“Que se ponga marrón es lo de menos; el peligro es que acabe siendo una típica laguna verde y de mala calidad”: Pérez Ruzafa sobre el Mar Menor

Cartagena

El Mar Menor ha recibido tras la DANA una masa estimada de 27 hectómetros cúbicos de agua dulce, el equivalente a 10.800 piscinas olímpicas, cargada de lodo, sedimentos y residuos agrícolas.

El experto, miembro del Comité Científico del Mar Menor, destaca que aunque el análisis oficial se presentará tras la reunión del miércoles, “los efectos de este temporal confirman lo que llevamos años advirtiendo”.

“Es preocupante, más que por lo ocurrido, porque no se está haciendo nada cuando estas cosas están predichas. El Mar Menor está en una situación de equilibrio inestable. Ha demostrado una gran capacidad de recuperarse, pero seguimos sin actuar”, explica.

Ampliar

Cerrar

Un equilibrio frágil y cada vez más expuesto

Pérez Ruzafa recuerda que el Mar Menor ha logrado recuperarse de episodios graves como los de 2016, 2019 y 2021, pero advierte que la frecuencia e intensidad de las DANAS aumentan con el cambio climático.

“Antes, en septiembre pasaba el periodo de danas, pero ahora, con el cambio climático, pueden llegar incluso hasta noviembre. Lo preocupante es que, estando advertidos, seguimos sin tomar medidas”, subraya.

Aunque el aspecto turbio del agua es lo más visible, el científico resta importancia al color marrón del mar y se centra en el desequilibrio químico y biológico que provocan los arrastres.

“Que el mar se ponga marrón es lo de menos; lo que preocupa es la entrada de nutrientes y la bajada de salinidad. Eso puede desajustar el sistema y convertirlo en una laguna típica, con aguas verdes y mala calidad”, advierte.

El papel del nivel freático

Uno de los aspectos que el investigador considera “clave” es el nivel freático elevado en la cuenca vertiente. “Lo que es antinatural es que el freático esté tan alto. Es esencial bajarlo para que no haya un flujo continuo de agua dulce hacia el Mar Menor”, insiste.

Pérez Ruzafa reivindica infraestructuras inteligentes, no macroproyectos de cemento, sino soluciones prácticas vinculadas al sector agrícola. “Tenemos una actividad primaria, la agricultura, que puede ayudar a bajar los freáticos y aprovechar ese agua. Pero después de seis años no hay un plan para hacerlo. No entiendo por qué no se ha puesto en marcha ya”, lamenta.

La vida bajo el agua y el riesgo de estratificación

Sobre los posibles efectos en la fauna marina, el catedrático reconoce que aún no hay datos concluyentes, pero apunta que el riesgo de mortandad masiva de peces no puede descartarse.

“Las lagunas costeras son muy resilientes, pero una bajada brusca de salinidad puede causar daños importantes. En 2019 no fue tanto la eutrofización, sino la estratificación del agua, que impidió que llegara oxígeno al fondo”, explica.

El científico recuerda que entonces “la capa de agua dulce empujó la masa anóxica hacia la zona norte”, lo que provocó la gran mortandad de peces. “Para que se repita algo así tendría que coincidir la estratificación con un viento que la desplace, no es fácil, pero el riesgo está ahí”, advierte.

Infraestructuras, consenso y datos compartidos

Pérez Ruzafa considera fundamental anticiparse con una red de medidas coordinadas: “Es esencial mantener el freático bajo y tener capacidad de retención, además de zonas naturales recuperadas y humedales artificiales que capten parte del agua. Todas las medidas son necesarias, pero no suficientes si el freático sigue alto.”

El científico insiste en la necesidad de compartir datos y trabajar con diagnósticos comunes. “No solo hay que saber que uno está enfermo, sino de qué y cómo puede curarse. En seis años no hemos conseguido ponernos de acuerdo en eso, y eso sí que es desalentador”, concluye.