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La amenaza del euríbor

El euríbor ha sido siempre la pesadilla de los hipotecados porque es a la economía lo que Toni Cantó a la política: cualquier circunstancia puede hacerle cambiar de tendencia

Miguel Sánchez-Romero: "Cosas que dan miedo"

Miguel Sánchez-Romero: "Cosas que dan miedo"

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Hay palabras que dan miedo. Como exorcismo o euríbor. Si me apuran euríbor es peor que exorcismo porque, que yo sepa, un exorcismo no puede evolucionar al alza. Desde que tengo uso de razón económica -es decir, desde que contraté una hipoteca con un banco- la sombra de la subida del euríbor me ha sobrevolado amenazante. El euríbor ha sido siempre la pesadilla de los hipotecados porque es a la economía lo que Toni Cantó a la política: cualquier circunstancia puede hacerle cambiar de tendencia. Si el euríbor fuese un animal sería un colibrí, nervioso e inestable incluso cuando se mantiene quieto.

Ahora, como viene ocurriendo cíclicamente, la amenaza vuelve a hacerse realidad. Y, sinceramente, no ayuda a mantener la calma la manera en que la prensa informa del asunto. Hace unos días un periódico titulaba: “La drástica subida del euríbor en junio dinamita las hipotecas fijas”. ¿Dinamita? ¿No había un verbo más suave? ¿No podían hacer en estos casos como hacen en esas ocasiones en que parece que les han prohibido dar información en los titulares y lo más que te ofrecen es una especie de adivinanza para que piques y entres en la noticia? No sé, algo del tipo: “El euríbor como no lo has visto nunca”. O “¿Es un pájaro, es un avión? No, es…” Y ya, el que tenga agallas para clicar que descubra que se trata de la inflación.

Pero lo peor de todo es que el mayor de nuestros miedos en este túnel del terror en que se está convirtiendo la economía no es que te vaya mal y no puedas asumir la subida de la hipoteca, sino que le vaya mal al banco que te la cobra. Así de perversa es la situación. Los bancos, que creíamos poderosos e invencibles, han resultado ser unos organismos tan delicados que tenemos que velar por su salud porque, si enferman, nos toca pagar su recuperación. Por eso deberíamos dar por buenas las subidas de hipotecas como dimos por buenos los aumentos de comisiones y los cobros por todo tipo de conceptos en plena pandemia. Asumámoslo: somos las mascarillas para que los bancos no se contagien. O, si prefieren una forma aún más positiva y solidaria de verlo, digan como yo: tengo apadrinado a un banco.

 
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