Opinión

Mañana en la batalla pensaremos en ti

Con la muerte de Javier Marías, un escritor siempre exigente con sus lectores, se pierde a unos de los mejores novelistas españoles de todos los tiempos.

LEONARDO CENDAMO

Madrid

El sueño confesable (o inconfesable) de cualquier escritor es el de alcanzar la trascendencia, la posteridad. La muerte de Javier Marías, el mejor novelista español del postfranquismo, ensayista sublime y finísimo articulista, deja un legado de 16 novelas, cuatro obras de cuentos y más de una veintena de textos recopilatorios con sus artículos en prensa que no se agotan con su muerte. Mañana en la batalla pensaremos en él.

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No hay novela suya prescindible. Ninguna lo fue. Ni siquiera Los dominios del lobo, publicada cuando apenas contaba 19 años y que, pese a una cierta incoherencia estructural, dejaba entrever al novelista que eclosionó con Todas las almas. Fue a partir de entonces, ya en 1992, cuando Javier Marías se consolidó con Corazón tan Blanco no sólo como uno de los mejores novelistas españoles, sino como el más interesante.

Javier Marías siempre era exigente con sus lectores. Sus frases, repletas de subordinadas y paréntesis, poseían una musicalidad perfecta: escribía sinfonías llenas de reflexiones en las que prevalecía la forma frente al fondo. En sus libros el argumento era un atributo más, su estilo siempre se centraba no en el qué, sino en el cómo. Presumía de escribir con brújula, no con mapa: una frase o una idea inicial marcaba el trayecto argumental, que podría variar (que siempre variaba) a medida que se construía la historia.

Nunca ese germen, esas primeras líneas de lo que acabaría siendo una novela, eran baladíes. Algunos arranques, como el de Corazón tan Blanco, son ya historia de la literatura española:

"No he querido saber, pero he sabido que una de las niñas, cuando ya no era niña y no hacía mucho que había regresado de su viaje de bodas, entró en el cuarto de baño, se puso frente al espejo, se abrió la blusa, se quitó el sostén y se buscó el corazón con la punta de la pistola de su propio padre, que estaba en el comedor con parte de la familia y tres invitados. Cuando se oyó la detonación, unos cinco minutos después de que la niña hubiera abandonado la mesa, el padre no se levantó en seguida, sino que se quedó durante algunos segundos paralizado con la boca llena, sin atreverse a masticar ni a tragar ni menos aún a devolver el bocado al plato; y cuando por fin se alzó y corrió hacia el cuarto de baño, los que lo siguieron vieron cómo mientras descubría el cuerpo ensangrentado de su hija y se echaba las manos a la cabeza iba pasando el bocado de carne de un lado a otro de la boca, sin saber todavía qué hacer con él".

Javier Marías, el escritor honesto que rechazó el Premio Nacional

Sus últimas novelas —la monumental trilogía Tu rostro mañana, Berta Isla o Tomás Nevinson— fueron un constante monólogo interior, una concatenación de reflexiones que en muchas ocasiones se desviaban de la trama durante páginas y más páginas. A fin de cuentas, Marías escribía como pensamos, como nos contamos las cosas cuando atravesamos la puerta que da acceso a nuestro mundo interior. A la negra espalda del tiempo de nuestras vidas.

Heredero estilístico de Thomas Bernhand y sentimental de Juan Benet, Marías fue un traductor magnífico (su Tristram Shandy no requerirá jamás de ser actualizado) y articulista que, sobre todo en los últimos años, desató todo tipo de furias por decir, sencillamente, lo que pensaba. Sus críticas a parte del movimiento feminista, a todos los gobiernos sin importar su color, a los políticos en general o la sociedad cada vez más aniñada y susceptible, le convirtió en el pimpampum de unas redes sociales que jamás utilizó. Muchas de sus reflexiones tienen hoy la misma vigencia, pese a que hayan transcurrido varias décadas desde que fueron escritas.

Arisco en las formas, británico en las costumbres, políglota, zurdo, bibliófilo, amante de Shakespeare (de quién se valió para titular no pocas de sus novelas), Conrad, Nabokov o Conan Doyle, devoto de los soldaditos de plomo, amigo de sus amigos y muy enemigo de sus enemigos, madridista hasta la médula, académico de la Lengua, cinéfilo, digno Premio Nobel que no le concedieron, hijo del filósofo Julián Marías, rey de la Isla de Redonda, fue un escritor coherente que rechazó el Premio Nacional de Narrativa para mantener “su independencia”, lo que implicaba "no aceptar nada de lo que venga del Estado de mi país, menos aún algo que lleve aparejado dinero".

Así comienza Fiebre y lanza: "No debería uno contar nunca nada, ni dar datos, ni aportar historias, ni hacer que la gente recuerde a seres que jamás han existido ni pisado la tierra o cruzado el mundo, o que sí pasaron, pero estaban ya medio a salvo en el tuerto e inseguro olvido".

Un olvido que, en el caso de Javier Marías, nunca será.

Guillermo Rodríguez

Guillermo Rodríguez

Guillermo Rodríguez es director de los Servicios Informativos de la Cadena SER y contenidos digitales....

 
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