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Cannes 2022 | 'Triangle of sadness', una salvaje y divertidísima sátira sobre los influencer y la lucha de clases

Ruben Östlund regresa a Cannes tras triunfar con la Palma de Oro a 'The square'. El director sueco cierra la trilogía de la masculinidad con un comedia negra sobre los nuevos y viejos ricos y los roles de género

El reparto de 'Triangle of Sadness' (Photo by Valery HACHE / AFP) (Photo by VALERY HACHE/AFP via Getty Images) / VALERY HACHE

El reparto de 'Triangle of Sadness' (Photo by Valery HACHE / AFP) (Photo by VALERY HACHE/AFP via Getty Images)

Cannes

La historia se repite, primero como tragedia, luego como farsa. Y la farsa es precisamente el tono elegido por Ruben Ostlund para hablar del hundimiento de la sociedad actual. La sociedad neocapitalista. Con su habitual tono socarrón, bruto y desenfrenado, el director sueco regresa al Festival de Cannes, donde ganó la Palma de Oro con The Square, una sátira sobre el arte moderno y el artisteo progre, a por todas. Lo hace con Triangle of sadness, el cierre de su trilogía sobre lo absurdo de la masculinidad, después de The Square y de la brillante Fuerza mayor.

Triangle of sadness empieza riéndose de la belleza. De ahí su título, que hace referencia al triángulo que se forma en la cara donde empiezan a salir las arrugas y donde suele inyectarse el bótox. Un casting de modelos jóvenes, que podrían salir de una tienda de Abercrombie, sirve de prólogo a una violenta y divertida comedia negra sobre la explotación laboral, la superficialidad del mundo y las clases sociales, que tiene un final a lo Parásitos.

Dividida en tres capítulos, el primero nos presenta a la pareja protagonista, una influencer y su novio el aspirante a modelo. Discuten sobre cómo pagar la cena en una delirante conversación en un restaurante. Para el segundo capítulo a Ostlund se le ocurre meter a una serie de protagonistas despreciables en un crucero de lujo que transita por las islas griegas.

Junto a la pareja que representa la forma del mundo moderno de hacerse rico y famoso de manera fugaz, está el empresario ruso, que sacó tajada tras la caída del telón de acero. Están dos ancianos entrañables que se hicieron ricos vendiendo granadas, no de las de comer, de las que explotan. Y una fauna extraordinaria de repelentes adinerados europeos.

Ricos, altivos, clasistas y maleducados. Así son los huéspedes que beben champán caro, comen ostras y toman el sol entre selfie y selfie para presumir en redes sociales. Mientras la tripulación trabaja para ellos, limpia el vómito de la moqueta, prepara la comida, les sirve. Porque en este sistema capitalista, unos disfrutan y otros trabajan para ellos, dice Ostlund que le ha reservado el mejor personaje a Woody Harrelson. El actor es un capitán de barco marxista y borracho que acaba discutiendo a voz en grito sobre el marxismo, sobre el comunismo.

Karl Marx, Mark Twain y Noam Chomsky contra Margaret Thatcher, Ronald Reagan y Kennedy. Hay un duelo de citas entre un empresario corrupto ruso y el capitán, un americano comunista, ambos borrachos que ha provocado los aplausos de la prensa en el Palais de festival, sobre todo al terminar con una de las escenas más escatológicas y bestias proyectadas en Cannes. “Nunca discutas con un idiota, te hará bajar a su nivel y te vencerá por experiencia”, palabra de El Capital.

Esta es una comedia de catástrofes, también de supervivencia, como muestra el tercer capítulo. Los personajes que han sobrevivido al crucero acaban en una isla desierta. Un supervivientes, donde los ricos se acostumbran a sobrevivir. La única que sabe pescar, cocinar y apañárselas es la limpiadora filipina del barco, que ahora toma las riendas de la situación y se convierte en la capitana de ese grupo. Un capítulo que tiene también una mirada a los roles de género en la actualidad.

No es fácil que en el cine de autor haya espacio para la comedia social y con gran presupuesto. Ostlund lleva un tiempo divirtiéndose a costa de lanzar pullas a la sociedad actual, incluso a la élite cultural a la que él pertenece. Por no hablar de la fantasía de presentar una película sobre la banalidad de la belleza, el lujo y la obscenidad de la riqueza en una ciudad como Cannes, donde las playas son privadas, los yates no dejan ver el fondo del mar y donde las influencer se hacen fotos con cualquier cosa.

Además de la riqueza, la desigualdad, Ostlund tiene en su cine una disección de la masculinidad. En Fuerza mayor el director ya cuestionaba la masculinidad hegemónica, la figura del hombre protector y nos brindaba a un tipo pusilánime y hundido al no ser capaz de cumplir con ese rol. En The Square ahondaba en esa masculinidad en crisis. En Triangle of sadness nos muestra a unos hombres inútiles e inservibles, incapaces de sobrevivir por sí solos en una isla desierta. Incapaces de hacer su trabajo a bordo del barco. Incapaces de solucionar conflictos. Hombres que acaban siendo objeto de deseo o moneda de cambio, y que empiezan a sufrir la tiranía de la belleza y el régimen farmacopornográfico, que diría Preciado. La discusión del primer capítulo entre la pareja de influencer y el modelo, Harris Dickinson y Charlbi Dean, es otra muestra del peso de los viejos roles de género en la sociedad.

Escatológica, subrayada, pero tremendamente divertida y efectiva que se mete en todos los charcos de las actuales guerras culturales. Pone en duda el buenismo de las clases proletarias, bordea los límites del humor y la corrección política y hasta el debate de la prostitución. Hay pocos directores que tengan poco miedo a meterse en follones, Ostlund es uno de ellos.

Aunque su cine se ha ido depurando y diferenciando del de su maestro, el director sueco Roy Anderson, Ostlund sigue manteniendo el pulso al retratar escenas que rozan lo absurdo de la existencia. Visto desde fuera, la sociedad que vivimos y que ayudamos a mantener día a día es despreciable y un sinsentido. Y encima podemos reírnos de todo ello, ver a los ricos que sacan tajada de todo y a los trabajadores humillados ahora en esta sátira que ya apunta maneras para lograr la Palma de Oro.

 
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