Un canto de amor a Barcelona

Madrid

Acabo de estar en Barcelona por motivos de trabajo. Las ciudades nos abrazan cargadas de escenas, sorpresas y recuerdos. Se hacen parte de nosotros y por eso viajan a lo largo de los años para que siga existiendo lo que ya no está. Unos amigos me invitaron a tomar una cerveza en Las Ramblas, en la terraza del Hotel 1898. Y al llegar allí empecé a vivir un día cualquiera de los años 80, porque lo que hoy es hotel era el edificio de la Compañía General de Tabacos de Filipinas, lugar en el que trabajó el poeta Jaime Gil de Biedma. En medio de la remodelación, se ha conservado la parte del edificio en la que estaba su oficina.

Jaime fue una referencia literaria decisiva para mi generación. Me abrió las puertas de Barcelona, una ciudad que después lleno mis días con mañanas, tardes y noches habitadas por Carlos Barral, Ana María Matute, José Agustín Goytisolo, Juan Marsé, Manolo Vázquez Montalbán, Beatriz de Moura, Joaquín Marco, Marta Pesarrodona, Alex Susanna y Joan Margarit. No se trata de citas literarias, sino de una ciudad, un rumor de vida que forma parte de mí, de lo que siento y escribo, de mi manera de mirar el mundo. La reconozco mía que es un modo de confesarme suyo. Pasó de encarnar la gran capital del libro español e hispanoamericano, a ser un rincón mío, un latido de mi intimidad.

Lo advertí de golpe al entrar en un hotel nuevo o en la vieja oficina de Jaime. Quizá por eso me cuesta tanto trabajo entender algunas identidades cerradas que provocan carreras de ofensas e incomprensiones. Pero no entro ahora en detalle. Me limito a hacerle un canto de amor a Barcelona, el canto de un granadino enamorado de Madrid. Molt bon dimarts, o sea.