El penúltimo quiosco de prensa de Cartagena que resiste al tiempo

Cartagena

En pleno corazón del casco histórico de Cartagena, en la emblemática Plaza del Procesionista, sobrevive uno de los pocos quioscos tradicionales que aún venden prensa en la ciudad. Lo atiende María Dolores —Lola—, quien lleva al frente de la instalación desde 1995 y resume estas tres décadas como “años de muchas crisis, incluida la de la pandemia, de la que nos ha costado mucho remontar”.

Lola reconoce que el hábito de comprar prensa en papel ha cambiado radicalmente. Explica que el punto de inflexión llegó “después de la pandemia”, cuando el miedo al contagio frenó el contacto con el papel y el dinero. “Yo no cogí el virus nunca, y estuve aquí todos los días. Pero el miedo hizo mucho daño”, afirma.

Un quiosco con historia… y con reliquias

Entre sus estanterías todavía se encuentran clásicos como el almanaque Zaragozano, que sigue recibiendo cada año. “Antes venía mucha gente mayor de los pueblos a por él; ahora lo compra quien lo ve por curiosidad”, cuenta. Lo define como un “almanaque muy curioso, con ferias de ganado, consejos agrícolas y predicciones del tiempo”, aunque recuerda entre risas el viejo dicho de que “miente más que el Zaragozano”.

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Aunque las revistas y los coleccionables infantiles mantienen cierta demanda, la competencia ha cambiado. “Antes vendía muchas chucherías, pero desde que abrieron tiendas cercanas la gente dejó de comprarlas. Además de que hoy en día los padres evitan dar tantas golosinas”, reconoce.

Clientes fieles… y cada vez más mayores

El perfil del comprador también ha evolucionado. “La gente joven se va al digital”, lamenta. Los clientes más fieles son mayores, aunque muchos dejan de acudir porque “la letra es muy pequeña y ya no ven bien”.

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Mientras Lola atiende, un vecino se acerca a por su periódico. “A mí me gusta leer tranquilo en papel; después de comer es mi mejor momento”, comenta. Otro reconoce que terminará por dejar de comprarlo porque “la letra es demasiado pequeña”, idea que Lola confirma como una queja habitual.

Suscripciones y dificultades

Algunos clientes utilizan la opción de suscripción con tarjeta, especialmente los lectores de El País, aunque Lola asegura que “no es algo que tenga mucha demanda”.

A sus 30 años de experiencia, afronta el futuro con cautela. “A mí me quedan seis años para jubilarme. Si el negocio da para vivir y pagar facturas, aquí seguiré; si no, tendré que cerrar”, confiesa.

Un sector abocado a desaparecer

De los quioscos tradicionales que sólo venden prensa y revistas, apenas quedan dos en la ciudad. Y el panorama no es optimista. “Si desaparece el periódico en papel, que se oye que podría pasar, este negocio desaparece. Igual que pasó con las tiendas de música”, reflexiona Lola.

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La nueva ordenanza municipal permite reconvertir estas instalaciones en negocios como churrerías o heladerías, pero Lola cree que “no es una solución”. Los servicios alternativos —venta de entradas, carga de tarjetas, paquetería— aportan “un porcentaje muy pequeño” que no cubre gastos.

Y aunque se permite transformar el uso, asegura que “nadie va a coger un quiosco para vender prensa y revistas, porque no es rentable”. Para ella, sería necesaria “una idea de negocio que me aportara un ingreso fijo, aunque fuera para cubrir el autónomo”.

Una despedida con humor y esperanza

Lola sonríe cuando imagina el futuro. “Ojalá aguante hasta la jubilación. Y si no, pues a ver si me toca la primitiva y me prejubilo, y entrego las llaves tan a gusto”, bromea mientras continúa atendiendo a sus clientes habituales.