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La historia más triste

Hace 40 años murió Romy Schneider. La actriz que interpretó a la emperatriz Sissi tuvo una vida llena de amargura y tragedias.

Romy Schneider

Era la madrugada del 29 de mayo. Romy Schneider estaba en su casa de París junto a su último compañero, el productor francés Laurent Petain. Sentada en un sillón, la actriz escribió las que iban a ser las últimas palabras de su vida. Una carta dirigida al director del suplemento dominical de un famoso diario parisino. La actriz fue quedándose poco a poco dormida. Se sentía agotada y deprimida. Allí, a su lado, en esa última noche, estaba el único amigo que le había acompañado siempre: su diario. Unos cuadernos que recogían de su puño y letra todo lo que había sido su vida. Una vida que comenzó como un cuento de hadas, cuando solo se llamaba Rosemarie Magdalena Albach-Retty.

Romy Schneider nació en Viena en 1938 y era hija y nieta de actores. Su padre, Wolf Albach-Retty, intervino en muchísimas películas alemanas hasta la década de los 60. Su madre fue Magda Schneider, una de las actrices preferidas de Adolf Hitler. Pero ya una generación antes, su abuela, Rosa Albach-Retty, fue nombrada actriz principal de la corte por el emperador Francisco José de Austria. Romy Schneider parecía predestinada para interpretar el papel de la emperatriz Sissi, la mujer de Francisco José. Pero antes tenía que iniciar su carrera de actriz. A los 15 años su madre la llevó a una prueba cinematográfica. Poco después interpretó su primer papel en una película titulada Lilas blancas. Hizo luego un par de películas más, pero su gran éxito, el personaje para el que parecía haber nacido, no tardaría en llegar.

Medio planeta lloraba y se emocionaba con los amores de Sissi. Con su nombre aparecieron revistas infantiles, cuentos, muñecas y colecciones de cromos. Incluso caramelos, tan dulces y pegajosos como la propia película. Hubo una segunda y una tercera parte: Sissi emperatriz y El destino de Sissi. Pero la joven Romy no estaba contenta. Tenía ya 21 años y quería desarrollar su carrera de actriz con otros papeles. La actriz abandonó la tutela de su madre, que hasta entonces había dirigido su carrera, y se marchó a París.

Y en París, nada más bajarse del avión, conoció al que sería el gran amor de su vida. “Abajo, en la escalerilla, había un chico demasiado guapo; demasiado bien peinado; demasiado joven; vestido como un gentleman, con corbata y con un traje exageradamente a la moda. Se llamaba Alain Delon”, escribió en su diario.

Romy Schneider y Alain Delon

Alain Delon y Romy Schneider se conocieron cuando trabajaron juntos en la película Amoríos. A partir de entonces se convirtieron en pareja, la pareja ideal del cine europeo en la primera mitad de los años 60. Sus fotos llenaban páginas y páginas de las revistas de medio mundo. Nunca se casaron, aunque su amor parecía eterno. Sin embargo, en las Navidades de 1963 Romy regresó a París tras haber pasado un tiempo rodando en Hollywood El cardenal a las órdenes de Otto Preminger y Préstame tu marido junto a Jack Lemmon. Al llegar se encontró la casa vacía. Alain Delon la había abandonado por otra mujer dejando tan solo una postal de despedida y un ramo de rosas. Nunca volvieron, aunque con el tiempo mantuvieron una buena relación e incluso trabajarían juntos en otras dos películas: La Piscina y El Asesinato de Trotsky.

Intentando olvidar Romy se refugió en su trabajo. Conoció al actor Harry Meyen, un hombre de teatro que tenía un pasado terrible. Había sido torturado por la Gestapo durante la guerra y sufría periodos muy depresivos. Romy se casó con él y tuvieron un hijo llamado David. Siete años más tarde llegaría el divorcio y poco después, cuando Romy estaba rodando una película en México, recibiría la noticia de que su exmarido se había suicidado. Esa muerte le afectó profundamente. Empezaron las depresiones, ahogadas a menudo en alcohol y tranquilizantes.

Pero su carrera como actriz seguía marchando bien. Volvió a trabajar en Hollywood en la comedia ¿Qué tal, Pussycat? y en Francia su prestigio seguía intacto. Uno de sus mejores trabajos en estos años fue Las cosas de la vida junto a Michel Piccoli. En 1972 incumplió su palabra y volvió a meterse en la piel de la emperatriz Sissi en la película Luis II de Baviera, el rey loco que dirigió Luchino Visconti. Una película, desde luego, muy diferente a las otras de Sissi.

En 1975 ganó el Cesar a la mejor actriz por Lo importante es amar de Andrzej Zulawski, un premio que volvería a recoger en 1979 por otro de los mejores trabajos de su carrera: Una vida de mujer, dirigida por Claude Sautet. Romy creyó encontrar el amor nuevamente en un hombre llamado Daniel Biasini, 10 años más joven que ella. Se casaron poco después. El día de la boda, Romy enseñaba orgullosa un embarazo de cinco meses. Pero, al mes siguiente, abortó como consecuencia de un grave accidente de tráfico. Un año después dio a luz de nuevo. El parto fue prematuro y muy complicado. Pero el destino le tenía reservado un dolor aún más duro.

Romy Schneider junto a su hijo David

Su hijo David que tenía 14 años visitaba a sus abuelos adoptivos. Era una casa con una verja de hierro que el niño acostumbraba a saltar para entrar. Pero ese día tropezó y cayó sobre los hierros que le atravesaron el vientre. Murió en la ambulancia, camino del hospital. Romy se culpó siempre de aquella muerte. Alain Delon explicaba mejor que nadie el dolor que inundaba a su expareja: “Ella comenzó a morir el día en el que perdió a su hijo. Después, aparentaba ilusión por vivir, pero lo hacía solo por dignidad. En la intimidad Romy se derrumbaba con frecuencia”, decía el actor.

La agonía de la actriz duró un año. La mañana del 29 de mayo de 1982 encontraron a Romy Schneider muerta, sentada en el sillón de su apartamento de París. No se le practicó la autopsia y nunca se supo con certeza si murió de un ataque al corazón o si se suicidó con una mezcla de barbitúricos y alcohol. Está enterrada junto a su hijo David en un cementerio cerca de París. 40 años después de su muerte nos quedan sus películas; el recuerdo de su talento y belleza o la imagen de aquella alegre emperatriz Sissi de su juventud. Pero también la de esa mujer que vivió en sus carnes la amargura, la tristeza y el dolor.

 
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