Palabra

Madrid

En la boca, bien escondida entre los dientes, tenemos todos algo en común: la lengua, precisamente el órgano móvil que permite al ser humano articular los sonidos en sílabas y palabras. Es esta la capacidad única, casi mágica, que nos distingue de los animales: solo nosotros tenemos la facultad de transformar los sonidos emitidos por las cuerdas vocales en lenguaje para expresar nuestros pensamientos. Cuando la lengua pasa de ser solamente un músculo que se mueve con torpeza en la boca y deviene idioma para compartir la vida, entonces podemos decirnos plenamente humanos.

Si lo que chasquea en nuestra boca es igual para todos, ¿por qué hablamos diferentes idiomas y lenguajes? ¿Y por qué las palabras cambian no solo entre las distintas lenguas, sino en función del tiempo y del espacio dentro de un mismo idioma? ¿Por qué el castellano que se habla hoy no es el mismo que hablaban nuestras abuelas ni Don Quijote hace varios siglos? Porque toda lengua es, por encima de todo, una aventura humana: sirve para expresar con palabras nuestro modo de pensar. Las sociedades evolucionan y cambian con cada descubrimiento y con cada progreso, por eso no existen lenguas estáticas ni siempre idénticas - o quizá, solo en el paraíso terrestre donde, según el mito, se hablaba un único idioma hasta la caída de la Torre de Babel, destruida en tantas partes como lenguas se hablan hoy en el mundo.

La etimología es la ciencia que estudia el viaje que las palabras han recorrido hasta llegar a nosotros, evolucionando, mezclándose, modificándose a partir de su origen. Como un árbol, también las palabras tienen raíces, bien ancladas no en la tierra, si no en la historia de todas las lenguas. A partir de estas raíces, cada palabra ha ido evolucionando en forma diferentes, como frutos de color y sabor diversos, según los pueblos que eligieron usarla y según las épocas históricas.

También la palabra “etimología” tiene una etimología: deriva del adjetivo griego etymos que significaba “verdadero”, “real”, “genuino”, y que da nombre a la práctica de conocer el mundo a través de las palabras que empleamos. Si bien las palabras pueden ser modificadas según las necesidades de quienes eligen usarlas - o también, a veces, abandonarlas -, las raíces de las que provienen no pueden ser alteradas ni manipuladas. Por eso, según los antiguos, las etimologías eran “verdaderas” y quien sabía descubrirlas poseía la verdadera esencia, el jugo de las palabras.

Además de las palabras de origen muy antiguo, nuestros idiomas incorporan a menudo nuevas palabras para indicar algo reciente, que hasta ayer no existía. Se trata de neologismos, término que en griego antiguo significa “nueva palabra”. Podemos crear un neologismo combinando términos muy antiguos para referirnos a algo absolutamente nuevo - como el caso de la palabra nostalgia, nacida en 1688 de la combinación de las palabras griegas nostos, “retorno”, y algos, “dolor” - o bien uniendo palabras modernas, por ejemplo, smartphone, el teléfono smart, inteligente. Finalmente hay el caso de los préstamos lingüísticos entre un idioma y el otro, como las palabras sushi, cabaret o kebab que hoy son parte del castellano.

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Se dice que no hay viaje más hermoso que el recorrido a bordo de una palabra y es precisamente este el viaje que vamos hacer juntos este verano. Si las palabras son las lentes a través de las cuales miramos el mundo, cada etimología es la historia de nuestra capacidad de expresarnos a través del lenguaje. Es nuestra historia.