No más miedo

Madrid

Tantas crisis anunciadas, tantas otras que llegaron por sorpresa, tanta incertidumbre siempre acechando a la vuelta de la esquina. Otra vez empezamos el curso con los peores augurios y me doy cuenta de que entre los altibajos de la economía mundial hemos visto crecer a nuestros hijos, hacerse mayores nuestros padres, se nos ha pasado la vida entera y qué quieren que les diga, yo ya no quiero tenerle más miedo al futuro, me he hartado de que me bombardeen sin parar con catastróficas profecías y que exciten los fantasmas de crisis pasadas.

¿A qué vienen tantos mensajes para fomentar el desánimo? ¿Hemos vuelto a las cavernas y creemos, de nuevo, que está todo escrito y no hay nada que hacer? ¿Cómo se puede difundir de un modo tan constante y pertinaz que no tenemos ningún poder sobre nuestras propias vidas? Yo que viví mi primera infancia teniendo que ir a por agua al pozo y me dormía a la luz de un candil, les puedo asegurar que nada está decidido, que no hay que subestimar la capacidad de cualquier ser humano de labrarse una vida buena, una vida digna.

No dejemos que, de nuevo, el recuerdo de estos días, estos años, quede impregnado para siempre de malos augurios. No es una crisis o dos, una guerra o un desacuerdo entre potencias, el problema es todo el sistema y lo mejor que podemos hacer es disfrutar de las cosas buenas, las que ni se compran ni se venden y por eso son tan caras. Es inútil prepararse para lo peor, entrenarse en el sufrimiento preventivo, no sirve más que para sufrir doblemente y desperdiciar el buen tiempo pensando en la tormenta que está por llegar. Todo irá mal, me dicen y tendrán razón, pero ¿y qué?, ¿de qué me sirve saberlo? Como pesimista innata sé que verlo todo negro da cierta sensación de control: si me torturo con lo peor cuando llegue lo real es posible que no sea tan grave, pero no es más que una ilusión para intentar vencer el miedo.