«Todas las entrevistas las comienzo pidiendo perdón», explica Tamara Petrova (73 años), de origen ruso y que lleva 35 viviendo en un piso de Bucha, donde sobrevivió a la masacre de las tropas rusas. En la ciudad, situada al norte de Kiev, se encontraron más de 300 cuerpos tirados por el asfalto sin enterrar durante semanas o en fosas comunes como las que esta abuela vio llenar de cadáveres desde su ventana. Los habitantes de Bucha aguantaron 30 días sin gas, sin luz, sin agua y sin comida y al despertar de la pesadilla encontraron la que hasta hoy era la mayor fosa común de la guerra. El presidente de Ucrania, Volodímir Zelenski, ha denunciado el hallazgo de una fosa común con un número no precisado de personas en la población de Izyum, en la región de Járkov, este del país. Se estima que hay hasta 400 cuerpos. Tamara veía desde su balcón los tanques. «Mi hija se quedó en su piso con sus hijas. Ellas estaban en el refugio», explica. El terror hizo que todos quisieran huir de Bucha, pero había gente como Tamara que no quería dejar su hogar, preferían morir allí. De un edificio de nueva plantas, solo permanecieron en sus hogares siete vecinos, todos de avanzada edad. Tamara era la única mujer: «Cuando nos juntábamos los vecinos ante el fuego, estábamos más o menos bien; pero cuando nos separábamos teníamos miedo». Los rusos no les permitían salir, se acababan los alimentos y tampoco dejaban que vinieran voluntarios de otras localidades a llevarles ayuda humanitaria. Tamara necesita medicación permanente para su corazón y tuvo que suplicar a los rusos que les repusieran las pastillas. «Teníamos mucho miedo, estábamos solos y aislados», cuenta entre lágrimas. «Había bombardeos todos los días desde todas partes», rememora Tamara.