A vivir que son dos días
Opinión

La mañana perfecta

La píldora de Elena Medel | La mañana perfecta

Madrid

Grababa un audio y lo rematé así: «hace una mañana perfecta». La temperatura había amainado, y algo de aire a la sombra invitaba a caminar. Dos mujeres de unos setenta años se habían sentado en un banco de la calle, y compartían una bolsa de patatas con sabor a huevo frito. Quizá la compraron antes, según su costumbre, o quizá una de ellas sintió el capricho o la gusa. Envié el mensaje y me pregunté qué ocurriría si se solaparan dos de los planos de la realidad que conocemos: el plano de la realidad de esta calle que atraviesa el barrio y el de la gente a la que se le atraviesa todo. Qué ocurriría si alguien que no las conoce, que no sabe nada sobre ellas, a quien no le han preguntado su opinión, se acercara a las mujeres para reprochar que escogiesen ese sabor, y no las patatas con pollo y limón o la receta clásica. Para abroncarlas por picar eso y no bastones de manzana o garbanzos crujientes. Para afear que elijan una cadena de supermercados y no la fábrica de patatas fritas dos portales más allá. Para quejarse por no reservar ese banco para la infancia del barrio o para la juventud del barrio o para quien patalea porque no le apetece moverse hasta la manzana siguiente. Para burlarse de ellas porque han pagado una marca blanca, y no la del anuncio. Para burlarse de ellas por su edad, por su aspecto, porque se han sentado en un banco la una con la otra en lugar de cuidar de los nietos o esconderse en el salón. Me giré antes de cruzar, y comprobé que las dos mujeres charlaban en el banco todavía. Una pareja de adolescentes pasó de la mano ante ellas, y luego una mujer algo más joven con un carro de la compra, y un hombre de su quinta que se detuvo a su altura, las saludó y continuó su rumbo. Yo acababa de enviar un audio celebrándolo: hace una mañana perfecta. Espero que nadie la estropease.