María y Pepe, testigos de la DANA y guardianes de una vida tranquila en Villas Caravaning
Este matrimonio de Elda están instalados, desde hace casi dos décadas, en esta urbanización de La Manga

Entrevista a María y José, vecinos de Villas Caravaning en Hoy por hoy Cartagena
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Cartagena
Entre el olor a café recién hecho y la calma que parece haber vuelto al corazón de Villas Caravaning, en La Manga, cuesta imaginar el caos que se vivió hace apenas unas semanas durante el paso de la DANA “Alice”.
José y María, vecinos de toda la vida, nos reciben en su casa, junto a su vecina Juanita, que todavía lucha por sacar los últimos restos de barro de su casa.

María y Pepe, testigos de la DANA y guardianes de una vida tranquila en Villas Caravaning / SER

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“Si hubieras visto esto hace un mes, hubieras salido corriendo, hija mía”, dice María entre risas, recordando los días de limpieza y reconstrucción. “Todavía me queda barro por quitar, pero bueno, ya se puede comer”, añade mientras acomoda unas sillas en su porche.

María y Pepe, testigos de la DANA y guardianes de una vida tranquila en Villas Caravaning / SER

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Aquella madrugada, el miedo fue absoluto. “A las dos y media de la mañana esto estalló todo. Nos quedamos sin luz, fue un infierno”, recuerda. Su marido, con un casco de minero en la cabeza, alumbraba la vivienda con un foco mientras el agua subía sin control. “A mí me llegaba por la rodilla. En ese momento sólo pensaba en coger el móvil para estar en contacto con mi familia. Lo demás daba igual”.

María y Pepe, testigos de la DANA y guardianes de una vida tranquila en Villas Caravaning / SER

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Juanita, su vecina, vivió la misma pesadilla. “Mi marido me dijo, dame sábanas, dame todo lo que encuentres, que vamos a tapar las puertas para que no entre tanto agua”, cuenta aún con voz temblorosa. “Perdí todo, la ropa, las mantas, todo. Me daba miedo, porque era la primera vez que veía algo así. Cuando vi que el agua subía por encima de la madera, le dije, vámonos, que como me caiga de aquí, me lleva la corriente hasta la playa”.

María y Pepe, testigos de la DANA y guardianes de una vida tranquila en Villas Caravaning / SER

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El recuerdo de los contenedores bajando arrastrados por la rambla todavía estremece a los vecinos. “Conforme bajaba el agua, si te caes, no te levantas. Te puede arrastrar, pegar contra una valla. No te levantas”, añade María.
Pese al susto, ni ella ni Juanita piensan marcharse. “Llevamos 35 años viniendo aquí y 19 como propietarios. Por ahora, lo que intentamos es tapar los huecos para que no entre más agua”, explica.
Cuando el barro se asienta, vuelve la vida cotidiana. En invierno, Villas Caravaning se transforma en un remanso de paz. “Aquí no tenemos invierno, aquí no nos llevamos ni cazadoras. Es una maravilla”, asegura María.

María y Pepe, testigos de la DANA y guardianes de una vida tranquila en Villas Caravaning / SER

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Juanita, de Paraguay, llegó a la zona hace cuatro años. “Mi suegra vivía aquí, y al fallecer nos quedamos con la casa. Me gusta, aunque echo de menos Murcia, allí hay más tiendas y más vida. Aquí ahora no hay ni supermercado”, cuenta entre risas.
En esta urbanización frente al Mar Menor, los vecinos comparten casi todo, los bares, el supermercado del camping, los servicios médicos y hasta la iglesia, que abre sólo en julio y agosto. El panadero llega cada mañana “con el furgón y nos trae el pan y los dulces. Es lo mejor del día”.
María y Pepe trabajaron medio siglo en la industria del calzado en Elda antes de encontrar aquí su refugio. “Después de 51 años haciendo zapatos, esto es tranquilidad. Aquí somos una familia. Los vecinos somos más que vecinos”.
Su casa, perfectamente cuidada, desafía los prejuicios sobre Villas Caravaning. “La gente se piensa que esto son cuchitriles. Cuando vienen invitados dicen, ¿pero esto qué es?”, comenta entre carcajadas. “Tengo cocina de verano, aire acondicionado, dos habitaciones y hasta una terraza donde caben diez personas. Aquí se vive muy bien”.




