Javier Marías, al final de la escapada

Barcelona

Está desapareciendo una época, la cultura a la que creí pertenecer, y, como los fantasmas, siento que también yo me desvanezco con ella. Como cuando cae la arena por la vasija de un reloj. En pocos días, han muerto Godard y Javier Marías. No voy a hacer la lista de este año y de los anteriores. Uno no es tanto de su tiempo como de una cultura. O a lo mejor es que he hecho mi tiempo con cultura. Uno cree que la cultura es el mejor material, que dura toda la vida, que supera todas las épocas; pero otras veces tengo la impresión de que no hay nada que aguante más, que sea más persistente, que la barbarie. Hago trampa. A una cultura la sucede otra cultura. La barbarie va por otro camino. El salvajismo no reemplaza a la civilización, la persigue y la acompaña. Vivimos días de castillos, me refiero al entierro de la reina de Inglaterra. Por eso, por los castillos, he pensado en los fantasmas, y en una sala olvidada. De todos los fantasmas, el que más cerca he tenido, el que siempre se me aparecía, era Mac Latha, aquel que, como su propio nombre indica, daba la lata a Sir Tim O'Theo. También está Edimburgo en su historia. En un regimiento de Edimburgo, Mac Latha aspiraba a tocar la cornamusa. La cultura que se está yendo no es la del siglo XX, eso es poco. Es la del XIX también, y probablemente sea toda la manera de ver el mundo que hemos tenido desde la Ilustración. Las luces ahora son las de las pantallas. Hoy existen otras cosas que comprender, otros lugares que descubrir. Balmoral es un fantasma, el Mac Latha de las pomposas revistas de Casas Reales, y cada cierto tiempo se nos aparece con el resentimiento de los antepasados. Ya nadie va a escribir como Javier Marías, pero él sí había escrito como sus más grandes predecesores. En eso consiste ser de una época.