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Festival de Venecia 2022 | Brendan Fraser se convierte en un hombre de más de 200 kilos en la humanista 'The Whale'

El actor emociona en su regreso de la mano de Darren Aronofksy con un papel de esos que marcan la temporada de premios

Brendan Fraser (Photo by John Phillips/Getty Images) / John Phillips

Venecia

Era una de las estrellas del momento en los 2000. Brendan Fraser era buen actor, tenía carisma y una legión de seguidores. Su carrera se fue apagando. Su físico alejándose de los estádares requeridos por esa maquinaria de destrucción masiva que es Hollywood. El actor reconoció lo mal que lo había pasado, las secuelas de las lesiones en sus papeles de acción, su divorcio, y contó que había sido víctima de acoso sexual por parte del expresidente de la Asociación de la Prensa Extranjera de Hollywood (HFPA) Philip Berk. Su regreso, primer protagonista despés de diez años, llega a sus 53 años, con uno de esos papeles que emocinan y logran ser el centro en la temporada de premios y, además, con un personaje que no tiene nada que ver con lo que hacía en sus inicios, en películas como La Momia o George de la jungla.

"Simplemente estoy intentando aguantar hoy (...) Gracias por esta maravillosa acogida, deseo que esta película cause la misma profunda impresión que provocó en mí", iniciaba la rueda de prensa un emocionado y escueto Brendan Fraser, que ha evitado tirar de emotividad, mensajes lacrimógenos o frases de superación.

La oportunidad se la ha dado Darren Aronofsky, en The Whale, la adaptación de la obra teatral de Samuel D. Hunter, que firma el guion y en la que contaba una experiencia similar vivida por él mismo. Aronofksy es un viejo conocido de Venecia. Aquí estrenó Cisne negro en 2010, aquí ganó el León de Oro con El luchador, en 2008. Luego tuvo su ración de abucheos con Madre! en 2017 y ahora ha vuelto a enamorar a la crítica del festival con esta apuesta, con el fichaje de Fraser, un actor totalmente alejado del cine del director de Pi o Réquiem por un sueño.

Acostumbrado a una puesta en escena mucho más agigantada, se aleja ahora de la suntuosidad de los decorados de sus películas anteriores y ubica al personaje en una casa, emplazada en una zona de Idaho, en Estados Unidos. Aronofsky mueve la cámara dentro de ese espacio minúsculo y consigue alejarse de la teatralidad del propio texto. Ni una sola vez sale de casa, con excepción de un ligero flashback. Una sensación de confinamiento y aislamiento que refuerzan el momento vital que vive el personaje. En esa casa está sentado Charlie, el personaje para el que Fraser ha necesitado prótesis de casi 150 kilos. Es un profesor de literatura inglesa, que da clases por zoom, sin cámara. No quiere que sus alumnos vean su obesidad mórbida.

El espacio, el movimiento y el cuerpo son los tres elementos que centran este relato amargo sobre la superación o la rendición, según cómo se mire, donde van apareciendo las grandes epidemias que enfrenta ahora mismo la sociedad americana. Está la relación con la comida, el no comer o el atiborrarse de grasas. Está la idea del suicidio. La ansiedad y la adicción. Están los prejuicios en una sociedad donde la comida basura y la obsesión por el físico y la imagen constriñen a los individuos. Está la imposibilidad de lidiar con las acciones del pasado, pues el personaje abandonó a su hija cuando empezó su relación con un alumno. Está la amistad, el duelo, la pérdida. Y, por supuesto, la religión. Decía el dramaturgo que había vivido la presión del extremismo religioso católico. Ese que no deja amar ni vivir en libertad. Aronofsky se acerca a la fe, habla de ella, para terminar mostrando a personajes abandonados por su dios y su religión.

Explicaba el director en la rueda de prensa que esta película ha tardado diez años, los mismos en los que andaba buscando al actor adecuado. Finalmente se le ocurrió que fuera Fraser. Lo vió en una película de bajo presupuesto brasileña y no se le fue de la cabeza. Necesitaba, incide el director, a un actor que se transformara en algo distinto. Ese es el espectacular trabajo de Brendan Fraser que con la voz, la respiración jadeosa, el movimiento de un cuerpo enorme y con la expresión de los sentimientos logra que el espectador no se aleje ni un momento de esta historia de redención.

Aronofsky es experto en mostrar a través de sus personajes grandes traumas psicológicos o físicos. Recuerden a Natalie Portman en Cisne negro o a Jennifer Lawence en Madre. Sin embargo, en esta adaptación el cineasta parece acercarse a un humanismo. The Whale puede leerse como una historia de empatía, de entender las motivaciones del otro. De esa hija rabiosa que pide explicaciones, de esa mujer abandonada, de esa amiga fiel o de un joven fanático religioso. El título, la ballena, hace referencia a Moby Dick, una de las novelas que este hombre bonachón y experto en literatura recita durante varios momentos del relato. La literatura como algo necesario en la vida pringosa de este personaje que busca la verdad a toda costa.

 
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