¿Para qué sirve un libro?

Madrid

A esta mujer medio desconocida se le ilumina de repente el rostro al descubrir que me dedico a escribir libros. Ella, que tiene que esforzarse para descifrar el significado de la letra impresa porque hasta que no ha sido mayor no ha podido aprender a leer y escribir, me transmite un respeto por mi profesión que a veces escasea incluso entre quienes a estos nos dedicamos.

Recupero algo de orgullo perdido y me acuerdo de una realidad que a veces olvido: que no todo el mundo disfruta del mismo acceso a la cultura, que a muchas personas le falta el tiempo, oportunidades, recursos o formación de base para disfrutarla. A los escritores, que tanta tendencia tenemos a obsesionarnos con las dificultades del oficio, encerrados como estamos en nuestros propios mundos, nos viene muy bien que nos hagan aterrizar, que nos recuerden que un libro es algo bueno y valioso a pesar de los socorridos mantras que cultivan el escepticismo y el desánimo.

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Sabemos que contar historias y escucharlas o leerlas es una necesidad tan humana como respirar pero hace ya tiempo que en esta parte del mundo venimos desconfiando de la utilidad de prácticamente todo. Yo crecí con aquello de que "la literatura no sirve de nada" y leyendo extensos artículos que certificaban la defunción de la novela pero sigue habiendo lectores y lectoras nuevas como la mujer que citaba al principio, personas que descubren por primera vez el poder transformador de poder conectar a solas con una conciencia ajena lejana en el espacio y el tiempo, el placer de imaginar personajes y mundo con el único soporte de la palabra.

Tal vez una novela no sirva para acabar con el hambre en el mundo, las guerras, la violencia o la injusticia, pero si al leer encontramos algo de consuelo, conocimiento, distracción o belleza y con ello podemos resistir mejor los embates de la vida, ¿qué más queremos? Ya lo dijeron hace mucho los Celtas Cortos: "Cuéntame un cuento y verás qué contento, me voy a la cama y tengo dulces sueños".