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Enrique Vila-Matas: "Hasta en la Biblia hay autoficción"

El escritor regresa con 'Montevideo', una novela sobre un ensayista que se pide una excedencia y que escribió tras la pandemia y un transplante de riñón

Enrique Vila-Matas / Cedida

Ensayista que novela o novelista que escribe ensayo, Enrique Vila-Matas fue un revolucionario en la literatura en español. Sus narradores que escriben, que viajan por el mundo, que se mueven por las ciudades como auténticos caminantes, que citan autores, libros, poemas, canciones o películas. En Motevideo, reconoce el escritor catalán, que le ha salido su mejor fusión entre novela y ensayo, ese juego al que siempre ha jugado en sus novelas y que ahora cobra nuevos significados. Esta novela, una de las primeras publicaciones del nuevo curso, que nos trae Seix Barral, habla de un escritor que se pide una excedencia, que persigue a Cortázar y el misterio de una habitación de hotel. Esa habitación, ubicada en la capital de Uruguay, encierra el misterio que une la ficción con la realidad. Pero este libro es también un renacer del propio Vila-Matas, ya que en medio de su escritora pasó una pandemia y un transplante de riñón.

Confiesa que es el libro que más has tardado en entregar y en corregir. ¿Por qué?

Por la pandemia. Por un lado lo escribí durante los días de encierro pandémica. Después hubo una parada cuando ya casi había terminado el libro. Provocada por algo que prefiero evitar el eufemismo. Y tengo que decir que fue un trasplante de riñón. No voy a entrar en más detalles porque no tiene sentido. Recuperado de esta trasplante, reanude el trabajo en la novela y por eso ha tenido dos partes de dos partes el la relación. La segunda ha sido, como suele pasar cuando se vuelve sobre un tema o un texto, superior a la primera.

¿Está la idea de renacer en la novela, hay algo de ese estado vital?

Sí, quiero aclarar que el libro no habla de renacimiento, ni nis ni menos, de enfermedades, etcétera. Lo que pasa. Es que se ha producido una combinación diabólica entre las dos cosas. Sí es verdad que se habla al final de elevarse, pero me refiero más que a mí a otras cosas. Por ejemplo, emigrantes asirios cuando llegaban a una playa y caían en la arena y que todo consistía en levantarse. El libro terminar el 2015 después del atentado de París, de Bataclan, y con una imagen que había visto en vídeo de un un joven que estaba en el hospital y que intentaba levantarse de la cama. Aquí había un paralelismo con lo que me pasó a mí después de la operación, pero simplemente es una confidencia. Hablaba de elevarse, pero de elevarse físicamente del lugar donde estás tendido.

En Montevideo el lector fluye por una serie de viajes, vivencias, pensamientos, y en ese viaje hay una disección de la ambigüedad, ¿es la ambigüedad la palabra que mejor no nos describe ahora mismo como sociedad?

Sí, por supuesto. Y el libro en realidad es un tratado de la ambigüedad, lo cual representa mucha dificultad para expresar la ambigüedad. Empecé a trabajar sobre esta palabra cuando me invitaron a un extraño congreso en Suiza. Luego en Nueva York me encontré con un amigo que también iba a ir a ese congreso y, mientras caminábamos por Manhattan, yo le dije 'Estamos los dos invitados a este Congreso de la ambigüedad'. Y mientras hablábamos de esto le dije una frase que tiene que ver con San Agustín cuando le preguntaban por el tiempo, que es básicamente que cuando preguntan sobre el tiempo yo sé lo que es, pero no lo sé explicar. La misma ambigüedad me impide definirla, describirla. Y cuando se escribe una novela como la que he escrito en Montevideo, la ambigüedad reina por todas partes. Hay hechos que tienen diversas explicaciones y que el lector tiene que elegir, si es que se puede elegir.

Hay mucho de Cortázar en la novela. ¿Por qué? ¿Que tiene el cuento de la puerta condenada que le interesa tanto para dedicarle tanto espacio en la novela?

Bueno, lo utilizo como motor de investigación. En una novela siempre hay en realidad un detective de algo, alguien que busca algo, eso atrae más al lector. En mi caso, esa búsqueda empezó hace mucho tiempo, porque una amiga argentina me explicó que había dos cuentos, uno de Bioy Casares y otro de Cortázar, escritos en el mismo hotel que pasaban en el mismo hotel y que estaban escritos al mismo tiempo sin yo saberlo. De ahí que tomé nota del hotel, el Hotel Cervantes, en la calle Perdida de Montevideo. Y tiempo después investigué sobre este hotel, estaba en casa y en internet y miré cómo era por dentro. Me propuse un día ir a Montevideo y cuando fui al Hotel Cervantes, hace cinco años, pedí en el hotel esa misma habitación, pero me dijeron que no se podía ver. Yo creo que querían que se recordara que había dormido allí Carlos Gardel, pero nunca, nunca Cortázar, al que tenían menos consideración, supongo. En esa habitación del cuento de Cortázar estoy entre la realidad y la ficción de una forma clarísima.

Se dice en la novela que el narrador se ha convertido en un escritor al que las cosas le pasan de verdad. En este momento en el que hay mucha autoficción, ¿se está abusando de la literatura para contar las cosas que les pasan a los literatos?

Digamos que hay todo, hay buenas y malas autoficciones. En el caso de español se utiliza la palabra autoficción para denigrar al que escribe la autoficción. Sistemáticamente han encontrado este sistema para aplastar un libro que no les interesa o gusta. Por otra parte, yo jamás he hecho autoficción. Si acaso en París no se acaba nunca, cuando no se hacía en este país tanta autoficción, ni mucho menos. Yo digo que la autoficción está en la Biblia. Ya detrás de la Biblia hay alguien que crea una historia. Por lo tanto, siempre está el escritor o escritora detrás de de las ficciones. Pero lo que en realidad quiero salvar es a la ficción misma, que es lo que yo hago, porque la autoficción la contiene la propia ficción. Yo escribo ficción desde un espacio que suelen ocupar los ensayistas o los poetas. Creo que esto es importante, ver que en realidad es la voz de un ensayista. Por eso en ocasiones hay citas como las que practican los ensayistas y de hecho, lo que se escenifica en cualquiera de mis libros no es exactamente una trama, una historia de esas que cuentan cuando ganas el premio Nadal. No hay argumento. En mis libros, desde siempre y más últimamente, soy yo escribiendo bajo el avatar de un narrador. Ahí está la distinción entre el narrador y yo. Muchos de los hechos reales de mi vida aparecen en el libro, en ocasiones transformados, como siempre, los transforma la ficción, pero basados en la realidad. Pero eso no significa que sea autoficción en absoluto.

Y ese escritor, ese avatar de ese narrador en el libro deja de escribir, se toma un periodo de excedencia. ¿Puede un escritor tomarse un periodo de excedencia?

Nada más que cae abatido por lo que acaba de escribir, que se puede leer en el libro. Él aspiraba a ser un escritor de la altura de Paul Valéry y se queda mudo y está tres años sin escribir. Renuncia a escribir. Porque ve que nunca va a ser un ensayista. Esos tres años mudo coinciden con el hecho de que empiezan a pasarle cosas extrañísimas y el va viendo que todo lo que le va pasando en las distintas ciudades que visita, exigen a gritos ser narradas. Todo le conduce a narrar. Cada autor de mis libros es es un avatar y una personalidad que está en un narrador que siempre es diferente. Algunos son muy inteligentes, otros menos. Hay de todo y forman parte en realidad de una obra. Una obra única, como salvando las distancias, lo que pasaba con Simenon, que le preguntaron que cuando iba a escribir la gran novela y contestó que ya la estaba escribiendo, que llevaba 200 novelas breves, que componen la gran obra.

Hay también dos características que están en todas sus obras, la levedad y el humor. ¿Son para usted dos cosas de las que se puede despegar?

La levedad se nota porque toco en profundidad los temas. En definitiva, aparece siempre el aire. Por otro lado, la levedad no es una una cosa que se haya practicado mucho en España. Torrente Ballester decía que sólo se practicaba en las ciudades y lugares y regiones con mar, porque decía que viene de Cervantes. Cervantes se llamaba Cervantes Saavedra. Saavedra es gallego y a él le parecía que el humor y la levedad venían siempre más bien de tierra marítima, que no del interior.

Hay una mención a Virginia Woolf y su Habitación propia, ¿intenta contar una versión masculina del

Escribí esto sin darme cuenta. Llevaba tanto rato, tan horas y días y meses escribiendo sobre una habitación de Cortázar en Montevideo que me di cuenta de que todo el libro era la búsqueda de una habitación propia, en realidad más que propia, auténtica, que no sé si existe la habitación auténtica de cada uno. Y me di cuenta de que estaba el cuarto propio de Virginia Woolf y escribí la frase que puede significar muchas cosas. Una de ellas, pues que quizá los hombres no tienen una habitación propia, aunque piensen que la tienen. Hay una anécdota muy breve y es que en México me llevaron a un pueblo indígena, a la escuela. Les hablé a esos niños de la habitación propia de Virginia Woolf y estaba convencido de que me estaban entendiendo. Y sí que me entendieron, pero de una manera brutal, porque a la hora de las preguntas, una niña me pregunto: "Perdone usted, pero ¿cómo se hace para tener una habitación propia?'

¿En el libro se explica un poco también el fracaso de alguien que sólo quiere ser ensayista?

Fíjate, en este libro creo que he conseguido la mejor combinación de todas las anteriores sobre sobre ensayo y narración.

Usted pertenece a una generación que cambió de alguna manera la literatura en español. Ha llovido mucho desde entonces, pero ¿Cómo ve la literatura ahora?

Bueno, yo estoy en ella perfectamente. Han pasado muchos años, pero sigo. Nunca entendía eso que me decían cuando empecé, que era fácil llegar, pero no tanto mantenerse. Mantenerse. Para mí es un verbo misterioso y, además, en aquellos momentos pensaba que un horror el hecho de mantenerse. Lo importante es poder continuar ese seguir siendo. Y con respecto aa literatura actual, veo cosas que me gustan muchísimo en español. Hay una presencia mayor de escritoras. Sin duda, es un fenómeno magnífico y que además a mí me alegra.

No sé si significa mantenerse o renovarse el hecho de que use emoticonos...

Solamente uso el que duda, que me soluciona la vida. Los otros me horrorizan. El otro día citaba a Nabokov que hablaba de que faltaba una palabra que señalara que había ironía en una frase. Tal y como están los tiempos, hay frases irónicas que no se entienden o se entienden literalmente. Se ha entendido literalmente que me gusta Raphael, por ejemplo, y esto no es así. Tampoco me disgusta. Me gusta más que antes, por el transplante, pero eso no significa que sea un seguidor de Raphael.

Hay mucha presencia de cine en la novela a raíz del viaje del narrador al Festival de Cascais, ¿Cuál es su relación con el cine?

Es el Festival de Lisboa que se hace en poblaciones como Cascais o Estoril, y me han invitado en tres ocasiones. Lo lleva el productor de Wim Wenders y acuden muchísimos cineastas que son muy admirados por mí. En el libro cito a Jim Jarmusch. Y todo lo que cuento, salvo lo de la habitación contigua, es bastante cierto. Recibí un impacto en la habitación que era una voz que decía que había un incendio y que debíamos salir al pasillo. Resultó ser un accidente en la cocina. Sobre el festival, tengo muy buenos recuerdos, me encantaría tener un premio de cine sin haber hecho nunca cine.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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