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La fábrica de abanicos artesanales que trabaja para Dior y para su vecina

Esta fábrica artesanal que hace abanicos desde hace cinco generaciones en Valencia ha sido elegida por Dior para la presentación mundial de su última colección

Valencia

Hay varias razones para sacar el abanico del cajón de los recuerdos:

Es verano, funciona a mano, no encarece la factura de la luz, no causa incómodos resfriados como el aire acondicionado, se ha estrenado un documental del grupo musical Locomía (Movistar Plus) que triunfó en los 90 agitando abanicos sobre los escenarios y hace unos días supimos que Dior había elegido una fábrica artesanal de abanicos de Valencia para la presentación mundial de su última colección.

En el bajo de la fábrica de abanicos Carbonell hay tienda. En realidad, tienda, fábrica y almacén es lo mismo. Los escaparates, el suelo hidráulico de baldosas hexagonales, los armarios, cajoneras y mostradores han servido a varias generaciones. Su último emplazamiento en el centro de Valencia (C/Castellón 21) dura más de 80 años. Los mostradores fueron realizados por un maestro fallero. En la pared central cuelgan telas enmarcadas sin montar en el varillaje del siglo XIX. Hay pinturas de maestros como Esteve o Barreia. Alrededor reclaman atención como pavos reales, cientos de abanicos abiertos. Los precios oscilan entre los 10 y los 10.000 euros.

Abanicos artesanales desde hace más de 200 años

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A la clientela habitual, se ha sumado un público atraído por la colaboración de la familia Carbonell en la última colección de Dior. Un día, los Carbonell recibieron una llamada telefónica para concertar una cita y la directora creativa de Dior, María Grazia Chiuri, viajó a Valencia. La fábrica de abanicos Carbonell ha trabajado y sigue trabajando para firmas de alta costura, pero los contratos de confidencialidad obligan a la discreción.

Paula, en el taller de abanicos Carbonell en Valencia.

Paula, en el taller de abanicos Carbonell en Valencia. / Severino Donate García

Paula, en el taller de abanicos Carbonell en Valencia.

Paula, en el taller de abanicos Carbonell en Valencia. / Severino Donate García

En la elaboración de un abanico artesanal participan muchas manos: las que cortan el tronco, las que lo laminan, las que lo pasan por la fresadora, las que hacen las varillas exteriores, las que hacen las guías, las que calan, las que burilan, las que pulen, pintan, hacen los fondos, barnizan, hacen las borlas, clavan...

Las fábricas-talleres tradicionales de abanicos que sobreviven, funcionan como aglutinadoras de distintos artesanos de la madera, la tela o la pintura, que tienen sus propios talleres y trabajan por encargo, pero que han ido mermando con el paso del tiempo.

Guillermo Carbonell es hijo de José Carbonell, nieto de Arturo Carbonell Requena y biznieto de Arturo Carbonell Rubio, iniciador de la saga de fabricantes de abanicos, cuando a mediados del siglo XIX decidió comprar una vieja fábrica que se había levantado en 1810. “El abanico chino ha hecho polvo la artesanía de Valencia, al abanico español lo ha fusilado. (Al abanico tradicional) Le tiene aprecio el que entiende, el que quiere algo digno, de categoría, que esté bien hecho. Pero el que no, se compra un chino, igual que si cogiera un cartón para hacerse aire. Realmente, el 90% de los abanicos que se hacen en España son chinos. Casi todas las fábricas importan de China el producto acabado o semiacabado. Le ponen una etiqueta que pone artesanía española, dos flores, una tela y –como ya he hecho una transformación-, lo consideran español”.

La tienda de abanicos Carbonell en Valencia.

La tienda de abanicos Carbonell en Valencia. / Severino Donate García

La tienda de abanicos Carbonell en Valencia.

La tienda de abanicos Carbonell en Valencia. / Severino Donate García

Paula Carbonell, hija de Guillermo Carbonell Salvador, quinta generación de abaniqueros, está preparando seda sobre un bastidor para pintarla al aire. La garza que perfilará con gutta, será figura central de uno de los abanicos de su colección.

Escaleras arriba hay un amplio altillo donde está la fábrica-taller. En un tendedero cuelgan sedas para un trabajo blindado por un contrato de confidencialidad y del que no podemos decir más. Por lo demás, están "aprestando" tejidos (entre ellos un bolillo y un encaje de tul) para que adquieran cuerpo y la textura necesaria para la fase del plisado.

Las telas, ya preparadas y cortadas de acuerdo a un patrón, acabarán en la mesa de Inma Cases. Es “teladora”. Su trabajo consiste en crear los pliegues ayudándose solamente con los dedos y unos moldes de cartón, y colocar la tela en el varillaje. (en el mundo del abanico se llama “país” a la tela) Aprendió el oficio de niña, viendo y ayudando a madre. Inma es de Aldaya, cuna del abanico.

Este reportaje recoge una jornada de trabajo en la fábrica de abanicos Carbonell y todo lo que allí se dijo.

 
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