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Eduardo Halfon: "Enseñar tu vulnerabilidad, como padre o como hombre, está mal visto en el mundo hispano"

El escritor guatemalteco nos presenta 'Un hijo cualquiera', un libro escrito durante los primeros cinco años de vida de su hijo. Un repaso a todo su universo literario a través de la paternidad

Eduardo Halfon: "Enseñar tu vulnerabilidad, como padre o como hombre, está mal visto en el mundo hispano"

Eduardo Halfon: "Enseñar tu vulnerabilidad, como padre o como hombre, está mal visto en el mundo hispano"

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Eduardo Halfon (Guatemala, 1971) es uno de los mejores escritores latinoamericanos, según el Hay Festival de Bogotá. Acaba de pasar por España, para presentar su nuevo libro: 'Un hijo cualquiera', en Libros del Asteroide. Y para participar, de paso, en el Festival Centroamérica Cuenta, organizado por la Asociación Española de Cooperación y Desarrollo y Casa de América. El encuentro versó sobre "Historias de familia: entre la memoria, la novela y los secretos familiares".

La familia y la memoria de un país, Guatemala, es lo que ha acompañado a Halfon en toda su obra literaria. 'Un hijo cualquiera' es el último capítulo de una larga saga familiar. Escrito durante los primeros cinco años de vida de su hijo, Eduardo Halfon reúne en pequeños textos sus vulnerabilidades y fortalezas, a través de su extenso y rico universo literario, que va revisitando.

Halfon escribe sobre la infancia, el desarraigo, la muerte, la vocación de escritor o la búsqueda de la propia identidad, asuntos por los que le hemos preguntado en esta entrevista, que ha tenido lugar en un hotel de Madrid.

Eduardo Halfon con &#039;Un hijo cualquiera&#039; durante la entrevista

Eduardo Halfon con 'Un hijo cualquiera' durante la entrevista / Daniel de la Fuente

En 'Un hijo cualquiera' vemos cómo te ha cambiado la paternidad como persona, la vives como cualquier madre, "viendo el peligro en todos lados, preocupado", pero como escritor, ¿cómo te ha influido la paternidad?

Como escritor te influye todo, eres como una esponja. Un hijo es una presencia total, una irrupción en tu vida, en tu casa, en tu espacio privado. En mi caso, en mi espacio de trabajo. Te cambia, te afecta, te hace adaptarte a una nueva realidad, a un nuevo horario y, obviamente, a nuevos temas y a viejos temas, pero vistos ahora con otros ojos. Soy otro tipo de hijo al ser padre. Quizás un hijo más paciente, un hijo más tolerante, con más empatía hacia mi padre. Y como escritor también te afecta, claro.

Tú has escrito mucho sobre tu familia, sobre tu padre, sobre tus abuelos. Y entiendo que esto es un capítulo más de una saga de libros en la que, entre otras cosas, abordas tu historia familiar. ¿Seguimos descubriendo en este libro nuevas historias que habéis vivido tú, tu padre o tus abuelos?

Sí, sí, sigo nadando en esas aguas. No sé qué es lo que estoy escribiendo, pero llevo muchos años en ello. Desde 2008 que se publica El boxeador polaco y que he ido publicando en una forma como de entregas, como un serial de capítulos. Y ahora Un hijo cualquiera es el nuevo libro de esa serie, o de ese proyecto o de esa novela en marcha. No sé qué es. Hay historias nuevas, siempre hay historias revisitadas, ampliadas, corregidas. Voy descubriendo nuevos ángulos o nuevas anécdotas o nuevos datos históricos. Están mis temas de siempre, pero también nuevos temas, por supuesto.

Este libro es también un recorrido por todo tu universo, no solo literario, artístico. Todo lo que le vas enseñando a tu hijo, desde la música clásica a leer y a escuchar. ¿Qué te ha enseñado él?

Yo creo que el aprendizaje de un hijo hacia un padre es más grande que a la inversa. Creo que él me enseña más a mí que yo a él, pero son cosas difíciles de cuantificar o nombrar. Son más emocionales, efímeras e invisibles. A ser más paciente, por ejemplo, a adaptarme a mi edad, cosa que ya no es fácil a mi edad, adaptarme a un nuevo horario, y no sólo como hombre y como padre, sino también como escritor, a romper esquemas.

Vivian Gornick recomienda releer los libros que hemos leído a lo largo de nuestra historia para darnos cuenta de cómo hemos cambiado. ¿Te ha pasado a ti también al revisitar las obras?

En el libro menciono los tres tipos de lectores que yo he sido. El primer lector, cuando descubro la literatura a los 28 años y me vuelvo un lector yonki, porque considero los libros una especie de droga, quiero más y más y más. Y leía todo el día. Luego un segundo lector, que es el lector artesano, que se asoma cuando empiezo a escribir, cuando quiero aprender a escribir, empiezo a leer como escritor, como artesano, ¿cómo hizo Kafka para lograr este cuento?, ¿cómo hizo Hemingway para una frase tan potente? Mi lectura cambia. Y luego llega una tercera fase, que es el lector hijo de puta, el lector cascarrabias, el lector impaciente, el que ya no tiene tiempo ni paciencia para una prosa floja, descuidada. Pero hay un cuarto lector, que no menciono en el libro, y es en el que estoy ahora, me gusta mucho y es el relector. Cada vez más vuelvo a ese puñado de autores o de libros que llevo conmigo, que llevo a cuestas por la vida. Este año, por ejemplo, releí todo Cormac McCarthy, que para mí es uno de los escritores más importantes vivos. Vuelvo mucho a Bolaño, a Chéjov, a Hemingway. Hay ciertos autores que para mí son fundamentales y es casi un acto de fe. Un acto de devolución de fe, de recargar pilas. Cuando siento que estoy perdiendo la fe en la literatura o en la humanidad, de pronto leo una página y me la devuelve la esperanza de alguna manera, aunque sea breve.

He mencionado a Gornick a propósito de la relectura y también porque ella, a pesar de ser muy feminista, era contraria a la cultura de la cancelación. Y es algo que también he rescatado de tu libro, porque a propósito de Knut Hamsun, te preguntas "qué debemos hacer con las bellas palabras escritas por una mano inmunda". ¿Tienes respuesta a esa pregunta?

No, no la tengo. Y creo que por eso escribí el texto, porque leí a Hamsun, a quien nunca había leído, porque se me cruzó su libro por accidente, por azar y me encantó. No sé si has leído Hambre, pero es un libro extraordinario y conmovedor. Y luego, después de leído y deslumbrado, me enteré de la vida de Hamsun, de su afecto por los nazis, su racismo hacia todos los demás, hacia los negros americanos, etcétera. Y entonces me vi partido en dos, por un lado admirando una obra que él había producido, un libro suyo, pero por otro, detestando el hombre que lo escribió. Entonces, ¿qué haces? Es un tema muy actual, surgen estos conflictos todo el tiempo. Con Neruda hace unos años. Miguel Ángel Asturias, en Guatemala, es un escritor y poeta muy polémico por su trato hacia el indígena. ¿Qué haces? ¿Lees a Woody Allen o no lees a Woody Allen? ¿Ves sus películas o simplemente lo cancelas? Es un tema muy, muy fuerte y no tengo una respuesta.

Todos tus libros son breves. Este está lleno de relatos muy cortos, qué te aporta ese tipo de escritura

Soy un escritor breve, de distancia corta. Me siento muy cómodo y creo que es mi carácter de ingeniero, de depurar, de destilar un texto hasta llegar a su esencia. Lo que pasa es que luego viene el ingeniero y junta estos fragmentos de alguna manera para que se vuelvan parte de algún conjunto más grande, que es el caso de este libro. Son 18 textos cortos, hilvanados de tal manera que dan la impresión de ser una especie de viaje a través de la literatura, a través de mi vida, a través de la vida de mi hijo. Pero mi extensión es la de un cuentista. No sólo en su brevedad, sino también en intencionalidad. Hay una intensidad de lectura.

Uno no puede escribir ignorando su contexto. Y aquí, parte de ese contexto es Guatemala, la guerrilla, las torturas y los secuestros. Hay algunos fragmentos realmente brutales. ¿Se ha escrito suficiente sobre este asunto en Guatemala? ¿Se ha hecho justicia? ¿Hay eso que se llama derecho al perdón o al olvido?

No, no se ha escrito suficiente de ningún tema. No se ha hecho justicia. Guatemala tiene una herida abierta y podrida, porque está el tema de la guerra. Una guerra de 36 años, una guerra civil terrible, violenta, de masacre, de genocidio. No se ha solventado, no se llegó a nada. La situación ahora está mucho peor que al inicio de esa guerra. Cuando voy a Guatemala, la situación está muy mal en términos de educación, de pobreza, de analfabetismo, de desnutrición infantil, de servicios. Es un país fracasado. Y entonces se empezó a hacer justicia. Empezó un proceso liderado por cuatro mujeres. Cuatro juezas muy valientes que estaban tratando de solución, de darle voz a las víctimas. Y de pronto vuelve el gobierno militar. Vuelve la fuerza militar. Vuelven presidentes, títeres de los militares. Y ha habido en los últimos años un éxodo masivo, masivo de jueces y periodistas, especialmente periodistas amenazados o asesinados por esta fuerza. Y terminó el proceso de justicia. No sé qué pasará. Depende de a quién le preguntas. Yo soy muy pesimista. Siento que el sistema está tan corrupto, tan profundamente corrupto, que es difícil ver una salida para Guatemala.

Otro tema sobre el que no se ha escrito mucho, no desde el punto de vista del que tú lo haces, es la la paternidad. Hay una frase en el libro que me gusta: "el sentimiento de maternidad es automático y primitivo, pero el sentimiento de paternidad, como escribió James Joyce en Ulises, es un misterio para el hombre. Es un estado místico, una sucesión apostólica de único engendrador a único engendrado". Esta mirada sobre la paternidad no se ha abordado mucho en la literatura.

Fíjate qué sorpresa, no eres el primero que me lo menciona. No me había percatado de que es un tema nuevo en la literatura o no tan tratado, porque mis lecturas abundan en el tema de paternidad. Kafka, Hemingway, son otras maneras de tratar la paternidad o la ausencia de paternidad o la carencia de paternidad, pero siempre sigue siendo el tema de la paternidad. De pronto, se siente que actualmente el tema de la maternidad está más presente en la literatura que la paternidad. La paternidad es débil. Enseñar tu vulnerabilidad, como padre o como hombre, en un mundo tan machista como el hispano, hablo tanto de España como de Latinoamérica, está mal visto. Cuando en la literatura es todo lo contrario, la vulnerabilidad tiene que estar de frente. Te abres. Haz de tu obra una sola confesión, decía Thomas Mann. Ábrete. Pero en sociedades como la nuestra eso puede ser delicado. Sí que es cierto que, en mi caso, el amor hacia mi hijo no fue inmediato. Él nació y a mí me dieron un bebé cualquiera, ¿no? Esa relación se va formando con el trato, con el tiempo, con la paciencia, con la convivencia. Yo creo que la maternidad es muy distinto. Yo creo que la maternidad llega durante el embarazo, porque hay una conexión biológica. Para un padre eso no existe, o por lo menos no existió en mi caso, el amor a mi hijo se fue dando.

Hablas mucho en el libro de la muerte. La muerte de seres queridos, que "son pedazos de nosotros, que dejan de existir". Hablas también del suicidio. "Somos todos un suicidio en ciernes". ¿Por qué te obsesiona la muerte?

Sí, la muerte está muy presente en el libro. El abuelo de mi hijo, que es de La Rioja, muere y vamos a su entierro. O el suicidio de uno de mis mejores amigos. Pero el suicidio es un tema que viene conmigo desde mi primer libro, Saturno, que publiqué hace ya casi 20 años. Es un libro sobre el suicidio. Sobre el suicidio en escritores, especialmente. A mí el tema del suicidio me interesa por varias razones, creo. El suicidio como último acto. Qué lleva a un ser humano a tomar esa decisión. Qué serie de factores se le presentaron a una persona, para tomar esa última decisión de su vida. Pero también me interesa el suicidio como lo veía Borges. El suicidio como metáfora. Para que naciera el escritor, tenía que morir el Halfon ingeniero, el primogénito, el hijo obediente. Si no mataba esa parte de mí, no podía entrar a la literatura. Y hay algo de eso también en esas pequeñas muertes que tenemos que hacer todos, para darle vida a otra parte de nosotros. Esas dos facetas del suicidio me interesan.

Un hijo cualquiera navega también entre la memoria, la novela y la ficción. Y te he escuchado que tú lo que escribes es ficción siempre y que toda autobiografía también es ficción y toda ficción es autobiográfica.

Es algo que tengo muy claro. Toda literatura es autobiográfica, toda, todo. El autor crea personajes a partir de sí mismo. Algo les das. Aunque sea poco, pero algo les das a esos personajes, a esas historias. Cosas que has visto, inseguridades tuyas, fortalezas tuyas. Se las das a tus personajes. Algunos disfrazan a sus personajes, ¿no? Madame Bovary soy yo, decía Flaubert. La disfrazó de mujer, pero era él. En mi caso, le doy mi nombre, le quito el velo, dejo muy poca distancia entre el personaje y yo. Quiero que el lector se confunda entre el personaje y yo. Pero también toda literatura es ficción, incluso autobiografía y memorias. Incluso la no ficción. Un libro de no ficción es ficción. Tiene elementos de ficción. El solo hecho de tomar decisiones de qué incluyes y qué no, es un proceso de ficción, de ficcionalizar. Así que todo libro es autobiográfico y ficción a la misma vez. Son dos cosas perfectamente compatibles. Lo que pasa es que nos suena contradictorio, pero no lo es. Llamar a algo autoficción me parece redundante. Todo es autobiográfico y todo es ficción.

 
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