El hombre invisible

Barcelona

El mismo año en que asaltaron el Congreso los números de la Guardia Civil, el profe de mates nos explicó los números irracionales. Se llamaba Liborio, y llevaba una bata blanca. Ahora lleva chándal. Su situación de obediencia debida, la de los números, les convertía asimismo en seres irracionales. Obedecer siempre es irracional. Pero, si nadie obedeciera, ¿dónde estaríamos? Lo suyo es continuar haciendo lo de toda la vida: obedecer lo que nos dé la gana o solo lo que nos convenga. La mayoría de la gente que no obedece lo hace porque quiere mandar, y no por amor a la rebeldía. Y por la misma razón, mucha gente obedece para que la dejen en paz. Pasar desapercibido es una rebeldía de interior. Antiguamente, existía la llamada mayoría silenciosa; pero hoy se ha fraccionado en un montón de minorías clamorosas. Esto no significa que hayamos ido del conformismo al inconformismo. La mayoría silenciosa era conformista de entrada, pero sorprendía cuando nadie se lo esperaba. Por su parte, las minorías son conformistas a la salida, es decir, que al final dejan de sorprender. Con la irrupción de las minorías se da el caso de que no hay mayoría a la que representar. Esto les va bien a los ricos porque la mayoría son los pobres. Es en lo único en que nos parecemos la mayoría de los seres vivos, en que estamos pringados. Pero es suficiente para formarse una conciencia. Marx lo explicaba mediante el trabajo y el dinero. Ahora ya no hay ni lo uno ni lo otro. Hay explotación sin trabajo, y hay pobreza sin dinero. Trabajo y dinero se han vuelto invisibles. Nunca fue tan profético H.G. Wells como cuando escribió El hombre invisible. A fuerza de mirarnos el ombligo, nos hemos hecho invisibles. Y las identidades son las gafas, el sombrero y la bufanda con que se cubría el hombre invisible.