No informan, pero piensan

Barcelona

El primer espía español del que supe su nombre y apellidos fue Luis González-Mata. Quizá no fuese tan espía como aseguraba, pero se hizo muy popular al principio de la Transición con un libro que tituló Cisne. Yo fui un espía de Franco. Sus confesiones, reales o no, se convirtieron en un éxito de ventas. No sé como se llamarán en clave ahora los espías, pero ponerse Cisne en los tiempos de James Bond quedaba muy viejuno. A causa de su nombre en clave, a Luis González-Mata lo tengo ligado desde los años de carrera a Enrique González Martínez, el poeta mejicano que a principios del siglo XX liquidó el modernismo con un verso que decía: Tuércele el cuello al cisne de engañoso plumaje... Cursando filología iba a hacerme amigo de un tipo sólo porque se me presentó diciendo: Hola, soy Carlos, de primero de Hispánicas y quinto de Germánicas. Al espionaje español le pasaba como a la ciencia ficción española, que el público no se los tomaba en serio. Así, Cisne era a Kim Philby lo que El Astronauta de Tony Leblanc a Capricornio Uno. La parodia es el Unamuno del pueblo. Todo lo que hay de parodia en nuestras películas, y en nuestros tebeos, remite a la frase más citada de Unamuno: Que inventen ellos. Una cita es una parodia de la lectura. Nuestro género más castizo, la zarzuela, no deja de ser la parodia de la ópera. Todo en España tiene algo de zarzuela. Por eso, cuando Valle-Inclán escribe que aquí las letras son colorín, pingajo y hambre retumba en esas tres palabras el título de Agua, azucarillos y aguardiente. Antes, a los servicios de espionaje se les llamaba de Información. Mortadelo y Filemón empezaron como una parodia de ese tipo de agencias. Ahora se les dice de Inteligencia. A esto se dedican hoy los espías. No informan, pero piensan. Como Unamuno.