Héctor Abad Faciolince: "Para mí es más misteriosa la bondad que la maldad"
El escritor colombiano regresa con 'Salvo mi corazón todo está bien', una novela escrita tras su operación a corazón abierto
Entrevista Héctor Abad Faciolince
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Hay una decisión política en plasmar la vida de personajes buenos en novelas ambientadas en ciudades y contextos complejos y violentos, como lo es Medellín, en Colombia. En sus novelas, Héctor Abad Faciolince no olvida esa violencia, pero defiende la posibilidad de salir de ello, de defender la belleza y la cultura. Eso es lo que hizo en su exitosa novela El olvido que seremos, donde contaba el asesinato de su padre, un hombre bueno. Lo repite ahora en Salvo mi corazón, todo está bien, una novela protagonizada por un sacerdote y escrita por un escritor anticlerical en la que habla de la ausencia de padres, del matrimonio y de sobrevivir.
Llegas a esta historia en mitad de una novela sobre Pablo Escobar, ¿en qué momento cambias el rumbo y empiezas a escrib ir Salvo mi corazón todo está bien?
Estaba escribiendo sobre la persecución de Pablo Escobar a los periodistas de El Espectador en Medellín, en Antioquia, en mi región. Pero en la pandemia, de repente, esa novela se me cayó, me parecía que no tenía sentido y me acordé de un viejo amigo gordo, grande y además cura, que estaba esperando un trasplante de corazón, es decir, que se sentía con la vida amenazada. Me pareció que esa enfermedad y esa amenaza de vida tenía mucho más que ver con lo que estábamos viviendo todos. Durante el horror, durante el encierro de la pandemia.
Entonces decides hacer esta novela en la que no un encierro obligatorio, pero sí hay un confinamiento en una casa, esa casa de los laureles, ¿Cómo encuentras ese lugar y ese escenario?
La historia sale mucho de la realidad, porque la novela está inspirada en una persona real que no se llamaba Luis Córdoba, sino Luis Alberto Álvarez, y efectivamente, estaba enfermo del corazón y tenía que hacerse un trasplante si quería sobrevivir. Se fue a vivir a una casa de Laureles del barrio Laureles, donde había dos mujeres sin marido y tres niños sin padre. Eso es verdad. A partir de ahí, lo que pasa dentro de esa casa, cuando se cierra la puerta, es lo que yo me imagino en la novela.
Al final de la novela reconoces que también sufriste un problema en el corazón que, de alguna manera, fue una reescritura de la propia novela después
Yo quería escribir un libro que no tuviera nada que ver conmigo, lo más lejano a mí que pudiera. Yo siempre he sido anticlerical, no soy creyente, no soy religioso, soy ateo, pero había conocido a unos curas que me caían bien y entonces quise escribir sobre ellos de la manera más lejana y ajena a mí. Por eso el narrador es tam bién un cura. Sin embargo, yo sabía que tenía un soplo en el corazón, sabía que era una cosa leve, que yo podía vivir así. Pero a medida que iba escribiendo la novela, me fui enfermando más y más. Iba a nadar en una piscina y me daban unos dolores, lo que se llaman anginas de pecho terribles. Fui donde mi cardióloga y me dijo que había que operar. Sin terminar la novela del corazón me operaron de corazón abierto y fue muy duro. Yo dejé un primer borrador, les pedí un mes a los cardiólogos para terminar esta novela, por si las moscas. Después de la operación, en la que uno tiene una experiencia muy cercana a la muerte, pues terminé la novela ya con otra perspectiva.
¿Y ahora cómo te sientes?
Ahora me siento bien, pero uno queda tocado cuando te tocan el corazón y cuando has estado en una sala de cirugía a baja temperatura, con el corazón quieto, con los pulmones colapsados. Es una experiencia, aunque estés anestesiado, muy cercana a la muerte. Todos estamos seguros de que nos vamos a morir. Pero cuando te has muerto, por lo menos aparentemente unas seis horas, sabes que eso es mucho más seguro para tí que para cualquier otro. Es muy raro. Yo estoy bien. Ya he vuelto a nadar. Ya no me duele el pecho. Los cardiólogos me dicen que estoy muy bien, pero quedas tocado.
En el libro hay un juego con los narradores, el narrador es otro cura que está contando la historia, pero también hay casi detalles científico de enfermedades del corazón. ¿Por qué?
A medida que yo escribía la novela y que me iba enfermando, leí muchos libros sobre el corazón, sobre la viscera, no sobre el corazón simbólico. Quería entender cómo funciona esta maquinita que nos acompaña toda la vida y que no para. Es una novela que tiene mucho de medicina, de cómo funciona, de cómo se nos estropea, cómo se daña, cómo falla, cómo funciona bien. Yo quería entender muy bien cual era la falla del protagonista, por qué le tenían que hacer un trasplante, cómo se hace un trasplante, como se declara hoy en día si alguien esta muerto o vivo.
Es muy curioso como cuentas la evolución de cómo pasa eso en Colombia
Porque antes uno se moría cuando se le paraba el corazón y dejaba de respirar. Pero para poder hacer trasplantes de corazón o de pulmones tienes que sacar el corazón palpitante y entonces parece que estuvieras vivo. Pero ya si aparece lo de la muerte cerebral, lo puedes hacer. Muchos países llegan tarde. Japón llega tardísimo, por ejemplo.
Hay mucho de medicina, pero hay mucho de las ganas de vivir de los personajes y, además, vienen aderezadas con cosas que yo creo que también son muy tuyas, como el gusto por el cine, por el neorrealismo italiano, por Italia. También por la ópera, por la música. ¿Por qué era importante que estuviera esto?
A mí me gustan las personas vitales, a mí me encanta vivir, me encanta la vida. Esta es una novela de la amistad, del compartir, de la comida, porque el cura en que me inspiré es así. Compartía con él grandes comilonas y él era una persona muy vital. Para él, el único pecado que existe es no aceptar la vida como un regalo. Para mí las personas buenas, las personas animadas, las personas a las que les gusta vivir y a las que les gusta la cultura, son las que a mí también me simpatizan más. Yo pude escribir esta novela también gracias a la amistad, a los amigos de la persona original en la que me inspiré, que me contaron cantidades de historias que luego yo trasplante, por decirlo así, a la novela.
En ese momento en el que el personaje entra en la casa y empieza a vivir con una familia, surgen una serie de reflexiones, una sobre la familia, sobre qué significa ser padre también sobre el matrimonio, ¿es importante esto en Colomia?
Este señor, que ha pasado 35 años de su vida, desde los 16, en seminarios, en monasterios, en escuelas de teología, en residencias de sacerdotes, de repente, por buscar una casa sin escaleras, llega a una casa donde hay dos mujeres jóvenes, encantadoras, tres niños. Él se da cuenta de que ha renunciado a la paternidad y ha renunciado al menor contacto físico, a que alguien de vez en cuando lo toque, le roce una mano o el codo o el rostro, lo que sea. Para él es una experiencia muy bonita, pero muy fuerte. Se da cuenta de que la renuncia a la paternidad ha sido lo más doloroso para él y eso es muy importante en Colombia, porque en Colombia hay una gran ausencia de padres. El 40 por ciento de las familias colombianas son mujeres solas, criando hijos, con padres que secundaron y las abandonaron. Me parecía bonito abordar también ese tema, porque para mí, pues cuando yo fui padre, la paternidad ha sido una de las experiencias más fuertes de mi vida. Primero, ser hijo, ser hijo de mi padre fue muy importante, pero hoy ser padre de mi hija y de mi hijo es mi experiencia más profunda.
Hablas también de la fe y de la situación de la religión, mencionas casos de pederastia, mencionas el voto de castidad. Hablas desde tu posición anticlerical, también de la situación de la religión hoy y de dónde puede ser útil y dónde no
Creo que un novelista tiene que ser muy leal con sus personajes. Por ejemplo, Tolstoi odiaba el adulterio, pero escribe Ana Karenina. Yo no quería que mis personajes curas fueran unos tontos o que no supieran defender su fe, su credo e incluso su celibato. Pero todo eso está puesto en cuestión. Es decir, ellos hablan, ellos lo defienden ,con los mejores argumentos que yo he sabido o que yo he leído. Y el antagonismo se presenta desde la institución. Para este cura, la mayor demostración de la existencia de Dios es algo muy sencillo: es la belleza. La belleza de la música. La belleza de las personas, de las películas. La bondad es más misteriosa la bondad que la maldad. Es uno de los pocos argumentos que me parecen buenos.
Habla también de muchos tipos de amor, el amor a un amigo, el amor de un padre a sus hijos, el amor de un cura también, y el amor casi carnal
Todos esos amores están el de la amistad, el de la paternidad, el de la maternidad. Porque hay dos madres. El amor que permite la amistad, hace que la amistad sea más, más tranquila muchas veces que el amor. Porque la frecuencia de la amistad uno la pone, no exige la convivencia, no tiene los enredos del sexo, que siempre es complejo, aunque sea maravilloso. De todos esos temas habla, no para resolverlos, sino para que los lectores pues dialoguen conmigo, dialoguen con el narrador, piensen, a medida que leen lo que sucede, en sus propias vidas.
Hay una cosa que puede conectar con los lectores, aunque sean ajenos a los curas o a Medellín, que es la historia de alguien que sufre una crisis existencial en un momento determinado. ¿Es algo que puede pasar a cualquier persona de clase media?
Cuando te dicen usted está enfermo, si no le trasplantan el corazón, es muy fácil que te plantees la vida como una oportunidad que tuviste y la examines y te plantees una segunda oportunidad sobre la tierra. Yo creo que eso tiene mucho que ver con lo que vivimos también en la pandemia, que uno llega a decidir qué es de verdad lo fundamental. Qué tipo de relaciones quiere tener. Si quiero dedicar toda mi vida, todo mi tiempo a conseguir dinero, éxito o voy a replantearme muchas cosas. Y eso se lo plantea el cura de la historia y me lo he planteado yo también, antes y después de mi operación de corazón abierto.
Realizas también en un retrato de Medellín y se cuela todo lo que pasa, aunque el libro no se centra en la violencia. Aparece también el cineasta Víctor Gaviria, un cineasta donde también el contexto de esa ciudad se cuela el contexto en el que viven. ¿Es difícil escapar cuando el contexto y el peso de la sociedad es tan fuerte como en Medellín en las creaciones?
Los cineastas de hoy en Colombia conocieron todos a este gordo, Víctor Gaviria fue muy amigo y lo influyó mucho. También críticos de cine fueron muy influidos por las reseñas de Luis y fue una persona central. Publicaba todos los domingos una página entera de las películas de la semana y era un gran escritor, de un gran comentador de cine. Ahora sus críticas están publicadas. Sí está Medellín, pero está esa Medellín que es la misma de los años más violentos, la de Pablo Escobar, el narcotráfico, los paramilitares, todo el horror que se vivió en los 80, en los 90, los asesinatos. Pero hay una persona que se dedica a la cultura y a enseñarles a los mismos jóvenes que están en riesgo de caer en ese mundo del dinero fácil, de la vida sin esfuerzo, de no sé, de la mafia, de, de los sicarios, de lo que tú quieras. Las películas que la Iglesia condena ahí y en esa época y les parecen totalmente inmorales, impresentables, prohibidas para todo público. Para él son maravillosas. Que en la Medellín, la ciudad más violenta del mundo de esos años, haya personas que se quisieran dedicar a la cultura, a lo que es bonito, no a la grosería, no a la vulgaridad, no a la violencia. Es algo que a mí siempre me sorprende y por eso en mis libros trato de exaltarlo.
¿Es un elemento político de tu obra el que en tus libros solo aparezca gente buena?
Me siento cómodo en ese registro, por supuesto. Los antagonistas son la jerarquía, el arzobispo, el cardenal, pertenecen al poder. Y es un poder que se opone a que estos curas se dediquen a la belleza, al amor, a la cultura y los saca de las parroquias. Siguen defendiendo lo bueno de la vida, a pesar de todo. Ahí, en ese registro, me siento mucho más cómodo. Para mí es mucho más misteriosa la bondad que la maldad.
¿Te ha influido en algo escribir en la casa de García Márquez?
García Márquez, cuando fue a comprar una casa en Cartagena, como era muy supersticioso, no quiso comprar una casa vieja, porque decía que tenían todas fantasmas. Yo no soy nada supersticioso, no creo en los fantasmas, pero cuando llegué a esa casa a escribir en la habitación de Mercedes y de García Márquez, había un perro en el patio de los vecinos que ladraba y ladraba todo el tiempo. Ese perro que ladra está en la novela. A mí me parecía que era el fantasma de García Márquez, que estaba protestando, ladrando, porque alguien como yo pudiera estar escribiendo en su casa. Fue lo más cercano al fantasma que me pude encontrar.
Pepa Blanes
Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...