Desaparecen los velos y las humillaciones

Madrid

Vamos a mirarnos hoy en el espejo con un orgullo de seres humanos. Porque estamos acostumbrados a convivir con la indignidad y siempre corremos el riesgo de mirarnos a los ojos y descubrir en nosotros la soberbia de Putin, o la desfachatez racista de Trump, o la barbarie machista y colegiada, o el frío cortante del banquero que ejerce la práctica de los desahucios, o la hipocresía degradadora de los jueces caducos, o la rutina envenenada que envuelven una amenaza nuclear, una violación o unos recibos del gas y de la luz disparatados.

Cuesta entonces trabajo mirarse a los ojos, abrir la puerta de la calle y salir a trabajar. La palabra humanidad se llena de vergüenza y sufre por sí misma. A pesar de los siglos, no sabe convivir del todo con el mal y la indiferencia.

Pero, desde hace unos días, mirarse al espejo es sentirse mujer, recordar los momentos de la historia en los que la dignidad se ha hecho vida, resistencia frente al asalto de los poderes indecentes. Malditos sean los poderes indecentes y las tradiciones opresivas. Me miro en el espejo y soy una mujer iraní que dice no, que escribe basta ya, que grita no pasarán, que canta no nos moverán, que recita la poesía es un arma cargada de futuro.

No sé cómo acabará esta historia, pero mirarme en el espejo y sentirme una mujer iraní ayuda a abrir la puerta, negar las alambradas que vigilan cada sueño y derribar los muros que impiden la fe en este mundo, porque el mundo puede cambiar, y a veces no ganan los malos, y desaparecen los velos y las humillaciones. No es que sea fácil sentirse optimista, pero las mujeres de Irán nos ha devuelto el derecho a la esperanza.