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Venecia 2022 | 'Athena', el plano secuencia como arma contra la extrema derecha

Romain Gavras, hijo del prestigioso cineasta griego, propone un inmersión en la violencia en un barrio marginal de Francia. Una película de acción en la que se recrea con planos secuencias para mostrar la ira y resistencia de los jóvenes de las banlieu francesas contra la policía y el sistema

Fotograma de 'Athena' / NETFLIX / Photo Credit: Kourtrjameuf Kourtrajme

Venecia

Tercera película de Netflix a concurso en el Festival de Venecia. Tras el apocalipsis burgués de Noah Baumbach y el viaje ególatra de Alejandro González Iñárritu, la plataforma también tiene dinero para financiar cine europeo. La apuesta de este año es francesa -donde Netflix ha llegado a un acuerdo con el gobierno de Macron mucho más ambicioso que el conseguido en nuestra Ley Audiovisual, por cierto- la nueva película de Romain Gavras, hijo del cineasta griego Costa Gavras, autor de títulos como 'Z' o 'El capital'. Mucho del compromiso político y la provocación de su padre tiene 'Athena', un thriller trepidante e incendiario que ha recibido aplausos a los 15 minutos, el tiempo que ha durado su espectacular plano secuencia que sirve de prólogo de la película.

Una virguería técnica que hace al espectador preguntarse todo el rato, ¿cómo narices ha rodado eso? y que nos mete de lleno en una guerra civil en medio de una ciudad francesa, una guerra entre franceses generada por la desigualdad del sistema. Athena tiene mucho que ver con Los miserables, la película con que el socio de Gavras, Ladj Ly ganó el Premio del Jurado en Cannes y una nominación al Oscar. Los dos usan el thriller, la tensión vecinal y se centran en la realidad de las barriadas parisinas. Ladj Ly firma, de hecho, el guion de Athena, que aporta una puesta en escena mucho más teatral y operística, sin alejarse de esos escenarios.

Esta vez hay cócteles molotov, disparos, saqueos, persecuciones, enfrentamientos y una banda de jóvenes convertida en ejército rebelde que ondea la bandera francesa y se atrinchera en la barriada -ficticia y a la vez tan real- que da título a la película. El título nos indica desde el inicio, como reconocía el director en la rueda de prensa del Festival de Venecia, que asistimos a una tragedia griega. La de tres hermanos y, por extensión, la de una generación de jóvenes franceses hijos de inmigrantes de segunda generación. Gavras explora este estallido de violencia a partir de una historia familiar. El asesinato de un joven de origen argelino a manos de la policía implica y enfrenta a todos sus hermanos de distinta forma. Uno es militar y llama a la calma, otro trafica con drogas y armas y está pendiente de salvar sus trapicheos, y el más joven encabeza una revolución desde la banlieu contra la policía y quien se le ponga por delante.

No es la primera vez que el cine francés retrata cómo nace la violencia y quién la alimenta en esas zonas abandonadas de la periferia. El ejemplo más cercano y contundente es, como decimos, Los Miserables, pero está también Un profeta o Deephan, de Jacques Audiard, y la mirada conservadora, la de Cédric Jiménez en Bac Nord. Lo que aporta al retrato de esta realidad Gavras es que lo apuesta todo a la acción, en una sucesión de planos secuencia que convierten los callejones y bajos en una ratonera. "Preparamos la historia para estar inmersos en lo que está pasando, para que la audiencia sintiera lo que están sintiendo los personajes de la película y para que hubiera una sensación de que todo se desarrollaba en tiempo real", explicaba en rueda de prensa.

'Athenea' es una inmersión colérica y sin descanso para el espectador, una guerra de guerrillas con música machacona, la de un coro griego, que augura la tragedia y la tensión de sus protagonistas, que funciona como clímax y que recalca el artificio de la película. El thriller se apoya en la fuerza visual de las imágenes -el decorado, los extras, la coreografía de todos los que salen y aparecen en un mismo plano secuencia, el plano de la policía formando en tortuga como las legiones romanas. A eso suma el pulso de la cámara en mano, tanto que deja la historia avanzar a base de brochazos. Y una soberbia interpretación de actores desconocidos, como Dali Benssalah, Karim Lasmi y Anthony Bajon.

Está también la idea de que esa violencia sea televisada. Por un lado, las tertulias televisivas que se escuchan al paso de la cámara y los personajes por las casas de esos edificios enormes y abandonados por donde se desarrolla la acción. Lugares comunes, condena de la violencia y poco más. Pero el simulacro de esa violencia ya no solo aparece en la televisión, como nos advertía Baudillard, también en las pantallas de los teléfonos móviles, en todos los informativos y en las redes sociales, creando un efecto llamada a otras ciudades donde el racismo y la desigualdad han dejado sin futuro ni esperanza a los jóvenes de esos barrios de las afueras.

La acusarán de idealizar estéticamente la violencia. Sin embargo, esa idealización está buscada por un sentido narrativo, mostrar cómo se desencadena un conflicto así, como prende la llama de una revuelta violenta. No hay una incitación a ello, ni una legitimación, tampoco una condena. La idealización acaba en un drama descarnado y sucio, donde los planos y el ritmo se van tranquilizando para dar paso al final. La violencia solo acaba mal, viene a decirnos la película. “La ambición de la película era contar una tragedia y coger toda su iconografía, como la música, por ejemplo, pero manteniendo la idea de realidad. La película comienza con mucha excitación en medio de ese arrebato violento, pero poco a poco se va yendo para acabar con ese final trágico. La idea es que la violencia es más fuerte que ellos y que todos”, decía el director.

La cinta esboza, más allá de la tragedia familiar, un retrato social demoledor y desesperanzador. La ira de una generación -los inmigrantes nacidos en Francia- maltratada y excluida que se enfrenta al racismo sistémico y a la violencia policial. A eso suma ahora el avance y legitimación de la ultraderecha. "Es una película más centrada en la acción. No hay buenos ni malos, y es un problema muy complejo. Siempre hay fuerzas que no son visibles y que empujan a esta gente hacia la violencia. El filme muestra exactamente lo que pasa en ese momento". Y lo que pasa, según Gavras, es que la extrema derecha está generando un escenario que solo lleva a la violencia.

 
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