Nadie quiere ser neutral

Barcelona

Putin está cambiando el mundo, pero al revés de lo que pensaba, creía, y deseaba. Emprendió una guerra para no tener como vecino a un país crítico, europeísta y atlantista, Ucrania. Y para marcar un paquete de seguridad de países sometidos o neutrales o equidistantes o  indiferentes. El pobre está consiguiendo exactamente de lo que pretendía. Es un cambio histórico, radical, trascendental. Hoy nada quiere ser neutral. ¿Nadie? Bueno, salvo los antiguos partidarios del inexistente, por derrotado, Pacto de Varsovia, como Ione Belarra o Víktor Orbán y los demás forofos de Chamberlain, aquel apaciguador de dictadores.

Lo importante, lo decisivo, es que son los vecinos de Rusia los que no quieren saber nada de ella. Y que dan pasos definitivos para distanciarse de ella, aunque Moscú los amenace. Finlandia era un país neutral, o como se decía oficialmente "no comprometido militarmente". Era una neutralidad obligada, como ahora se ve, cuando pide entrar en la Alianza Atlántica, como pronto hará Suecia, campeona del neutralismo. Putin le amenaza, dice que eso tendría "graves consecuencias políticas y militares". Pero hasta un país de saunas, pesca, papeleras, y fábricas de teléfonos móviles, es decir, pacífico, inofensivo y medio hippy se atreve a desafiarle, y eso que comparte una frontera de 1.300 kilómetros, trescientos más que lo que va de Barcelona a Sevilla. Es lo que ocurre cuando se te ocurre bombardear a tus vecinos. Si un pescador de salmones te planta cara, date por perdido.

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