emoción”, señala.

Martínez coincide en que la sociedad debería dar mayor importancia a este momento: “Si una sociedad entera le diera la importancia que tiene la primera separación, a nivel médico, laboral y de conciliación, todo sería más fácil. Por eso hablamos de ello, porque se puede cambiar”.

En este proceso, subrayan, el papel del docente es fundamental. “No todos los niños reaccionan igual. Un niño que no llora en la separación no significa que no tenga angustia; puede estar en una esquina sintiendo miedo o inseguridad. Hay que mirar más allá”, apuntan.

Los especialistas también recuerdan que las transiciones a primaria y a secundaria son momentos igualmente delicados. “En secundaria muchos empiezan con once años y parece que son mayores, pero no lo son. Igual que en primaria, el paso debería ser más progresivo y con más tacto”, señala Tuti Martínez.

Ambos concluyen que lo esencial es acompañar sin presiones externas, respetando los tiempos naturales del desarrollo: “El cerebro del niño está preparado para aprender a leer hasta los siete años sin necesidad de presión. No deberíamos enfadarnos porque no lee, del mismo modo que no nos enfadamos cuando aún no sabía andar”.