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Delphine de Vigan: "Las redes sociales son el reino del narcisismo, pero también hay en ellas un deseo de recuperar el impulso colectivo"

La autora francesa regresa con 'Los reyes de la casa', un thriller policial que se convierte en un tratado sociológico sobre la fama, las redes sociales y las influencers

Delphine de Vigan / Instituto Francés

Delphine de Vigan

Ahora que Elon Musk ha comprado Twitter, algunos han descubierto el truco de las redes sociales: forrarse a base del trabajo gratuito de los millones de usuarios. Es la crítica que hacen algunos académicos, que hablan de que se está produciendo una plusvalía en nuestro uso de Instagram o YouTube. Quiere decir que publicamos dando contenido gratis a esas empresas. Otros, consideran que en las redes sociales también está la posibilidad de crear una revolución o, al menos, un contrapoder. En ese debate académico y político, emerge Los reyes de la casa, la última novela de la escritora francesa Delphine de Vigan.

La novela llega de la mano de Anagrama, editorial con la que ha publicado sus anteriores novelas. Esas que inciden en la autoficción, como Días sin hambre, donde hablaba con contención de la anorexia, o Nadie se opone a la noche, en la que se adelantaba a algunas de las denuncias que el Me Too pondría en la agenda mundial. La novela fue un fenómeno literario que la consagró internacionalmente y que la llevó a vender más de ochocientos ejemplares. Basada en hechos reales ganó en premio Goncourt de los estudiantes y la llevó al cine nada menos que Roman Polanski. En Las lealtades y Las gratitudes, la autora ha reflexionado sobre la sociedad actual, sobre la prisa, la violencia y la importancia de las palabras. Ahora se centra en la pérdida de intimidad y en la exposición, a través de un thriller policial en el que una policía investiga la desaparición de una niña, famosa influencers a la que su madre explota a través de Instagram.

¿Por qué le interesaba retratar la exposición a las redes sociales y a los programas de televisión?

No era algo que me preocupaba especialmente, hasta que me topé con un programa de televisión que presentaba a estos niños influencers. No sabía que existían. Cuando los vi, empecé a pensar en quién eran esos niños, quiénes eran esas familias y a entender todo ese sistema económico que había detrás. Me parecía un mundo muy interesante, sobre todo entender qué pasa dentro de esa familia, cómo llegan esos padres a exponer a sus hijos para hacer negocio.

El libro parece exponer la hipótesis de que la telerrealidad trajo Instragam y las influencers, ¿Están relacionados los dos fenómenos?

De hecho, el modo en cómo esas familias muestran su modo de vida en YouTube y en Instagram es un poco como una especie de telerrealidad. Están poniendo su intimidad constantemente en Stories, contando absolutamente todo lo que hacen durante todo el día. Eso es una forma de reality show doméstico emitido en Instagram y YouTube. Las redes sociales han permitido a cada uno desarrollar su propio reality show. Y es cierto que, con bastante rapidez, el vínculo entre este fenómeno y la llegada de la telerrealidad a Europa, en la década de 2000, es bastante evidente. Quizás la gran diferencia sea que, en 2000, los reality shows fueron producidos por canales de televisión, había alguien externo, una productora, mientras que aquí aparece la oportunidad de que nosotros mismos seamos productores, directores y emisores de nuestro propio contenido. Eso cambia totalmente las cosas, porque ya no hay ninguna mediación entre nosotros y el espectador que nos observa. Hay algo que me parece bastante vertiginoso y tiene que ver con la forma en que algunas personas se consideran como productos, se han convertido en su propia marca, las personas gestionan su imagen de forma muy parecida a una marca.

Ahora con la compra de Elon Musk de Twitter ha quedado quizá más al descubierto que en las redes sociales estamos trabajando para grandes empresas, hay una plusvalía que les estamos dando a esas redes... ¿por qué nos cuesta ver que estamos trabajando para ellas?

Por supuesto, es muy interesante, pero no sé hasta qué punto somos conscientes de ello, hasta qué punto nos hemos ya vendido a través de nuestro teléfono inteligente. Ahora sabemos cuánta atención recibe este mercado, los datos que estamos dando gratis a las empresas. Me parece. Pero lo sorprendente es ver cómo negamos de alguna manera eso. En nuestro móvil queda grabado todo, nuestras acciones, búsquedas, movimientos, todo queda registrado, todo se graba, todo son datos. Sirven a alguien. Lo sabemos y, al mismo tiempo, nos olvidamos de eso. De hecho, estamos fingiendo que no existe y quizás nos hemos dado por vencidos. Aceptamos algo sin entender realmente lo que significaba.

¿Qué puede hacer la literatura contra esto? ¿Cuál es el poder de las palabras escritas frente a la dictadura de la imagen?

Tiendo a creer en el poder de la ficción, para cuestionarnos, aclararnos. No estoy seguro de que la literatura pueda aportar soluciones, pero tiene el mérito de reformular las preguntas y quizás de preguntar al lector sobre muchas cosas. Esta novela es una ficción que cuenta la historia de la desaparición de una niña pequeña, etc. Muchos lectores en Francia me han dicho que les ha hecho plantearse cosas, sobre todo sobre el uso que hacían de Internet o de las redes sociales, ahora piensan en qué foto pueden o no publicar y qué consecuencias tiene eso. Me parece que las novelas en general, la ficción en general, pueden animarnos a pensar de otra manera.

¿Se puede estar fuera de ellas en la sociedad? ¿Cómo es su relación con las redes sociales?

Las utilizo porque son una formidable ventana al mundo y a nuestra época. Eso no lo podemos negar. Suceden cosas muy interesantes en las redes sociales. Así que me gusta usarlas como una observadora. Pero no quiero exponerme en las redes sociales y creo que puedes sobrevivir sin exponerte. A pesar de que, como escritora, a menudo la gente te dice que deberías tener una cuenta de Instagram para tener más lectores y demás. De momento, puedo decir que no lo he necesitado y no quiero anunciarme ahí. De hecho, considero que no me corresponde a mí hacerlo. Y si estuviera en Instagram o en una red social, probablemente tendría la tentación de hacerlo, porque soy un ser humano como los demás. No quiero caer en la tentación.

Hay algo interesante en el personaje de Mélanie, esta madre que expone a su hijo en Instagram, que es culpable y víctima a la vez, ¿ha intentado ver qué límites hay entre la culpa y la victimización?

No quería trazar una frontera, al contrario, es cómo se mezcla. Me parece todo muy confuso. Para mí, esta mujer es el producto de su tiempo. Es una mujer que se adhiere por completo a su tiempo sin cuestionarlo. De esta manera, es en cierto modo una víctima de esta carrera por los likes, de la necesidad de ser vista para existir. Es culpable, entre comillas, de exponer a sus hijos de una manera escandalosa y abusiva. Pero en el fondo, las dos cosas van de la mano. Esto es precisamente lo que me interesa, que este mismo personaje es a la vez culpable y víctima y que es a la vez benevolente y dañina. Lo que me interesa es toda esta complejidad. La gente nunca es de una pieza. Y Mélanie es un personaje por el que siento cierta ternura. No quiero que nadie la juzgue, quiero que la traten de comprender, de ver qué fallo íntimo o qué defecto narcisista la lleva a hacer eso.

Los personajes de esta novela son personas que, de alguna manera, no creen en el sistema de la meritocracia, ¿ha dejado de funcionar? ¿Es un debate que esté presente en la Francia de hoy?

Está muy presente en Francia esa idea de convertirse en famosa de repente. Para mucha gente, su objetivo en la vida ahora mismo es ser famoso. No convertirse en un gran músico, un gran actor, un gran científico, sino de ser reconocido. Y las redes sociales permiten estas glorias repentinas y completamente fugaces. Es fascinante ver cómo una persona completamente desconocida en 24 horas puede convertirse en un fenómeno. Sin lugar a dudas, también se debe a que hay una pérdida de confianza en el ascensor social o en la meritocracia tal como funcionaba antes, que implicaba aprender a través de los estudios y mejorar. Obviamente, esta es una forma completamente diferente de acceder al éxito.

Los padres de uno de los personajes, el de Clara, la policía que busca a la niña, están muy comprometidos políticamente, la hija no, ¿hay un cambio generacional?

No diría necesariamente eso. Es cierto que aunque Clara se aleja un poco del modelo familiar, básicamente lo está reproduciendo a su manera. Su reticencia ante la época, esta forma de estar muy alejada de las redes sociales, es una forma de continuar con la educación que ha recibido. Es cierto que se hizo policía, algo que no gustó mucho a sus padres, pero también en su forma de ser policía hay una continuidad con lo que le transmitieron sus padres. No tengo la sensación de que se trate de un personaje que esté rompiendo con sus padres. Es más bien otra forma de entender el activismo hoy en día. Es cierto, lo que vemos en todas partes es una pérdida, un poco de acción colectiva. De hecho, aunque al menos en Francia ha regresado con esta revuelta colectiva ecologista.

¿Pueden las redes sociales ser un contrapoder, tener una fuerza revolucionaria?

Sí, claro que sí, y por eso las redes sociales tampoco son el diablo. Están sucediendo cosas muy interesantes en ellas, como este deseo de recuperar el impulso colectivo. Creo que está muy presente a través de movimientos ecologistas o feministas. Las redes sociales no son solo el reino del individualismo y el narcisismo, es cierto que lo son y quizás sea la parte que más vemos. Pero me parece que también hay algo más colectivo que se está construyendo en ellas. El problema puede estar en la inmediatez y en la forma en que los sujetos son reemplazados unos por otros muy rápidamente. Necesitamos más tiempo para pensar con más profundidad. Por eso necesitamos la prensa, necesitamos la radio, necesitamos los demás medios para poder pensar más profundamente. Las redes sociales nos dan una dimensión que siempre es muy emotiva, y eso es interesante, pero no es suficiente.

En lo formal, la novela mezcla el relato de estos dos personajes, Clara y Mélanie, pero también se intercalan partes policiales o escenas en las que se describen las stories de Instagram, ¿por qué quería configurar la novela de esta manera?

Tenía muchas ganas de investigar este universo de niños influencers y entender exactamente cómo funciona. Por un lado, está realmente el aspecto comercial que se desarrolla en YouTube y lo que pasa en Instagram, que es más emotivo. Me interesaba entender este sistema. Pero como quería que la novela no fuera solo una investigación sociológica, también tenía la idea de una investigación policial que, básicamente se centra en la desaparición de esta niña, lo que permite a Clara, la policía, investigar este universo. Es a través de esta investigación policial que finalmente los lectores descubren la otra cara de ese mundo de Internet, del que solo vemos una parte.

Su novela Nada se opone a la noche está ahora en el teatro, otro de sus libros tuvo adaptación al cine ¿qué aporta a un escritor que sus novelas acaben contándose en otros formatos?

Me parece interesante que otro artista, otro creador, ya sea para cine o para teatro, se haga cargo de mi obra para hacer algo que es diferente. Me gusta esta idea de comunicación entre las artes. Yo me alimento mucho del cine y del teatro cuando escribo, y me alegra imaginar que mis libros también pueden nutrir otras obras. Estoy muy contenta con el resultado. Es un riesgo que vale la pena correr. Durante mucho tiempo, me negué que se adaptara la novela, y ahora he aceptado porque se trataba de ver a una actriz sola en el escenario, algo diferente a la novela. Trabajamos juntos en la adaptación para hacer algo distinto y eso es lo que me interesa del proceso.

En dos de sus libros, Nada se opone a la noche y Días sin hambre, habló de cosas muy personales, ahora en Nobel ha premiado a una autora que ha hecho de la autoficción su definición, ¿cree que es una literatura de moda? ¿Qué hace que un drama privado interese a tanta gente?

Por lo que a mí respecta, me defino más como autora de ficción que de autoficción. Tengo dos novelas que son más autobiográficas, pero que la mayor parte de mi obra es una obra de ficción que, obviamente está llena de cosas muy personales, y tal vez eso es lo que gusta al lector. El enfoque de Annie Ernaux es fascinante. Resume exactamente ese vínculo entre lo íntimo y lo universal. Annie Ernaux siempre ha rechazado el término autoficción y lo entiendo porque, básicamente, su sonido, su trabajo es realmente una investigación sociológica. Utiliza el material de su propia vida para reflexionar constantemente sobre la sociedad, sobre el momento. Y básicamente eso es lo que intento hacer, de una manera diferente, porque mi trabajo es mucho menos autobiográfico que el suyo. Creo que el lector se reconoce a sí mismo en esos textos que funcionan como un espejo. Eso es lo interesante. En el caso de Annie Ernaux, se reconocen personas que vienen de otro origen social, que han vivido una vida diferente a la suya o que no tienen la misma edad. Muchas jóvenes leen hoy a Annie Ernaux y ella tiene 84 años. Demuestra eso que ha conseguido hacer algo muy universal.

Pepa Blanes

Pepa Blanes

Es jefa de Cultura de la Cadena SER. Licenciada en Periodismo por la UCM y Máster en Análisis Sociocultural...

 
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