La batalla de Jerson

Putin chapotea en el fango. Y a cada paso que da se hunde más en él. Implanta la ley marcial en las zonas semiocupadas: mandarán los tribunales militares y aplicarán la ley de fugas. Clama por el democratismo de sus referendos apañados en el Este: exactamente el mismo que Adolf Hitler practicó tras anexionarse Austria en 1938, a golpe de bayoneta. Bombardea centrales eléctricas ucranias, para dejar sin luz ni calefacción a viejos y niños, otro crimen de guerra. Lanza bombas contra civiles, como hizo la Legión Cóndor en Guernica. Y decreta vaciar Jersón, porque el ataque ucranio para recuperar esa ciudad parece inminente.

La batalla de Jersón podría resultar bastante dirimente. Marcará bajo qué signo comenzará el invierno: si el de la recuperación ucraniana actual, o el de la brutalidad del ocupante. Fijará si el invasor puede retener la única capital de provincia que sus maltrechos tanques soviéticos han ocupado. Si seguirá cerrando el paso a los de Zelenski a una buena franja del Mar Negro. Si la movilización de centenares de miles de tropas de refresco rusas habrá servido para algo. Si el cambio de la cúpula militar sobre el terreno, en favor de los carniceros de Siria y Chechenia, tiene algún efecto. Si ocho meses de guerra agresiva habrán catapultado a la primera potencia nuclear del mundo a ocupar algún centímetro más del que ya controlaba. O está donde estaba… antes de disparar.

Escucha todas las miradas de Xavier Vidal-Folch