Lecciones de las iraníes

Cuando leí 'El cuento de la criada' de Margaret Atwood me pareció de todo menos una distopía. La realidad que describe no dista mucho de la que viven millones mujeres hoy en día en regímenes teocráticos, con la agravante de que fuera de la ficción no parece haber desenlace posible y se va perpetuando, generación tras generación, la discriminación salvaje en nombre de esos seres imaginarios, los dioses, que no parecen haber sido inventados más que para someter a las hembras humanas. Las memorias de Azar Nafisi tanto en 'Leer Lolita en Teherán' como en 'Cosas que he callado' plasman con espeluznante exactitud el oscurantismo que se impuso a las iraníes a partir de la revolución islámica del 79. En otros casos no hace falta grandes acontecimientos históricos: se aplican normas liberticidas con el falaz y único argumento de que así fueron siempre las cosas y así deben seguir siendo, pero la sociedad persa nunca antes del gobierno de los ayatolás vivió una vigilancia tan orweliana como la que sigue dictando leyes para controlar los cuerpos y comportamientos de la mitad de su población.

Mahsa Amini es la última víctima de una visión del mundo que pretenden encerrarnos a nosotras para que ellos no tengan que rendir cuentas de su comportamiento. El reformista Qasim Amin, a principios del siglo XX, abominaba de esta visión del hombre musulmán que lo reduce a su más primitiva animalidad, pero parece que siguen siendo muchos los que no encuentran otra forma de tratarnos que no sea condenándonos a la invisibilidad, al manto negro o el burka, a desaparecer de los espacios públicos como individuos mientras les servimos dócilmente en los privados. Las mujeres iraníes demuestran su infatigable lucha por la libertad, saliendo de nuevo a las calles, destapándose y cortándose la melena. Va siendo hora de que este cuento sin gracia termine ya y que, desde esta parte privilegiada del mundo, no tengamos la más mínima duda a la hora de apoyarlas.