El retroceso en el derecho al aborto

Madrid

Hace dos décadas y pico subí a un todoterreno en un país centroamericano, en donde estaba realizando un reportaje. La persona que me acompañaba en el trabajo (que yo dirigía), un bípedo de sexo masculino, se sentó al lado del conductor, que era propietario de un cafetal y de la mitad del parte del país.

Desde el asiento de atrás, les escuché simpatizar. Pronto hablaron de mujeres. Y el Millonetis le preguntó al otro cuál era su opinión sobre el aborto. Pues tenía negocios en España, sabía que, por entonces, aquí se permitía la interrupción del embarazo en los tres supuestos, y estaba horrorizado. Velozmente, el otro respondió: "Si una mujer abortara un hijo mío la metería en la cárcel".

Detrás, yo intentaba recordar lo que Raymond Chandler dijo acerca de que siempre que te entran ganas de abofetear a alguien, éste te dobla en peso y estatura. Era mi caso. Por suerte, el potentado dijo: "Dejaremos a la señora en un centro comercial, para que se entretenga, y nosotros iremos a la finca". Respiré de alivio y, antes de dejarme caer del todoterreno, apunté, a modo de despedida: "Aquí, dos abortos voluntarios y sin remordimientos ni traumas. Y éste cobra la mitad que yo".

Os dejo esta anécdota, a modo de categoría. Porque el machismo latente se crece cuando el Macho Alfa, Matón o Tribunal Supremo, lo riega. El retroceso en el derecho al aborto no sólo es un ataque contra nosotras. Es también una lucha mundial de ricos contra pobres, de hipocresía contra honestidad y de autoritarismo contra democracia. Nos concierne a mujeres y a hombres.