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Opinión

El retrato de una niña

"Solemos pensar que en las sociedades preindustriales estaban vacunados contra la pérdida de niños, por ser tan habitual. Pero es un error. Es un error pensar que no sentían (o no sienten) nada o casi nada. Hoy mueren nuestras madres y padres ancianos. Es ley de vida"

Madrid

A lo largo de mi vida, me he ido encontrando objetos arqueológicos que se me han ido quedando clavados. Porque un objeto de hace cien, mil o cuatro mil años te puede dejar una herida, de la misma manera que un recuerdo traumático de la infancia. No son necesariamente objetos que yo haya descubierto en mis excavaciones. A veces me los he encontrado en un libro o en un museo. Como el objeto del que os quiero hablar hoy. Está expuesto en el Neues Museum, en Berlín.

Es el retrato de una niña. Una niña de dos o tres años que nunca cumplió más. Porque se trata de un retrato funerario. Apareció en 1892 en la excavación de un mausoleo de hace dos mil años en Hawara, en el norte de Egipto, y cubría una momia diminuta. La niña del retrato tenía mejillas regordetas, orejas de soplillo y unos ojos grandes marrones. Que muera una niña es siempre una tragedia. Pero en la tumba de Hawara no había una niña. Había tres. Las otras tenían cuatro y siete años respectivamente. No sabemos cómo se llamaban, pero sí su madre: Aline. Aline tuvo que ver, hace dos mil años, como se le morían todas y cada una de sus hijas. Hasta que ella también murió, prematuramente. Quizá de pena.

En el mundo preindustrial la muerte de los niños era cotidiana. En Estados Unidos en 1800, 463 niñas de cada 1.000 morían antes de cumplir los cinco años. Casi la mitad. Hoy mueren seis de cada mil. En España solo tres de cada mil. Durante miles de años, la enorme mortalidad infantil implicaba que las familias tenían que tener muchos hijos para poder asegurar la descendencia. Por eso la población mundial ha crecido lentísimo durante miles de años. El despegue solo se produce en el siglo XIX y de forma exponencial ya en el siglo XX, gracias a los avances médicos e higiénicos. Hoy el problema en muchos países no es que se mueran los niños, sino que no nacen.

Solemos pensar que en las sociedades preindustriales estaban vacunados contra la pérdida de niños, por ser tan habitual. Pero es un error. Es un error pensar que no sentían (o no sienten) nada o casi nada. Hoy mueren nuestras madres y padres ancianos. Es ley de vida. Y pese a todo nos sigue resultando traumático. Imaginaos perder a un hijo de cinco o seis años. Que ya habla y piensa y se relaciona con el mundo.

Es imposible saber el dolor que sintió Aline. Pero que sintió dolor es seguro. Y a través de ese dolor, tan grande y tan comprensible, podemos sentirnos cerca de ella. De una mujer de Egipto de hace dos mil años a la que nunca conocimos, pero de la que compadecemos.